Pig fue una de las grandes sorpresas cinematográficas de 2021, por mucho que llegue a España a estas alturas estivales de 2022 (tras retrasar la distribuidora la fecha de su desembarco en las salas en varias ocasiones). Se estrenó en EE.UU. en marzo del año pasado y recibió el beneplácito de la crítica de manera unánime, siendo escogida entre las 10 mejores películas independientes de 2021 por el National Board of Review. Estos precedentes han ido desarticulando poco a poco todos los prejuicios que pudiéramos tener sobre el filme, que no eran pocos.



El primero y más importante remite al hecho de contar como protagonista con el defenestrado Nicolas Cage, cuyo nombre ha funcionado en los últimos años como reclamo para salir corriendo en la dirección opuesta a la pantalla. Los problemas con el fisco han llevado al ganador del Óscar por Leaving Las Vegas (Mike Figgis, 1995) a protagonizar en poco más de una década cerca de 50 películas, la mayoría de géneros como la acción, el fantástico o el thriller y casi siempre tremendamente cutres.

Ahí están títulos tan risibles y elocuentes para definir este descalabro profesional como Desaparecido sin rastro (Vic Armstrong, 2014), Desterrado (Nick Powell, 2014) o El portal del más allá (Maria Pulera, 2018), producciones de saldo sin más interés que ver cómo el actor sepultaba su prestigio y se convertía en un meme recurrente.



Bien es cierto que Cage también ha liderado últimamente filmes de culto como la lunática Mandy (Panos Cosmatos, 2018) o la excéntrica pesadilla lovecraftiana Colour Out of Space (Richard Stanley, 2019), y que incluso ha sabido reírse de su decadencia en la reciente El insoportable peso de un talento desconocido (Tom Gormican, 2022), un divertido pero algo inofensivo ejercicio metacinematográfico.

Sin embargo, los tiempos en los que el actor recibía asiduamente la llamada de directores como Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Brian de Palma, David Lynch o los hermanos Coen, o protagonizaba superproducciones como La roca (Michael Bay, 1996), Cara a cara (John Woo, 1997), Con Air (Simon West, 1997), 60 segundos (Dominic Sena, 2000) o La búsqueda (Jon Turteltaub, 2004), parecen (por ahora) perdidos para siempre.

Una sinopsis ridícula

Por si fuera poco, Pig está dirigida y escrita por el novato Michael Sarnoski, por lo que era difícil hacerse una idea de lo que depararía la puesta en escena, y cuenta con una sinopsis no demasiado alentadora: Rob, que vive aislado en una cabaña de un bosque de Oregón, sufre el secuestro de su cerda trufera, su única compañía y su único medio de vida. Un punto de partida algo ridículo que parecía destinado al desarrollo del clásico y manido relato de venganza para lucimiento del Cage más histriónico e intenso, con mamporros a diestro y siniestro.



Nada más lejos de la realidad. Pig es ante todo un drama, pero también un hondo y enigmático estudio de personaje sobre un hombre que vive atormentado por un trauma, cuya naturaleza se nos revela a mitad del metraje. Al principio del filme lo vemos apartado del mundo, con el aspecto de un desaseado mendigo, llevando una tranquila y casi idílica existencia de ermitaño con la reconfortante compañía de su simpática cerdita.

Milagrosamente, la interpretación de Cage consigue llevar toda la extravagancia del filme a un lugar profundo

La calma solo se ve interrumpida una vez a la semana por un joven engreído y cínico, Amir (Alex Wolff), que recoge y distribuye las trufas recolectadas a cambio de humildes provisiones (por lo que su margen de beneficios, como demuestra el hecho de que posea un despampanante coche deportivo, se presume elevado). El rapto obligará a salir de su reclusión voluntaria a Rob para encontrar a su amado animal (y a sí mismo por el camino), y lo hará en compañía de Amir, por lo que la película también transita el género del buddy movie, siendo la relación entre ambos personajes el corazón de la película.



Sin abandonar cierto clasicismo, Sarnoski nos introduce en un submundo criminal lo suficientemente desconocido e interesante, el de los restaurantes de Portland, para captar nuestra atención. Hay algunos episodios un tanto bizarros (como ese club de la lucha para empleados de hostelería), decisiones formales un poco relamidas (la innecesaria estructura en capítulos con títulos como Hojaldre rústico de setas o Torrijas de mamá y vieiras deconstruidas) y situaciones que están a punto de dar al traste con la suspensión de la incredulidad del espectador. Pero, milagrosamente, el filme consigue mantener los pies en la tierra en todo momento.

Un perro apaleado

Y ese milagro no es otro que Nicolas Cage, capaz de entregarse en cuerpo y alma a un filme que sobre el papel debía parecer absurdo y en el que se ve obligado a estar en todo momento con la pinta de un perro apaleado. Pero solo él podía absorber con su interpretación todo el componente extravagante del filme para llevarlo a un lugar más profundo del que pudiéramos imaginar en los primeros compases. Y lo hace además olvidando el histrionismo marca de la casa en favor de la contención.



Mención especial merecen los intensos diálogos escritos por Sarnoski, que evitan subrayar lo que vemos en pantalla para tratar de bucear en las psiques heridas de los dos protagonistas (especialmente emocionante es el discurso de Cage sobre el terremoto que acabará asolando la costa oeste de EE.UU., en el que apreciamos por primera vez su estado depresivo), y la atmosférica banda sonora de Alexis Grapsas y Philip Klein.