Ayer, la noche en el Lido respiraba un ambiente cargado. Las expectativas estaban por las nubes: por primera vez, después de dos años, la Sala Grande volvía a tener aforo completo, público sin mascarillas y estrellas por doquier; la pompa veneciana con todas las de la ley.
En efecto, pasearon por la alfombra roja de la 79ª edición del Festival de Venecia la presidenta del Jurado Oficial, Julianne Moore, y un buen puñado de Gente Importante, desde Hillary Clinton al nuevo ídolo de masas Rege-Jean Page (protagonista de la primera temporada de Los Bridgerton).
Asimismo, se dio el León de Oro a la Carrera a Catherine Deneuve y, como en Cannes, volvió a hacer acto de presencia (telemática) Volodymyr Zelensky, que esgrimió un enervado mitin. Sea cual sea nuestra posición política, en un contexto cinematográfico dichas intervenciones (hoy aparentemente normalizadas) deberían ponerse bajo duro escrutinio.
La arriesgada apuesta de Baumbach
En todo caso, la gala inaugural debía ser mayúscula, y por ello se confío la primera proyección a alguien de la casa: Noah Baumbach estrenaba White Noise, película de Netflix con dos de los rostros habituales en la filmografía del director de Historia de un matrimonio, Adam Driver y Greta Gerwig. Una apuesta segura, y más teniendo en cuenta que se trata de una adaptación del éxito literario homónimo de Don DeLillo.
[Hollywood desembarca en Venecia]
He aquí nuestra sorpresa, pues, al contemplar la tímida ovación de escasos minutos (Variety cuenta 150 segundos) que se escampó por una sala ya vaciada y adormecida. El pinchazo, suponemos, se debe al riesgo de una propuesta que choca de forma radical con el resto de filmografía de Baumbach. El cineasta se aleja del realismo de sus retratos sentimentales anteriores para construir una sátira política alrededor de la América suburbana, ilustrada pero acomodada en discursos y proclamas inocuas.
Sirviéndose libremente de las formas del drama, de las películas apocalípticas e incluso del musical, White Noise se construye como un viaje deliberadamente confuso y esperpéntico, que dinamita hasta los cimientos aquel Baumbach bien sentido, bien hablado y bien considerado. Un suicidio cinematográfico de resultados irregulares, pero que por lo menos huele a novedad.
La oportunidad perdida de Lars von Trier
Aplaudimos la película de Baumbach por la misma razón por la que sentimos la vuelta de Lars von Trier como una oportunidad perdida. El danés, quien no ha podido asistir en persona al Lido por culpa del empeoramiento de su párkinson, estrena la tercera temporada de The Kingdom Exodus, después de un cuarto de siglo sin saber nada de la serie original.
Se trata de un movimiento que lo devuelve a la sombra de la obra maestra que auspició su éxito, la Twin Peaks de David Lynch, que regresaba con una tercera temporada en 2017, también 25 años después de bajar persiana. Sin embargo, el tiempo muerto que Lynch aprovechó para poner patas arriba todo su universo cinematográfico (y con él, nuestra idolatría hacia unos personajes a medio camino del mito), esta pausa extraña, parece no haber servido de mucho a Von Trier.
The Kingdom Exodus nos devuelve a un Rigshospitalet que ha visto cómo su fama se veía mancillada por la serie de un tipo llamado Lars von Trier. ¡Qué gran idea! En fin, la serie original no solo atrae a turistas, como la señora sonámbula (y aparentemente poseída por el Diablo) que coprotagoniza la serie, sino que tiñe toda la estética (ese color sepia, que no falte), arcos narrativos y personajes. Al frente de la unidad de neurología, el hijo del hincha sueco Stig Helmer, copia y deudor de su padre.
La serie, que en España estrenará Filmin, actualiza tramas pero no aporta novedad alguna para quien siguiera las temporadas anteriores, aunque puede abrir debates interesantes acerca de la referencialidad y la naturaleza de los reboots.
Cate Blanchet: firme, aguda y súper lésbica en 'Tár'
Cerraba la noche otro regreso, esta vez uno que ya no esperábamos: Todd Field, director de la excelente Juegos secretos, llevaba desde 2006 alejado de las grandes pantallas. Hoy volvía, avalado por una premisa intrigante y por una Cate Blanchett en pleno estado de gracia.
Tár es el biopic de Lydia Tár, genio indiscutible de la música clásica contemporánea con algún que otro asunto pendiente con su “intachable” postura feminista (la película de Field juguetea con el thriller para desvelar el por qué de dichas comillas). Lydia Tár, compositora y maestro real, podría haber nacido para ser un personaje interpretado por Cate Blanchett: firme, aguda, súper lésbica y con la cantidad justa de autoridad de un referente, que no una tirana.
A su alrededor se construye una película que pasa una primera hora absorbida por su discurso, sus gestos y sus valores, firmemente meritocráticos. Ella es el centro, y todo lo demás, incluida su pareja (Nina Hoss) y su fiel asistente (una Noémie Merlant más seria y apocada que nunca), queda desdibujado, relegado a los márgenes. Field demuestra un talento tremendo por dibujar una historia precisa que deja espacio para el misterio, un viaje de giros prístinos pero sorprendentes.
Tár no va de nada, hasta que despierta una tormenta que, en el fondo, no querríamos presenciar. La película puede perder a espectadores impacientes, pero es sin lugar a dudas un caramelito inesperado.