All the Beauty and the Bloodshed se coronaba como la mayor sorpresa de la gala de entrega de premios de anoche. Aunque supiéramos que los galardones han de poner la tilde en la calidad, dentro de una Sección Oficial repleta de títulos mediáticos por derecho propio, la victoria de un documental sin ínfulas acerca de una fotógrafa conocida solo en círculos especializados se sostiene como un gesto valiente en tiempos de descreimiento y bombo y platillo.
La película de Poitras es el segundo título de no ficción en hacerse con el León de Oro, nueve años después de que la Sección Oficial a Concurso se abriera al documental y le diera la estatuilla a Sacro GRA de Gianfranco Rosi. La de Poitras también marca el tercer año consecutivo en que la Mejor Película la dirige una mujer, tras Chloé Zhao por Nomadland y Audrey Diwan por El acontecimiento.
Cualquiera pensaría que la paridad está un paso más cerca, pero en una Competición de donde solo cinco de los veintidós concursantes eran femeninas, la decisión del jurado presidido por Julianne Moore sigue teniendo un carácter excepcional. Si a ello le sumamos que Cannes entregó este año su laurel a una película de cinismo recalcitrante (El triángulo de la tristeza de Ruben Östlund), el León de All the Beauty and the Bloodshed se yergue como un gesto de plante humanista y combativo.
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All the Beauty and the Bloodshed (“toda la belleza y la matanza” en inglés) dibuja un retrato de clave intimista acerca de la vida y obra de Nan Goldin, una de las fotógrafas más importantes del siglo XX. Apuntamos “vida y obra” como un conjunto, porque la artista nunca ha separado la una de la otra. Su carrera despega en los años setenta y ochenta, cuando se dedica a retratar sin tapujos a sus amistades queer en Nueva York. La dureza de su testigo, así como la energía incomparable de alguien que mira desde dentro, la convierten en un referente inmediato... Que, como ella misma explica, ninguna galería quiere exponer.
En 2017, Goldin cae víctima de la adicción a la Oxicontina, opioide creado por la familia Sackler, gran mecenas del arte y culpable de más de medio millón de muertes en EE.UU. Goldin decide usar el arte para denunciar su estrategia de blanqueamiento y expulsarlos de las instituciones. La apuesta de Laura Poitras, oscarizada por Citizenfour, pasa por tejer un gran tapiz que explique su lucha: la película yuxtapone imágenes del archivo familiar con la obra de la artista, y las hilvana a través de las confesiones íntimas de Goldin, acerca de aquello que sigue empujándola a la acción. El resultado se encuentra a medio camino entre el diario personal y la defensa aguerrida sobre el poder del arte como transformador político.
Un apunte: si bien All the Beauty and the Bloodshed podría regalarnos titulares cómodos acerca de la celebración y la defensa de un género tradicionalmente denostado como el documental, la doble victoria de Saint Omer complica el caso. La primera película de ficción de Alice Diop, una crítica mordaz a los valores de la Francia contemporánea desde los raíles del thriller judicial, se llevó un Gran Premio del Jurado que aplaudimos, pero también subió al escenario a recibir un inexplicable trofeo a la Mejor Ópera Prima… Como si toda la obra documental de su autora (Nous, La permanence, La mort de Danton) no contara para nada.
El premio a Diop fue el único asterisco en una gala marcada por la ausencia de grandes polémicas en el reparto de los premios. La odisea emocional de Taylor Russell, verdadera protagonista de Bones and All más allá de un notorio Timothée Chalamet, le mereció el galardón a Mejor Actriz Joven. Luca Guadagnino se llevó el trofeo a Mejor Dirección, también por Bones and All (no hubo réplica: la cinta toca con precisión las cuerdas del melodrama adolescente y el cine de caníbales). Guadagnino dedicó el premio a Mohammad Rasoulof y a Jafar Panahi, este último recordado en el palmarés con el Premio Especial del Jurado. Su película, No Bears, reflexiona acerca del poder y la responsabilidad de tomar imágenes.
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Normalidad absoluta en la decisión de premiar a Martin McDonagh al Mejor Guion, por The Banshees of Inisherin, un litigio entre buenos amigos con diálogos emocionantes y tiroteados. No corremos de acuerdo, eso sí, en haber entregado la Copa Volpi al Mejor Actor solo a uno de sus dos protagonistas, Colin Farrell (Brendan Gleeson tiene un papel menos resultón, pero igualmente poderoso). Parte de la platea esperaba que el galardón fuera para Brendan Fraser, a modo de homenaje por su vuelta a los papeles protagonistas en The Whale, de Darren Aronofsky, pero la polémica que ha rodeado su cuestionable representación de la obesidad mórbida puede haber decantado la balanza hacia una decisión más segura.
También ha sido conservadora, aunque acertada, la Copa Volpi a la Mejor Actriz. Se la llevaba la grandísima Cate Blanchett, ídolo y monstruo al mismo tiempo en Tár, de Todd Field. Blanchett agradeció el premio y quiso recordar que Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades de Alejandro G. Iñárritu le parecía una gran película. Por suerte, el honor quedó solo en una mención y el viaje narcisista de Iñárritu se fue de vacío a casa. Otro filme discutido y ausente del palmarés: Blonde, el biopic-retortijón de Marilyn Monroe por Andrew Dominik, con una Ana de Armas que ya va haciendo cola para la noche de los Oscar.