Siendo alumno de la Escuela de San Antonio de los Baños en Cuba, asistí a un encuentro con Peter Greenaway. El provocativo director inglés empezó su conferencia con una reflexión sobre el cine en general. Dijo: “Ford lo inventó, Welles lo perfeccionó y Godard lo destruyó”. Creo que Godard encontró un camino virgen y se dedicó toda su vida a recorrerlo en un ejercicio de enorme coherencia y utilidad para los demás.
Godard fue muy prolífico tanto en sus películas como en sus escritos, de manera que cuando hablamos de él tenemos que hablar de su doble faceta, siempre polémica, siempre remando a contracorriente, como cineasta y como escritor. Siempre me interesó lo que Godard filmaba y también lo que decía. Por suerte, fue generoso en ambas disciplinas.
Creo que fue un maestro de la comunicación. Los Cahiers du Cinéma recopilaron en dos extensos tomos todos sus escritos y entrevistas. Esos dos tomos atesoran tantas ideas cinematográficas y tantas lecciones de vida como sus películas. Me permito recordar una entrevista, de entre las muchas que le hicieron, y que figura en uno de esos dos tomos. En una ocasión, el gobierno francés derogó una ley que impedía a las televisiones insertar anuncios en la emisión de una película. Todos los cineastas se lanzaron en tromba contra esa ley pues pervertía el visionado de la obra de corrido.
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Un entrevistador le preguntó a Godard si le parecía bien que las televisiones insertaran anuncios entre el metraje de sus películas. Godard, no decepcionó. Dijo que le parecía muy bien. Que deberían insertarse de manera específica para mejorar la película y para mejorar el producto que se promocionaba. De esta manera, sugería que si en una película se mencionaba una lavadora, era el momento perfecto para insertar un anuncio de lavadoras. O si se producía una persecución de coches, era el momento ideal para anunciar coches Citroën, por ejemplo. Godard en estado puro. Nunca decía lo que decía el grupo. Individualidad en esencia.
Godard representa uno de los mayores exponentes del pensamiento autónomo y crítico. Sus películas van contra las convenciones. Sus entrevistas, contra las ideas dominantes. Godard es sinónimo de libertad individual por encima de todas las demás cosas. No creo que podamos encontrar otro cineasta con una obra tan amplia, con tanta calidad, con tanto riesgo, con tanta originalidad y que, además, en todas sus entrevistas o escritos se manifieste tan deliberadamente contra el pensamiento bienintencionado.
Sus películas no son perfectas y están lejos de los alardes técnicos a los que nos tiene acostumbrado el último cine de Hollywood
Me gustaría saber qué respondería Godard a preguntas tan tuteladas hoy en día como la emancipación de la mujer, el cambio climático o el racismo. Seguro que sus respuestas nos sorprenderían, nos harían reír y como consecuencia, nos harían reflexionar. Ahí radica la esencia del pensamiento crítico contra toda forma de ideología. En sorprender. Godard siempre daba una respuesta nueva. Muchos le atribuyen ironía, pero decía las cosas de manera a dejar la duda si esa ironía o no. El efecto era, evidentemente, muy perturbador.
Las películas de Godard son maravillosas. Están tocadas por la gracia. No son perfectas y están lejos de los alardes técnicos a los que nos tiene acostumbrado el último cine de Hollywood. Sus películas, torpes incluso en su ejecución, estaban cargadas de ideas y de hallazgos. Desde los famosos jump-cuts de A bout de soufflé, al inicio con una música arrebatadora en Le mépris o al baile de los tres amigos en A bande apart, en sus películas conviven ideas sesudas con una ligereza plástica de enorme vuelo.
Sus últimas películas no perdieron frescura ni interés. Recuerdo una secuencia de Éloge de l’amour en la que relaciona la idea del plano contra-plano con increíble fuerza y originalidad. El audio de la película, mediante una voz en off, dice: “plano, contra-plano” mientras muestra un plano de Humphrey Bogart en Casablanca y un contra-plano de Ingrid Bergman. Acto seguido, repite la misma operación con la misma voz en off diciendo: “plano, contra-plano” pero esta vez mostrando una imagen de un campo de concentración nazi y un campo de refugiados palestinos. Siempre incómodo, siempre mordaz, siempre certero.
Tras mi película Las horas del día estuve residiendo en la Cinéfondation del Festival de Cannes en París. Su director, Georges Goldenstern, nos dijo que podía organizar encuentros con cineastas y nos pidió que expresáramos nuestros deseos. Mis compañeros expresaron algunos que Georges pudo organizar. Recuerdo que yo le dije: “Godard”. Georges, muy amable, con su sonrisa sincera, me contestó: “No, Godard, imposible.” Hubiera sido un sueño compartir un café o una cerveza son él.
Georges me contó una anécdota sobre Godard. En su anterior trabajo, Goldenstern, había sido jefe de compras de la cadena ARTE. Como productor de Eloge de l’amour fue invitado a casa de Godard para validar el montaje final de la película. Godard dispuso en su salón un gran televisor con unos bafles de sonido especiales para que Georges viera la película en buenas condiciones. AL finalizar la proyección Godard le preguntó qué le había parecido. Georges, de nuevo con su sonrisa sincera, me dijo: “¿Qué le iba a decir a Godard? Solo podía decirle que me parecía muy bien.”
Esa modestia y respeto de un productor por la obra de un creador ya no se ve. Ciertamente, tampoco se ven obras del calado de las de Godard. En cualquier caso, demuestra la importancia del respeto mutuo entre productor y director.
Godard es al cine lo que Picasso ha sido a la pintura. Un maestro entre maestros, un innovador entre los genios
Se va un gran creador universal indiscutible. Tal vez el último gran gigante de la cultura del siglo XX. Godard es al cine lo que Picasso ha sido a la pintura. Un maestro entre maestros, un innovador entre los genios. Nos quedan sus obras filmadas y sus escritos. No es poco. En definitiva, lo más importante. Porque lo importante de un creador no es su vida, es su obra. Siento un infinito aprecio por su obra. También un infinito respeto por su persona como comunicador. Un pensador extraordinario.
La noticia de su muerte, escasos días después de la muerte de otra figura de inmenso recorrido como la Reina Isabel II, me ha dejado algo sorprendido pero no excesivamente triste. La muerte, a veces, sobreviene antes de que una persona haya tenido tiempo de concluir su cometido. En el caso de Godard o de Isabel II, la muerte ha sido paciente con ellos y generosa con nosotros. Ha sabido esperar para que ellos nos entreguen su obra en el caso de Godard y su ejemplo en el caso de la Reina de Inglaterra.
Si uno ve una película de Godard y no entiende nada, debería sospechar de su propia inteligencia
No tuve la suerte de conocer personalmente a Godard. Pero siento que lo conozco bastante bien a través de sus textos y sus películas. A toda persona inquieta, rebelde, indómita e inteligente, le recomiendo su obra. Los bien pensantes, los que quieren oír lo que todos repiten, los que quieren ver lo que todos muestran, los que se encuentran cómodos dentro de los dogmas o de las ideologías, los que no quieren pensar por sí mismos, ni ir en contra de las ideas dominantes o de las ideas pre-establecidas, les recomiendo que no se asomen a las películas de Godard.
En el mejor de los casos, no entenderán nada. Si uno ve una película de Godard y no entiende nada, debería sospechar de su propia inteligencia. Godard eterno, eterno Godard.
Jaime Rosales es director de cine. Su primer largometraje, Las horas del día, obtuvo el Premio de la Crítica Internacional en la Quincena de Realizadores en el Festival de Cannes. En 2007 estrenó su segunda película, La soledad, reconocida con el Premio Goya a la Mejor Película..