El director Brett Morgen (Los Ángeles, 1968) sufrió un ataque al corazón en 2017. Estuvo muerto tres segundos y en coma cinco días. Cuando despertó, lo primero que salió de su boca, sin saber cuánto tiempo había pasado ni en qué día de la semana vivía, fue: “Tengo que estar de vuelta en el trabajo el lunes”.
Antes del colapso, estaba preparando un trabajo para Marvel que compatibilizaba con un documental sobre David Bowie del que era guionista, editor, productor y director. Cuando fue consciente de lo cerca que había estado de la tumba, hizo balance de su estajanovista vida y concluyó que aquello no era lo que quería para sí en el futuro, sino una existencia más hedonista, inspirada en la filosofía vital de su último objeto de estudio.
“Tenía la oportunidad de crear una hoja de ruta de cómo vivir una vida plena y satisfactoria, porque el mensaje real tras este proyecto es disfrutar cada día: no hacer planes para mañana, sino sacarle el mayor partido al momento presente”, confesaba en el pasado Festival de Cannes, donde presentó el resultado de aquella revelación. El documental se titula Moonage Daydream y es el primero autorizado por los herederos del artista, que le facilitaron más de cinco millones de recursos de los archivos de Bowie.
Kurt Cobain, Rolling Stones...
La trayectoria de Morgen está llena de tributos documentales a iconos como Robert Evans (El chico que conquistó Hollywood, 2002), los Rolling Stones (Crossfire Hurricane, 2012), Kurt Cobain (Cobain: Montage of Heck, 2015) y Jane Goodall (Jane, 2017). En esta ocasión, quería salir de su zona de confort. “He estado haciendo películas de archivo toda mi carrera. Con Bowie quería hacer una película inmersiva para IMAX, sin información ni hechos, ni biográfica ni lineal”, describe.
Para ese objetivo contó con su animador de cabecera, Stefan Nadelman, y al mezclador de sonido Paul Massey, toda una institución en Hollywood, responsable de más de 226 títulos y oscarizado en 2019 por Bohemian Rhapsody (Bryan Singer).
“Toda la mezcla de sonido está dirigida habitualmente hacia el fondo de la sala, el entorno está pensado únicamente para aumentar el volumen y no se emplea demasiado en documentales. Yo quería un parque temático, un planetario, que la sala de cine cobrara vida”, dice el cineasta.
En el aspecto visual, la película coquetea con la psicodelia, las luces intermitentes, los baños de color y el diseño gráfico. El reto que le planteó a Nadelman era una sucesión de innovaciones. En cada secuencia le instó a no repetirse y a emplear un método distinto. Para el periodo de Ziggy Stardust, le pidió que coloreara los fotogramas con tonos fluorescentes.
“Mucha gente solo ha experimentado a Ziggy a través de la película de D. A. Pennebaker (Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, 1973), desenfocado y granulado, en una luz opresiva en rojo. Yo quería traer un mundo de color, una cornucopia”, explica Morgen.
Esta ambiciosa entrega le ha llevado cinco años y es un compendio de cortes de entrevistas, secuencias de películas, imágenes fijas, animaciones, retazos de conciertos, canciones completas y capturas de obras de arte, entre las que se hallan los propios trabajos de Bowie. No emplea bustos parlantes. Tampoco consta de entrevistas, tan solo de la voz en off del cantante.
“Es la experiencia Bowie. Mi objetivo no era definirlo, sino experimentarlo”. Todo, en una entrañable y muy british transmutación final...
Un camaleón en su ecosistema
David Bowie no limitó su capacidad de metamorfosis a la música. Entre sus discos, realizó papeles dispares en películas adscritas a casi todos los géneros. Hay fantasía, arte y ensayo, cine bélico, musical, drama y ciencia ficción.
Su primera aparición fue en un corto de terror en blanco y negro titulado The Image (Michael Armstrong, 1967). Su debut en el largometraje no le supuso un gran esfuerzo, ya que interpretaba a una de las muchas versiones de su personalidad sobre el escenario.
En la existencialista y filosófica El hombre que cayó a la Tierra (1976), de Nicolas Roeg, daba vida a un extraterrestre que trataba de salvar su planeta. Su palidez y su magnetismo sedujeron a Catherine Deneuve en El ansia (Tony Scott, 1983), un triángulo vampírico con Susan Sarandon sobre decadencia, deseo y sexualidad.
Ese mismo año daba un recital dramático en la atormentada piel de un prisionero de guerra en Java en Feliz Navidad, Mr. Lawrence (Nagisa Oshima), donde se batía en duelo de miradas con el pianista y compositor Ryuichi Sakamoto.
En 1986 volvía a hacer doblete. A finales de los sesenta, Bowie se había formado con Lindsay Kemp como mimo, lo que derivó en un espectáculo de teatro gestual que teloneó la gira de 1969 de la banda británica T. Rex.
Aquella formación actoral y su pasado glam cristalizaron en 1986 en su papel del rey de los duendes en la ‘coming of age’ Dentro del laberinto, donde daba la réplica a una quinceañera Jennifer Connelly y a unas marionetas diseñadas por Jim Henson.
En paralelo, estrenó otro título de culto, el musical Principiantes, del pionero del rockumental Julien Temple.