Paco León (Sevilla, 1974) es un caso atípico en nuestra filmografía, un tipo que se hizo famoso interpretando a Luisma en nada menos que 238 episodios de la sitcom costumbrista Aída. Personaje muy querido por el público, el pobre Luisma se había quedado un poco tonto por el abuso de drogas. Quizá nadie esperaba que su primera película como director, Carmina o revienta (2012), iba a convertirse en un gran éxito que uniría los aplausos del público y los elogios de la crítica.
Desde entonces, el actor y director ha estrenado una secuela del debut, Carmina y Amén (2014), la película episódica Kiki, el amor se hace (2016) y una serie sobre los años que pasó Ava Gardner en Madrid, Arde Madrid. Su apuesta más arriesgada llega hoy a los cines, previo paso a su estreno en Netflix, y ha concitado ataques despiadados y algunas encendidas defensas en su proyección en el exigente Festival de San Sebastián.
Adaptación libérrima del mito de El mago de Oz, mucho más conocido por la película de Victor Flemming de 1945, trata sobre una joven, Dora (la cantante de trap Dora Postigo), que huye de una mansión después de un oscuro incidente en el que muere el dueño, un poderoso magnate. Perseguida por la policía, Dora emprende su camino por las “baldosas amarillas” acompañada de un cincuentón deprimido (Luis Bermejo) y un joven que recoge de los vertederos (Ayax Pedrosa).
En un filme histriónico y desmedido, aparecen Carmen Maura y Carmen Machi como una pareja de lesbianas que parecen sacadas de una película sobre Cruella de Vil, un bar frecuentado por chinos con vírgenes con pistolas o una fiesta africana en la que se confunden lo moderno con lo lisérgico. Radical y audaz, Rainbow promete ser la controversia cinemática del año. ¿Genialidad o disparate?
Pregunta. ¿Quería arriesgar a tope con esta película?
Respuesta. Prefiero hacer una película mala y diferente a una buena que ya he visto. Me planteé un ejercicio de libertad, quise saber hasta dónde podemos dar rienda suelta a una necesidad de fantasía. La escribí durante la pandemia, un momento en el que necesitaba ese antídoto de libertad ante una realidad tan parda. Una cosa curiosa fue cuando tuvimos que escoger el género. Al final nos decidimos por “drama fantástico”, pero no hay nada puro en esta película porque me gustaba la idea de mezclar cosas. La veo como una pista de baile donde invitar a mucha gente a que participe. Hay muchas colaboraciones con personas a las que admiro: bailarines, maquilladores, fotógrafos… es como una polaroid pop. También quería mezclar generaciones, artistas emergentes con el viejo orden como Maura y Machi.
P. ¿Qué busca Dora al final del camino de baldosas amarillas?
R. Hay una búsqueda de la identidad. Este es un cuento en el que no hay príncipe azul ni historia de amor porque a quien está buscándose es a ella misma. Es un viaje iniciático, adolescente, para descubrir sus orígenes y quiénes son sus padres. Todos hacemos ese viaje de ida y vuelta, primero quieres diferenciarte de tus mayores, cuanto más mejor. Después, te das cuenta de que eres igual que ellos y se produce esa reconciliación y esa vuelta a casa. Esa es la historia, y es mejor hacer ese viaje de regreso pronto para que no se enquiste.
P. Vemos una España multirracial. ¿Quería mostrar la forma en que el país ha cambiado con la inmigración?
R. Las ideas de diversidad e identidad están muy relacionadas. Se trata de aceptarte a ti mismo, lo cual es algo muy actual. Ha habido un trabajo de figuración muy bonito y muy interesante, nos lo hemos currado mucho. Lo vemos todos desde los ojos de Dora, que son los ojos de una persona joven con esa inocencia y asombro. Para mí ser joven es algo que tiene mucho más que ver con la curiosidad que con la ausencia de arrugas. Ese bar de negros tiene un exotismo que parece fantástico porque surge la magia también. Creo que hay muchas realidades y tú eliges en cuál vivir.
P. ¿Por qué quiso inspirarse en El mago de Oz?
R. Es una excusa, un gancho comercial. Estuve buscando otros referentes que me permitieran crear un universo en la obra de Chéjov o en Sueño de una noche de verano de Shakespeare. Me gusta El mago de OZ porque es más abierto, se puede adaptar con menos pudor y tiene una protagonista femenina. Es una historia sobre el autoconocimiento y la idea de aceptarse. Me inspira la realidad, pero hay mucha magia en la realidad, muchos momentos mágicos. Esa escena por ejemplo en la que suena Vivaldi con imágenes rodadas en Azca (zona norte de Madrid). Es algo que viví una vez en Barcelona, estaba en la Plaza Cataluña y comenzó a sonar una orquesta de rusos. De repente, la realidad parecía un ballet contemporáneo.
P. ¿Cuál es el valor de los looks de los personajes en una película tan teatral?
R. A mí me encanta esa cosa transversal de la estética en la que se junta lo nuevo con lo viejo, el lujo con las tendencias que surgen de la calle. Es esa necesidad de mezclarlo todo para crear un nuevo orden. Estamos en un momento en el que las barreras se están rompiendo, las Kardashian combinan lo choni con el superlujo. Un mantero que vende por la calle está unido con la más pija del mundo a través de un bolso. Ahí está Rosalía, que junta lo más callejero con Gucci. Quiero mostrar lo cerca que estamos todos, vivimos en un mundo capilar en el que todo se relaciona, las grandes marcas copian a los raperos que van sin dientes. El pobre y el rico se miran con envidia mutua y se imitan.
P. ¿Qué papel quería que tuviera entonces la moda?
R. La moda en el cine tiene mala fama, es como mezclar cine y fútbol, no es fácil. La moda yo la entiendo como una manera de expresarse, de poner en valor tu diferencia. Me fascinan esos look no binarios, hay que tener mucha personalidad para llevar eso. Me pone mucho lo que están haciendo los jóvenes, un tío con una falda, y un viejo con unas mallas. Sucede algo refrescante. Estoy en una edad en la que puedo identificarme con el mundo de la Machi, pero también me siento lo suficientemente joven para hacer lo propio con los chavales. Hay mucha moda y hemos querido crear looks icónicos, que cada personaje sea como un cromo de Marvel del que puedas disfrazarte.