Los reyes del mundo de Laura Mora hoy lo son un poco más. Rá, Culebro, Sere, Winny y Nano, cinco chicos reclutados en las calles de Medellín, son los protagonistas de un cuento de hadas con final amargo. El cuento empieza cuando Ra recibe una carta del Gobierno por la cual es el legítimo propietario de unas tierras heredadas de su abuela, confiscadas por los paramilitares. Para recuperar lo que es suyo, emprende un viaje por media Colombia hasta encontrar el tesoro perdido. Pero los cuentos solo existen en los libros infantiles y en un país azotado por la miseria y la violencia, los desdichados como ellos están destinados a serlo para siempre.
El último plano de Los reyes del mundo, “nosotros seguimos despiertos y los demás están dormidos”, deja con el corazón en un puño. Empezando en las calles de una electrizante y brutal Medellín, con la imagen del caballo blanco como icono, la directora nos transporta a un verdadero tour de force que retrata con piedad y justicia el país. No es poco el mérito de Laura Mora en esta película, que nos muestra al mismo tiempo el horror cotidiano pero también la belleza de esa Colombia exuberante, festiva y original en todo. La belleza de sus paisajes y sus gentes, de una cultura mestiza, viva y sensual. Los reyes del mundo hace legítima la rabia, el furor y el llanto.
"He descubierto que el margen es donde está toda la belleza. Y estos chicos me han enseñado que la desobediencia es necesaria y, en un mundo tan difícil, siempre celebrar la vida a pesar de todo", ha declarado la directora al recoger el premio junto a los cinco protagonistas de la película y otros miembros del equipo.
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El premio al mejor director ha sido para el japonés Genki Kawamura por A Hundred Flowers (Cien flores). En la estela del inmortal Ozu, se trata de una película sobre la conexión entre generaciones protagonizada por una madre con una demencia mental progresiva y un hijo ingeniero robótico que acaba de ser padre. En un largo flashback, nos enteramos de que la mujer vivió una aventura tóxica que la apartó de su hijo por la que se siente culpable. Es una película bonita en el buen sentido de la palabra, no excesivamente original, por lo cual es un premio un tanto extraño.
Recibida con elogios por doquier, la estadounidense Runner, dirigida por la debutante Marian Mathias, cuenta el tímido romance entre dos jóvenes desamparados, Haas (Hannah Schiller), quien acaba de perder a su padre y está a punto de ser desahuciada y Will (Darren Houle), un chaval que subsiste a base de trabajos precarios. Con ritmo moroso y planos interminables, la directora apuesta por un cine poético y sensorial ambientado en la América profunda.
Los premios a la mejor interpretación han sido justos y necesarios. Desde el año pasado no existe Concha de Plata al mejor actor y actriz sino que se entrega solo uno para no discriminar sexos. El Jurado ha premiado por una parte a Carla Quílez, la adolescente protagonista de la lograda La maternal. Quílez, con unos ojos expresivos, llenos de vida, retrata con sensibilidad el proceso de maduración exprés de la protagonista.
Al principio, la conocemos rompiendo televisores en casas ajenas, enfadada con un mundo que cree le ha sido injusto. El proceso de embarazo, que acierta la directora, Pilar Palomero, a reflejar como interminablemente angustioso, transforma a la protagonista. Sus ojos, una vez más, se comen la película, le dan sentido, la dotan de esa mezcla de vitalidad y melancolía de la que hace gala.
Me alegro de que Paul Kircher, el joven protagonista de Le lycéen se haya llevado también el premio a la mejor interpretación. Recibida sin excesivo entusiasmo por la crítica, a mí sí me ha gustado esta película de Christophe Honoré en la que rememora la propia pérdida de su padre siendo un adolescente. En la piel de Lucas, el joven actor expresa con fuerza las emociones de duelo y confusión del personaje. Con su brillante trabajo, observamos en su rostro expresivo las emociones que también acompañan a la adolescencia, como la preocupación excesiva por meter la pata, la tristeza o la sensación de no ser comprendido.