El cineasta francés François Ozon deja claras sus intenciones desde la primera imagen de Peter von Kant, en la que la pantalla panorámica, teñida de naranja, magnifica un fragmento del célebre retrato que el fotógrafo Istvan Bajzat hizo del director alemán Rainer Werner Fassbinder. Así, Ozon pone en primer plano la mirada desafiante del director de Todos nos llamamos Alí, que al mismo tiempo revela el cansancio provocado por los años de exceso y frenesí creativo.
Fiereza y agotamiento, arrobamiento y desgaste, justamente los dos polos entre los que bascula esta adaptación libre de Las amargas lágrimas de Petra von Kant, en la que Ozon relee la monumental película de 1972 cambiando el género del personaje protagonista, que deja de ser una famosa modista para convertirse en un trasunto del propio Fassbinder.
Peter von Kant puede verse como una meditación acerca de la vigencia del carácter subversivo de Fassbinder. Sobre el papel, bien avanzado el siglo XXI, nadie debería sentirse incomodado por la historia de un artista homosexual que batalla contra el precio de la fama y el tormento amoroso. Sin embargo, cuando Ozon pone en boca de sus actores el texto original de Fassbinder, la idea del orden social, de lo tolerable, estalla en mil pedazos.
“Me follaba como un toro a una vaca”, le confiesa el protagonista (Denis Menochet) a su mejor amiga y confidente (Isabelle Adjani), recordando la brutalidad de su antiguo compañero. Luego, el propio Peter von Kant le regala una peliaguda advertencia a su joven amante norteafricano: “Tu silueta es tu capital”. La realidad de la Alemania Occidental de los años 70 puede parecer lejana, pero la certera virulencia de Fassbinder no ha envejecido un ápice.
La fuerza transgresora de su pensamiento, siempre listo para embestir contra la burguesía y la sociedad de consumo, palpita hoy con la misma irreverencia de antaño, aun cuando un autor como Pedro Almodóvar puede haber convertido esa escritura despojada y directa en algo familiar para el público español.
Devoción fetichista
Ozon, el gran reciclador –en 2000 ya llevó a la pantalla un guion de Fassbinder en Gotas de agua sobre piedras calientes–, intenta tomar el relevo del maestro alemán y logra hallazgos notables, como cuando pone en boca del personaje de Adjani una canción que repite aquel verso de Oscar Wilde que denunciaba que “todos los hombres matan aquello que aman”.
Por desgracia, Ozon también mata, a su manera, el espíritu de Fassbinder cuando se zafa de la rigurosa artificiosidad del filme original para abrazar una puesta en escena más naturalista. Ante la compostura de Ozon, resulta imposible no echar de menos la contundencia de los interminables y asfixiantes planos de Las amargas lágrimas…, así como el partido que sacaba Fassbinder de la presencia estatuaria de sus colosales actrices.
Cabe admitir que Menochet se exhibe en la piel de Peter von Kant, sobre todo en sus estallidos de furia, pero Ozon, con su devoción algo fetichista, termina convirtiendo al cineasta teutón en una suerte de tótem posmoderno. La pasión de Fassbinder… desgastada por Ozon