Hace tiempo que sabemos que asociar animación con películas para niños es caer en una simpleza. Producciones como Persépolis (Satrapi, Paronnaud, 2007) o Vals con Bashir (Ari Folmann, 2008), o series tan populares como Los Simpson o South Park, son ejemplos muy conocidos y brillantes. En Japón, Miyazaki, y en Estados Unidos, Pixar, han demostrado que se pueden hacer películas para jóvenes y mayores. En nuestro país, de hecho, la animación para adultos goza de una excelente salud como hemos podido ver en títulos como Josep (Aurel, 2020), Buñuel en el laberinto de las tortugas (2019) o la extraña e hipnótica Psiconautas, de 2015, dirigida por Alberto Vázquez y Pedro Rivero.
La animación, como es sabido, es un género de cocción lenta y siete años después de aquel filme, Alberto Vázquez (A Coruña, 1980), también autor de cómics, estrena su siguiente largometraje, Unicorn Wars, una verdadera joya.
En su nuevo filme regresa un imaginario conocido de personajes con cabezas con forma de huevo en la que sobresalen unos ojos llamativos y expresivos. Protagoniza un pelotón de soldados del Ejército Osito que al principio se entrenan para luchar contra los unicornios. La primera secuencia, sin embargo, ya nos sugiere que los unicornios no son malos y que más que ante una película bélica, estamos ante un filme pacifista.
Esta es una película compleja, muy hermosa visualmente, en la que la reflexión psicológica se imbrica con la política. Por una parte, vemos la rivalidad entre dos de esos soldados "ositos": Azulín, el malo, y su hermano Gordi, el bueno. Revive Vázquez el eterno mito de Caín y Abel al contarnos su conflictiva relación. No queda claro si Azulín es un psicópata o se ha vuelto malo por los celos a su hermano, más querido por su madre fallecida, pero Unicorn Wars construye con su figura un villano memorable, un tipo siniestro y oscuro que da verdadero pavor. Si hubiera que escoger un género para este filme sería el terror.
Mr Wonderful en el infierno
La utilización de figuras aparentemente cándidas para crear horror es un clásico del género, desde niños asesinos pasando por payasos macabros o muñecos infantiles con intenciones homicidas. En este caso, tanto los ositos como su estética, abundante en corazones y frases motivacionales, remiten al lado oscuro de emblemas del buen rollo como Mister Wonderful.
En Unicorn Wars, detrás de un mundo edulcorado en el que "todos los sueños son posibles" que forma parte del imaginario capitalista se esconde el mayor de los infiernos. Porque además de ser una versión libérrima de ese mito de Caín y Abel, que tan bien contó Visconti en Rocco y sus hermanos (1961), hay una brutal metáfora política.
['Cerdita', del acoso al gore]
En pugna por un "bosque mágico", en Unicorn Wars la guerra no tiene más razón de ser que su propia necesidad, una idea que también aparece en una novela tan famosa como 1984 de George Orwell. Como dice uno de los militares, las sociedades no pueden sobrevivir sin la construcción de un enemigo, sin estimular un odio a lo diferente que da mayor valor a lo que une al grupo. Los soldados ositos de la película no saben por qué odian ni por qué luchan, pero cantan al unísono que el "mejor unicornio es el unicornio muerto" en una espiral de violencia interminable.
A veces, la película verbaliza demasiado su mensaje como ese general que dice que la guerra es necesaria para mantener su propio negociado. Casi siempre, resulta profunda, arrebatadora e inquisitiva en la gran metáfora política que pretender ser y consigue. Algunas de sus imágenes, como esos ositos descuartizados, nos dejan atónitos y alcanzan una verdad poética. Otras, nos deslumbran gracias a ese imaginario al mismo tiempo naïf y desalmado.