La economía digital que marca nuestra era provoca situaciones y encuentros insólitos. Por ejemplo, en un coche cuyo conductor "alquila" plazas para costearse el trayecto y de paso ganar algún dinero. Después de Con quién viajas, debut de Martín Cuervo, en la que se asomaba al thriller desde la comedia, Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965) nos plantea un viaje muy distinto en clave más romántica en la que todo acaba hecho un pifostio.
El cine del director vasco siempre ha oscilado entre lo fantástico y el humor. Aquí, como en Crimen ferpecto (2004) o el éxito reciente de Perfectos desconocidos (2017), apuesta por la comedia pura y dura, haciendo gala de ese sarcasmo y oído para captar los prototipos hispánicos y la sociedad actual. Al volante, Julián (Alberto San Juan), ejecutivo de alto standing que todos los fines de semana realiza el trayecto en coche que une Bilbao con Madrid.
A lo largo de los meses se ha enamorado de una pasajera habitual, Lorena (Blanca Suárez), una chica más joven a la que tiene previsto comunicarle sus sentimientos. Lo que podría ser un viaje normal de regreso a la capital un domingo por la tarde, se convierte en un infierno cuando aparecen en el coche los dos pasajeros más indeseables, un guaperas de libro, Sergio (Rubén Cortada), y el insidioso, oscuro y catastrófico Juan Carlos (Ernesto Alterio), gozosa revisión del eterno caradura patrio.
Alex de la Iglesia nos recibe en su propio despacho, un lugar absolutamente único en el que se mezclan todo tipo de muñecos articulados, de La guerra de las Galaxias a Alien, máscaras carnavalescas o de hierro de la Edad Media. Y en el centro, reinando, dos muñecas gigantes que reproducen las gemelas diabólicas de El resplandor (Stanley Kubrick, 1980). Él lo define como "el paraíso del freak".
Pregunta. ¿El cuarto pasajero es una comedia romántica?
Respuesta. Empezamos así. Le dije a Jorge Guerricaechevarría (coguionista habitual del cineasta) que quería hacer una, pero ya se sabe que las cosas empiezan de una manera y acaban como quieren. Lo primero que me vino a la cabeza fue la imagen de un tipo ensayando una declaración de amor: "Te amo Lorena, te amo. Desde la primera vez que te vi en la carretera con tu maleta a rayas". Él está en un coche y ella llega, lo ve. ¿Por qué van en coche? Se nos ocurrió que la recogía todos los días. ¿Pero por qué? Y ahí es donde surge la idea del Blablacar. El problema es que quiere viajar solo con ella pero se le meten dos tíos más en el coche. Y resulta que uno es el tío que está más bueno del mundo, que te va a fastidiar la declaración, y el otro es el más pesado del universo. Las dos posibilidades peores. Esa es la comedia.
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P. ¿En la buena comedia el protagonista debe sufrir mucho?
R. Sí claro, todos sufren. El pobre Julián no consigue llegar a su objeto de deseo, pasa de tenerla de copiloto a que se le vaya detrás, tiene que mirarla a través de un espejo. Es una situación de atasco en la que sus vidas se detienen y la única posibilidad es salirse por la tangente en un movimiento inesperado.
P. ¿Los viajes compartidos son dinamita para la ficción?
R. No puedes salir del coche y no conoces a la gente. Estás obligado a convivir. Estás encerrado y no hay manera de salir. Luego el pobre protagonista no quiere quedar mal con ella, y por eso tiene que hacer esas cosas que haces por amor como ir a devolverle la maleta a Juan Carlos (Alterio). En otra situación lo deja tirado y punto, se hubiera acabado la película. Entonces la situación de encierro se perpetúa.
"Todo el mundo me saca de quicio, todo se malinterpreta y hay una crispación constante"
P. ¿Cómo ve a ese odioso Juan Carlos que le fastidia la vida al protagonista?
R. Es como echar en una cafetera todo el café molido chungo que Jorge y yo tenemos en la cabeza. Surge de encuentros con gente, de frases que odiamos, de lugares comunes… esa gente que dice "tiene la cabeza muy bien amueblada". Esas frases: "Soy un hombre del renacimiento" o eso de "tengo tantas ideas que tengo que anotarlas". Escuchamos cosas que se dicen ahora como "no me siento cómodo" o lo de "hay que salir de la zona de confort". Por no hablar de "esto es como todo". Lo que le pasa a Alberto es que Juan Carlos es su megaenemigo, su némesis. Pero hay un momento en el que tu némesis es el único en el que puedes confiar. Se abrazan, se dan besos.
P. ¿El enemigo nos define?
R. Tienes una complicidad con tu enemigo porque te conoce, es el tío en el que puedes confiar. Este tipo me entiende. Tengo amigos que después de haber sido enemigos cervales toda la vida han encontrado un punto en común. De repente se dan cuenta de que son el mismo.
P. ¿Pervive el eterno "caradura" hispánico?
R. Es como esa gente que dice "Bitols" (por Beatles). O lo de llevar pulseras, la chaquetita… Es una especie de sátiro, te mete en movidas, te va a meter en una ruina. Todo se soluciona mañana y es legal pero lleva veinte kilos de hachís, aunque es medicinal. Y luego pide 200 mil euros...
"Soy deudor de un cine de los 60 que me encantaba; todos corrían como locos, pero sin sentido"
P. ¿Los encuentros con desconocidos se prestan a una insufrible banalidad?
R. Es peor. Ahora todo el mundo te saca de quicio, te enloquecen, hay una crispación constante. Dices una cosa y está malinterpretada, otra también, no hay manera de tener un texto válido o establecer un debate. Incluso para hablar yo genero unos conceptos que solo manejo yo. Cuando hablo contigo, te identifico con un concepto que tú no controlas para confundirte y para demostrarte que estás fuera del discurso. Antes estabas equivocado, ahora estás fuera, no entiendes nuestros conceptos y nuestro lenguaje.
»»Esa situación de crispación te lleva a esos momentos cuando alguien te dice eso de "suelta la rabia que tienes dentro". ¿Pero qué rabia? Estoy enfadado. O "sé lo que vas a decir", no te lo he dicho todavía pero ya está mal. Esa situación de crispación en el debate y la vida pública te lleva a preguntar dónde está el arcén. Respecto a la banalidad, el problema también es que muy fácilmente te puedes meter en un follón. Vas siempre con mucho tiento y al final solo se habla de lugares comunes. Cualquier tema es susceptible de encontrar una base que no merece estar en el debate.
P. ¿Una comedia siempre tiene que volverse cada vez más loca?
R. Se vuelve más loca porque la vida se vuelve más loca. Soy deudor de un cine de los 60 que me encantaba. Películas como Aquellos chalados en sus locos cacharros (Ken Annakin, 1965), en las que vives una especie de desmadre en la que todos corren como locos pero sin sentido. Eso también pasa en la serie de animación Los autos locos: unas veces gana uno y otras veces otro, pero daba igual. La cuestión era ir corriendo desesperados por una carretera en un coche delirante. Reflejan algo que a mí me importa mucho. Me parece que la felicidad es estar metido en un follón irresoluble e intentar solucionarlo. Ese es el momento en el que te sientes vivo.
"Me alucina ver a gente joven más conservadora que yo"
P. Antes un rockero destrozaba una habitación y casi le daba más aurea, ahora le suspenden la gira y tiene que salir llorando a pedir perdón. ¿Vivimos tiempos menos tolerantes con la transgresión?
R. Lo que me alucina es ver a gente joven más conservadora que yo. Eso creo que tiene mucho que ver también con las redes. Ahí está "el pueblo" como el pueblo de Frankenstein, todos van con tridentes y antorchas buscando algún motivo de escándalo. Quieras que no, eso lo tienes metido en la cabeza y te da menos margen de libertad. Solo la ficción te permite esa libertad y cada vez menos.
P. ¿Cómo será la continuación de su serie para HBO 30 monedas?
R. Termino la segunda temporada y estoy escribiendo la tercera. Es una locura. En la segunda el villano es Paul Giamatti y el conflicto se internacionaliza. El demonio se encuentra con alguien que es más malo que él, con un tío que dice que no quiere nada, quiere la nada. No quiero destriparlo. Pero te puedo contar que les pide ayuda a los protagonistas para enfrentarse a alguien que no es que quiera algo, sino que quiere acabar con todo.
P. ¿Mejor monedas o criptomedas?
R. Mucha gente me dice "hoy he ganado mil pavos" con las criptomonedas. Yo ya me dedico al casino porque cada vez que hago una película me estoy jugando el colegio de las niñas y la universidad. Siempre estamos soñando con el pelotazo.