Una historia sobre un complot para que el fascismo tome el control de Estados Unidos en los años 30, un despampanante y caro diseño de producción que nos traslada a las trincheras de la Primera Guerra Mundial, al excitante Ámsterdam de los años 20 y a los ambientes depauperados y a los salones burgueses de la Nueva York de la Gran Depresión, un cuidado trabajo de cámara de toda una institución como Emmanuel Lubezki –responsable de la fotografía de El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011) o El renacido (Alejandro G. Iñárritu, 2015)–, y un reparto anonadante, comandado por Christian Bale, Margot Robbie y John David Washington y secundado por actores de la talla de Robert De Niro, Anya Taylor-Joy, Rami Malek, Mike Meyers, Chris Rock, Michael Shannon… ¿Qué puede salir mal ante tal acumulación de ganchos y talento?
Lo cierto es que Ámsterdam es un plato que no alcanza a equilibrar todos sus llamativos ingredientes, y el responsable no es otro que el polémico chef David O. Russell (Nueva York, 1958).
Otrora cineasta mimado de Hollywood, fijo en las nominaciones de los Óscar y los Globos de Oro durante un lustro, y hoy mirado con recelo por ciertas acusaciones de maltrato laboral (las estrellas George Clooney y Amy Adams han arremetido contra él) y de abuso por parte de su sobrina, el cineasta ha estado agazapado desde el estreno de Joy (2015), hace ya siete años, quizá esperando a que las aguas mediáticas se calmaran. No le ha servido este tiempo para alcanzar nuevas cotas en su cine, más bien al contrario: Ámsterdam agiganta los fallos del pasado.
Y es que si al director normalmente se le han dado bien la construcción de los personajes y el estilo visual (aunque siempre supeditado a un sinfín de referencias que acaba por restar personalidad a sus trabajos), más reparos se le pueden poner al tono de sus películas, en un lugar extraño entre la comedia y el drama (o en ambos sitios a la vez), y a las tramas, donde el caos suele ser el rasgo primordial.
El cine bélico en Tres reyes (1999), el drama pugilístico en The Fighter (2010), la comedia romántica en El lado bueno de las cosas (2012)… David O. Russell acostumbra a retorcer los géneros cinematográficos para romper las expectativas de los espectadores, pero la jugada no siempre funciona.
En Ámsterdam, que se estrena el 28 de octubre, el director trata de rizar el rizo. La película juega a ser thriller de conspiraciones, drama romántico y comedia negra, con una pizca de novela policíaca a lo Agatha Christie, un toque de screwball comedy a lo Preston Sturges y un envoltorio que remite a la estilización muy construída de Wes Anderson. El problema es que las partes no ligan bien en el conjunto, que además peca de presentarse como más complejo de lo que realmente es.
Al igual que en La gran estafa americana (2013), Ámsterdam arranca con esta frase: “Mucho de esto realmente ocurrió”. David O. Russell se sirve de una trama real orquestada por poderosos empresarios en 1933 para derrocar al gobierno de Estados Unidos y sustituirlo por un líder cercano al fascismo europeo. En esta conspiración se ve involucrado el trío protagonista, que remite (salvando las distancias) al de Jules y Jim (1962) de François Truffaut.
Christian Bale interpreta a Burt Berenson, un histriónico y peculiar médico excombatiente que ayuda a los veteranos de la Primera Guerra Mundial que han quedado desfigurados o que sufren fuertes dolores. Él mismo volvió de Francia con un ojo de cristal. Por su parte, John David Washington es Harold Woodman, viejo amigo de armas de Berenson y ahora un exitoso abogado. Y Margot Robbie es Valeria Voze, una valiente enfermera que salvó la vida a ambos en un hospital de campaña tras ser alcanzados por la metralla de una bomba, y que además es una especie de artista surrealista.
En un largo flashback vemos cómo se cimenta la amistad para toda la vida de este trío en el feliz tiempo de charlestón que comparten en Ámsterdam tras el final de la contienda, aunque todo resulte demasiado escrito, sin chispa ni auténtica pasión.
Demostrar la inocencia
De vuelta a Nueva York, Harold es contratado para investigar la muerte de un senador por parte de su hija, que es asesinada poco después, convirtiéndose tanto él como Burt en los principales sospechosos. Decididos a demostrar su inocencia, ambos se ven involucrados en la maquinación política antes referida.
En el viaje que emprenden para limpiar sus nombres, aparece un ramillete de excéntricos secundarios: dos agentes secretos (Mike Meyers y Michael Shannon), más interesados por la ornitología que por el tablero político, una pareja de ricos burgueses (Rami Malek y Anya Taylor-Joy), unos policías algo cazurros (Matthias Schoenaerts y Alessandro Nivola) y un General insobornable (Robert De Niro).
Película caótica, a veces cursi, Ámsterdam resulta fallida (tanto que no sería de extrañar que en unos años se convierta en un filme de culto), lastrada por diálogos poco inspirados y ciertas florituras de estilo que aportan poco (especilamente la voz en off de Bale). Por no hablar del sonrojante happy end, otra de las obsesiones de un director al que, al menos, no se le puede tachar de falta de ambición.