Tantos y tantos momentos, por Isabel Coixet
Robert de Niro entrando en un bar a cámara lenta mientras suena Jumping Jack Flash. La cara de la inolvidable Amy Robinson a punto de largar a Harvey Keitel. “La soledad me ha perseguido toda mi vida”. La pamela y las plataformas de Jodie Foster. Cathy Moriarty dejándose admirar en la piscina. Michelle Pfeiffer y tras ella, Daniel Day Lewis, ambos con los ojos cerrados, soñando con un beso que no se produce. Winona Ryder levantando lentamente la mirada hacia un marido que planea abandonarla. La voz de Joanne Woodward narrando Edith Wharton. Paul Sorvino cortando ajos. “Desde que mi memoria alcanza siempre he querido ser un gangster”. Spaghetti con albóndigas. Griffin Dune en un taxi a ninguna parte. Hay tantos y tantos momentos que se agolpan en mi cabeza cuando leo el nombre “Scorsese” que me resulta imposible destacar unos sobre otros. Martin, te admiro y te aprecio y ojalá no te mueras nunca.
Más icónico que Walsh, más cinético que Turner, por Isaki Lacuesta
¿Se puede ser al mismo tiempo cinéfilo y cineasta? Ésa era la gran pregunta a la que se enfrentaban Martin Scorsese y sus compañeros de generación. ¿Se puede seguir haciendo un cine vivo cuando sabes demasiado? Raoul Walsh, que siempre fue uno de los grandes referentes de Scorsese (un padrino, un tío abuelo), dejó escrita en sus memorias cómo era la experiencia de los pioneros: descubrían lo que era un travelling al mismo tiempo que lo inventaban, el cine era el far west.
En cambio, para los cineastas de la generación de Scorsese, las salas de cine fueron el útero donde crecieron a salvo de los conflictos de los barrios de inmigrantes, donde lo aprendieron todo sobre la vida real: así, cuando por fin nacieron y salieron a las calles, descubrieron que no eran pistoleros sino filólogos del cine.
[Martin Scorsese: "Los estudios ya no apoyan a los cineastas como yo"]
Scorsese resolvió el problema con brillantez. Regó de anfetaminas todo lo que había aprendido de sus maestros y lo llevó al paroxismo: sería aún más icónico que Walsh, más cinético que Tourner, sus pistolas brillarían más que las de Ulmer. Tomó lo que conocía mejor que nadie, las vidas específicas de las familias de inmigrantes a medio asimilar, y las trasladó desde el fondo implícito en el cine de género al plano principal. Y lo más importante: hizo que los rodajes fueran la aventura que aún tenía pendiente por vivir, el salvaje oeste del cinéfilo.
Un ejemplo: en New York, New York, Scorsese decidió improvisar toda la planificación en el plató, como hacían en el escenario los músicos que tanto le gustaban. Pero al mismo tiempo, era capaz de apagar las luces del plató progresivamente, por zonas, para dar riqueza a los fundidos a negro tal y como hacían algunos maestros clásicos.
En 1990, Scorsese fundó la Film Foundation, y desde entonces trabaja para la preservación del cine histórico en todo el mundo, en colaboración con restauradores como Paolo Cherchi Usai. Después de salvar más de un millar de películas, podemos plantearnos con justicia si esta labor ha sido tan importante como su filmografía. Y se lo agradecemos: al fin y al cabo, pocos pistoleros se ocupan a la vez de reconstruir tan generosamente la escena del crimen.
Last but not least, como en cada aniversario de Scorsese, vaya desde aquí nuestro homenaje al traductor que convirtió After hours en Jo, ¡qué noche!. ¡Brindamos a su salud!
Innovador, fresco, original, por Clara Roquet
Scorsese es un referente absoluto. Me inspira su valentía y como explora las formas en cada una de sus películas. Es un cineasta innovador, fresco, original, que siempre está buscando su propio lenguaje. Ves una película de Scorsese y enseguida reconoces a su autor, no puede ser de nadie más. Y eso que se ha atrevido a hacer cosas muy distintas. Por ejemplo, La edad de la inocencia se distancia absolutamente del resto de su filmografía. Esa exploración y esa mirada tan fuerte me interesan.
Además, a pesar de ser tan mayor, tiene una relación muy joven y juguetona con el cine, de exploración y experimentación. Sin olvidar que también es un gran cinéfilo que trata de poner en valor la historia del cine a través de una encomiable labor, y eso se nota en sus películas. Tiene uno de los discursos mejor articulados sobre la materia y, por eso, lo admiro muchísimo.
La película de Scorsese que más me ha marcado es Malas calles, y más después de ver el documental en el que va con sus amigos por el barrio grabando los sitios que después salen en la película. Es un filme muy personal, muy íntimo, en donde pone la cámara delante de una realidad que conoce y que ama profundamente. La estructura es muy peculiar, en vez de tres actos tiene solo un gran acto. Es un filme muy suyo, muy característico, creo que acabó de encontrarse allí.
En Malas calles te deja ver de dónde viene y siempre he pensado que cuando alguien graba los sitios que conoce y ama, lo hace con más acierto y especificidad que nadie. Además, tiene una de las mejores presentaciones de personaje de la historia del cine, cuando al ritmo de Be My Baby Robert De Niro deja una bomba en un buzón y sale corriendo, así que ya sabes que es una persona explosiva. Y después está toda la parte espiritual del personaje de Harvey Keitel… Es una película muy juguetona y muy libre.
Verdad y dolor, por Jaime Rosales
Muchas películas que me gustan al salir de la sala, tras su visionado, se van empequeñeciendo con el tiempo y caen en el olvido. Otras que no me gustaron en un primer momento, crecen y me acompañan durante el resto de mi vida. Con casi todas las películas importantes de Scorsese me ha sucedido lo segundo. Taxi Driver, Toro salvaje, Uno de los nuestros, Casino o El lobo de Wall Street me desagradaron cuando las vi por primera vez y luego fueron creciendo con los años.
Recuerdo mi primer visionado de Taxi Driver. Vi la película y, aunque venía precedida de un prestigio enorme, no me convenció. Fueron pasando los meses, los años, y sus imágenes no me abandonaban. La volví a ver. Todo me causó admiración y sorpresa.
Sus personajes eran de carne y hueso; transmitían verdad y dolor: el Travis encarnado por Robert de Niro, mezcla de dureza e ingenuidad; la chica a medio camino entre sofisticación y sencillez, encarnada por Sybill Shepherd; la niña interpretada por Jodie Foster, tan perdida como el propio Travis, en un mundo cruel con apariencia amable.
Las imágenes de la película eran certeras y perturbadoras. Una ciudad de Nueva York fascinante e inhóspita a la vez. Scorsese ha propuesto una mirada sobre su país a medio camino entre el amor y el rechazo. Agradezco su agudeza y su honestidad.
El director más joven, por Arantxa Echevarría
Scorsese es uno de los más grandes maestros del cine. Pienso en él y me vienen a la cabeza Coppola y todos esos cineastas que en los 70, 80 y 90 te llevaban emocionalmente a los bajos fondos de la sociedad americana. Y Scorsese todavía lo está haciendo en los últimos años con películas como El lobo de Wall Street. Digamos que te mete la cabeza en una presa y te hace saltar un ojo. Sin embargo, la violencia en sus películas, aunque sea desde el punto de vista más extremo que uno pueda imaginar, eso de matar a alguien mientras está comprando fruta, nunca me ha parecido banal o baladí.
Todo el mundo hablará de Uno de los nuestros o de La última tentación de Cristo, pero a mí la película de Scorsese que más me gusta es Casino. Me atrapa su virtuosismo narrativo y de cámara, la economía de medios… Todo parece super sencillo, pero está hecho con una barbaridad de técnica y de talento. Me maravilla cada vez que veo una de sus secuencias.
Creo que descubrí la película cuando tenía 18 años y ya pensé que Scorsese era uno de los directores más modernos, punteros e inteligentes que había visto en mi vida. Hace poco, bicheando en esas plataformas donde ya es aburrido y eterno buscar algo nuevo, me volví a cruzar con Casino. Le di a play y enseguida percibí que sigue siendo un filme actual. La secuencia en la que cuenta cómo se desfalca todo el dinero de los casinos de Las Vegas y se lleva a Nebraska es impresionante. Tendrá como 200 planos: de pronto una mano coge un fajo de billetes, de pronto se mete en una bolsa, de pronto un avión… Todo es como de pronto y a una velocidad endiablada.
Lo único que puedes decir es que bien que tenga 80 años y que siga rodando. Da igual la edad que tenga, porque no tiene la misma lógica narrativa que el resto de los directores. Y tiene otra cosa que me fascina: todo lo que me gustaría ver de una historia, él lo acaba plasmando, todas las apetencias de mi cerebro. Es impresionante, el director más joven del cine mundial.
Un director entusiasta, por Borja Cobeaga
Una de las mejores cualidades de un cineasta es el entusiasmo. La pasión por su trabajo, por el cine, la que se refleja en cada una de sus películas. Ese entusiasmo puede estar combinado con la falta de medios y talento, como en el caso de Ed Wood, o puede ir de la mano de la brillantez, que es lo que pasa con Martin Scorsese.
Basta escuchar al propio Scorsese en sus documentales sobre cine italiano o verlo reír a carcajadas en sus conversaciones con Fran Lebowitz para darse cuenta de que Scorsese es un entusiasta. Por supuesto que el director de Taxi Driver conoce bien la oscuridad y sabe retratarla en sus películas, pero la imagen que tengo de él es la del vitalista, la del que rueda planos arrebatados y arrebatadores de la misma forma que parlotea nervioso en las entrevistas.
A mí ese torrente visual me tocó muy fuerte cuando vi de adolescente El cabo del miedo. Esos planos inclinados, esos zooms locos, esas pantallas partidas me dejaron boquiabierto y provocaron, en el aspirante a director que era yo, un par de cortos caseros con muchos planos inclinados, zooms locos y pantallas partidas. Afortunadamente para mí (y para todo aquel que vio esos cortos), dejé de imitarlo y ahora me limito a disfrutar cada película que dirige, que siempre parecen hechas por un director joven y muy entusiasta.
Una dimensión antropológica, por Belén Funes
Descubrí a Scorsese en la escuela de cine, en la asignatura de Historia del Cine.
Nos contaron que Scorsese formaba parte de un “grupo salvaje” de cineastas que habían modificado la forma del cine, allá por los años 70. Habían modificado las temáticas dominantes y se habían atrevido a hablar del trauma de América: la guerra del Vietnam.
Mi película favorita de Scorsese es Taxi Driver, la historia de un enfermo que encuentra consuelo en un mundo igual de enfermo y violento que él. Es una película amada y admirada porque de alguna forma, le confiere al cine una dimensión antropológica, lo convierte en una herramienta capaz de trazar el mapa humano de un país entero.
La escribió Paul Schrader. Es interesante igualmente que su última película, El contador de cartas, vuelva a hacer una reflexión acerca de qué hacemos con todos los que enviamos a la guerra. Nos demuestra que cada uno tenemos nuestras obsesiones y que eso puede ser un motor imparable para la creación.
Subyugar al espectador, por Daniel Monzón
Scorsese rueda como habla, como una metralleta, con la pasión, la contundencia, la absoluta entrega con que le escuchas disertar sobre una joya de la serie B americana o un ignoto melodrama italiano que solo él recuerda.
Su cine es reflejo de sí mismo, cargado de una cinefilia extraordinariamente asimilada, aplicada y magnificada. Sus películas buscan la intensidad, el impacto, subyugar al espectador desde una expresión formal siempre asombrosa, vanguardista y al mismo tiempo clásica, porque en su estilo la tradición y la experimentación cabalgan juntas.
Elegir una sola de sus películas es imposible, todas me gustan, incluso las que no me gustan. Pero Malas calles fue la primera que podríamos definir como “puro Scorsese” y creo que en ella está contenido todo su cine; tiene ya su posterior rabia formal y los temas a los que volverá una y otra vez (el peso de la familia, la violencia, el barrio, la amistad casi como condena, la aflicción religiosa…), y asimila los postulados de la Nouvelle Vague a la tradición americana para brindarnos un thriller callejero de aroma casi documental que te deja más seco que un balazo en la garganta.