Los detalles contienen la maestría de los grandes cineastas. El estadounidense James Gray (Nueva York, 1969) es uno de ellos. Junto a Paul Thomas Anderson, David Fincher, Quentin Tarantino y Wes Anderson, quizá el más identificable de los norteamericanos a través de su filmografía, sostenida y sustentada por hilos comunes que la hacen irremplazable. Y su última película, sin duda la más autobiográfica de todas ellas (en una obra con tendencia natural a la inspiración biográfica), está llena de detalles bien reveladores.
Muy al principio de Armageddon Time, por ejemplo, cuando aún queda todo por decir en esta maravillosa crónica de aprendizaje (o coming of age, en terminología hollywoodiense), la cámara hace un zoom a los ojos de un retrato en blanco y negro de Mohammad Ali. Semejante gesto por parte del cineasta se revelará como una advertencia y un anticipo del filme, que se fue de vacío en la competencia de Cannes y que ahora llega a salas españolas.
La advertencia es que el relato de iniciación aparentemente convencional de un púber judío con vocación de artista en una escuela de Queens en el año 1980 (he ahí el itinerario autobiográfico del filme) estará tocado por el gen de la rebeldía, para revelarse finalmente como una crónica que trasciende sus propias convenciones.
[James Gray: "Seguimos en el desastre neoliberal que empezó en los años 80"]
El anticipo es la determinante amistad que el chico, Paul Graff (Banks Repeta), forjará con el indomable Johnny, un sedicioso compañero de clase afroamericano (Jaylin Webb) que sufre la marginación institucional y social, agudizada por su condición de huérfano bajo la tutela de una abuela enferma.
Por motivos bien distintos, estos dos jóvenes rebeldes evocarán las correrías y aprendizajes delictivos del pequeño Jean-Pierre Léaud y su compañero en Los 400 golpes (1959), sin duda un referente seminal para el autor neoyorquino, quien en la secuencia climática de un hurto en la escuela sellará explícitamente esa deuda con Truffaut.
Renuncias morales
Como casi todo en la valiosa filmografía del autor de La noche es nuestra (2008), su nuevo trabajo exhibe una perpetua tensión entre la necesidad inclusiva de sus personajes (sentirse parte de una familia, una comunidad, un lugar, un sistema, una tradición) y las renuncias morales y de libertades personales que eso inevitablemente conlleva. El grupo frente al individuo. La posición ética de nuestro protagonista, que debemos asignar también al cineasta dada la significación del gesto, quedará definida en el último plano, la última decisión del protagonista.
Con detalles como estos, entretejidos a lo largo de la narración sin hacerse siempre del todo evidentes (sobre todo con la tierna relación que establece el niño con su abuelo, interpretado conmovedoramente por Anthony Hopkins), la película nos gana paso a paso, nos involucra en sus veleidades y en el pretérito autobiográfico del cineasta.
No es tarea fácil ni evidente, requiere el coraje de la honestidad, poner en escena episodios de infancia sin rememorar un romanticismo idealizado. Gray no rehúye las altisonantes, histéricas discusiones familiares, los maltratos físicos del padre a golpe de cinturón, el miedo de un chaval que entra en el hogar con la conciencia de culpa y el pavor a no ser comprendido. Gray incluso adopta la cámara subjetiva (la mirada de Paul) en determinados momentos.
[Martin Scorsese visto por los directores españoles: "Ojalá no te mueras nunca"]
Y así Armageddon Time nos adentra en los estupores y los temblores del final de la infancia, y el descubrimiento por tanto de las oscuridades del mundo alrededor, con una clase de sensibilidad fuera de norma, transparente, sin maquillajes sentimentales para retratar la violencia psicológica que supone despertar a la vida.
Lo hace además integrando su tenue atmósfera en la sutil corriente subterránea de una sociedad de clases, dividida entre demócratas y republicanos en el crucial periodo histórico en que Ronald Reagan se proclamó presidente, añadiendo así más capas de complejidad y emoción a la historia.
En el segundo acto del filme, señalado claramente con un fundido a negro que da paso a las potencias tenebrosas del relato, la familia de Paul decide cambiarle a un colegio privado sostenido por la Fundación Trump (en una intrigante secuencia protagonizada por Jessica Chastain), y así el filme introduce un tema crucial, de contenido histórico-político, en la ecuación.
Todo lo que acontece alrededor o en los márgenes de la educación sentimental de Paul, que se revela verdaderamente como una formación moral, rehúye el barroquismo, el exceso dramático y la pulsión épica que caracteriza el cine de Gray, sostenido por unas interpretaciones completamente entregadas al factor humano de la historia (memorables Jeremy Strong y Anne Hathaway en la piel de los padres), dando así forma y contenido a una pieza que emerge desde ya como centro neurálgico de una seductora filmografía, que no en vano bien podría explicarse desde y alrededor de Armageddon Time.