Uno de los actores propuestos para participar en el rodaje de El espíritu de la colmena, preguntó al productor si para hacer la película era obligatorio entender el guion. Era un hombre inteligente, ¿qué estaba sucediendo? Una explicación posible podría estar en que aquel filme representaba a un cine desconocido en nuestro país, lo que desconcertaba al actor y le dejaba sin referencias.
La película de Víctor Erice no inaugura nada, y al mismo tiempo inicia todo. Es un filme de 1973. Han pasado cuarenta y nueve años. Las siguientes generaciones de cineastas han seguido, y diría que algunos siguen, utilizando la película como modelo de manera más o menos consciente. ¿Por qué? ¿Por que era cine de autor y hasta ese momento no se había hecho aquí ese cine? Afirmar esto sería inexacto e injusto. Las razones deben ser otras, y no dejan de ser peculiares.
El espíritu de la colmena acabó, ella sola y de un plumazo, con un enorme complejo cultural. Un cineasta desconocido se atrevía a tratar el cine como una forma más de arte en un país en el que esa expresión estaba (y tal vez lo esté) proscrita, hipocresías actuales aparte.
Y para colmo, Erice jamás consideró estar haciendo arte. Sencillamente, su formación de cineasta provenía de una relación con las películas que se manifestaba como un arte y no solo como industria. Conectaba con una corriente creativa asentada en Europa hacía años.
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El espíritu de la colmena es una película que procede directamente de una época de la historia contemporánea que se conoció como modernidad. Tendencia o corriente de la cultura muerta hace tiempo, pero, igual que las siguientes olas proceden del mismo mar, parece quedar una leve conexión.
Eso es lo que sucede con Erice y su película. Dicho en simples palabras, hizo una obra que ha dejado huella. Una huella profunda, duradera y nada artificial, ajena a las modas de aquel momento y a las de este. Hizo un clásico sin pretenderlo.
Es más, por lo que sé, y dado que la película tuvo un presupuesto muy bajo, sus resultados en taquilla fueron más que decentes. Todavía hoy es una película de referencia, una cult movie en el mundo entero, desde San Francisco a Tokio.
Sus imágenes contienen una serie de virtudes que van desde una precisión narrativa absoluta hasta un realismo poético único, además de abordar uno de nuestros temas tabúes que persisten en la actualidad: los terribles efectos de la posguerra sobre la población civil.
En mi opinión, el cine español siempre tendrá una deuda con ella. Deuda que, me temo, no reconozca más que con la boca pequeña. Muchos nuevos directores y directoras siguen estimulados por esa libertad creativa tan rara de hallar.
Su modernidad resiste a la posmodernidad, al marketing en los guiones y a cientos de modas culturales que se reproducen a la velocidad de la luz. Su valor artístico pervive en un inestable presente, aunque esto no se suela entender así.