El mayor cineasta japonés contemporáneo, Hirokazu Kore-eda (Tokio, 1962) ha contado muchas veces que de niño su padre, comercial en una gran corporación, se ausentaba con frecuencia de casa. Esas ausencias, que vivió siempre con gran temor a que no regresara, le hicieron ser consciente del sentimiento de desamparo que es inherente al ser humano.
La inolvidable Nadie sabe (2004), la película que lo convirtió en una celebridad internacional, ya trataba sobre unos niños de padres desconocidos que son abandonados por su madre en un apartamento y habitan en una mezcla de mendicidad y salvajismo.
En Broker, el centro de la acción también es un niño abandonado, en este caso un bebé. Un niño que también es un objeto mercantil, ya que dos delincuentes de poca monta, el veterano Sang Hyeon (Song Kang-ho) y el joven Dong-soo (Dong-won Gang), tratan de venderlo al mejor postor. La historia sucede en Corea del Sur, lugar en el que el cineasta rueda por primera vez.
En ese país, existen los “buzones de bebés”, donde madres desesperadas pueden abandonar a sus hijos confiando, en teoría, que terminarán en buenas manos. Esos dos protagonistas, a los que se suma la desnortada madre, So-young (Lee Ji-eun, célebre estrella de K-pop), una prostituta que huye de la policía, acaban formando una extraña “familia” de desarrapados, que nos recuerdan al muy disfuncional grupo de Un asunto de familia (2018), ganadora de la Palma de Oro en Cannes.
Explica Kore-eda sobre el origen de Broker: “Cuando hice De tal padre, tal hijo (2013) estuve investigando acerca de las adopciones y me enteré de que en Japón, en la ciudad de Kumamoto, tenían este sistema de “buzón de bebés”. Después me contaron que ese sistema de buzones en Corea es muy popular y era mejor trasladar la historia allí”.
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Traficantes de bebés
Las películas de Kore-eda son sensibles y delicadas, pero también transgresoras a su manera. Si en Un asunto de familia nos mostraba la humanidad de unos carteristas y estafadores que parecen despreciables, aquí nos encontramos con unos traficantes de bebés.
“En mis historias siempre me gusta presentar todos los puntos de vista, los diferentes ángulos", explica el director. "En Corea me entrevisté con policías y también con padres que estaban en espera de un niño en adopción. Incluso pude ver un enlace por internet en el que se producía esa venta de bebés. En la película, lo que hago es reflejar todos estos puntos de vista”.
La figura del delincuente con buen corazón forma parte una larga tradición narrativa que se remonta varios siglos. Dice Kore-eda: “Me gusta dar una vuelta a las historias. A los personajes de Un asunto de familia la gente los llama gentuza, pero nadie se para a pensar cuáles pueden ser los motivos de sus hurtos, si no tienen otra forma de sobrevivir. En Broker, la situación parece muy clara, unos son los buenos y los otros son los malos. Pero según va avanzando la película no queda tan claro. Al final, según en qué cosas, puede que los malos tengan mejores sentimientos que los buenos”.
La grandeza del cine de Kore-eda reside en su gran humanidad. En todas sus películas, el japonés nos muestra la fragilidad que nos caracteriza como seres sensibles, nuestra necesidad primitiva de ser amados y sentirnos protegidos. En Broker, tanto los dos traficantes de bebés como la madre, una prostituta acusada de asesinato, llaman a nuestra compasión.
Una experiencia fuerte
“No sé si se puede llegar al punto de decir que la falta de amor es el motivo por el cual estos personajes cometen actos delictivos”, dice Kore-eda. “Lo que sí es cierto es que ninguno ha tenido nunca la sensación de que alguien les haya profesado verdadero amor. Eso es algo que está en una línea de diálogo en una de las escenas finales cuando uno de los personajes dice: ‘Me gustaría que alguien me hubiera dicho alguna vez gracias por estar en este mundo’. Esta sensación de que alguien agradezca tu presencia es una experiencia muy fuerte, muy intensa, que marca mucho la personalidad y cómo te vas a comportar en la vida”.
En el fondo, como en casi toda la filmografía del director, subyace la idea de familia no como unos lazos comunes de consanguinidad sino de verdadero afecto. Resume Kore-eda: “El concepto de familia hay que entenderlo desde la diversidad, debemos aceptar que hay muchos tipos de familias. En Japón lo que pasa es que todavía hay mucho apego a la idea de que una familia solo existe cuando hay lazos de sangre, se siguen sin otorgar derechos a las parejas de hecho, por ejemplo. Mis familias son familias construidas y en mi país las llaman de ‘imitación’. En Occidente existe la idea de la ‘familia que eliges’. Eso me gusta más”.
Cineasta emblemático de la cultura japonesa, como heredero más distinguido de Yasujiro Ozu y Kenji Mizoguchi, maestros también a la hora de tocar las notas más delicadas del alma, Kore-eda rueda por primera vez en Corea del Sur después de su primera incursión extranjera con La verdad (2019), ambientada en París y con Catherine Deneuve como protagonista.
Sintetiza así las diferencias culturales entre ambos países asiáticos: “Son dos naciones con algunos aspectos muy parecidos y otros muy diferentes. Quizá la mayor diferencia es el peso de la religión. En Corea, el cristianismo tiene mucha fuerza. Las adopciones, la entrega de bebés a la Iglesia o este tipo de buzones están muy arraigados. En sitios de provincias también ves que hay gente que vive con un estilo y una moral muy atrasadas, casi medieval. En Japón la religión marca mucho menos la vida cotidiana”.