No sabemos si es la mayor conquista de Noah Baumbach (Nueva York, 1969) como prominente adaptador literario, pero su traslación a las pantallas del siglo XXI de la novela que Don DeLillo publicara en 1985, Ruido de fondo, es sin duda la más ambiciosa.
Se trata del cineasta que deslumbró con la extraordinaria Una historia de Brooklyn (2005), y que atesora en su filmografía piezas tan valiosas como Greenberg (2010), Frances Ha (2012) o Secretos de un matrimonio (2019). Ruido de fondo (que se estrena en Netflix este viernes 30), es un filme que contiene varios filmes y que aspira a conquistar aquello tan esquivo en el arte cinematográfico del siglo XXI como la originalidad.
Adaptación posmoderna
¿Se puede ser original adaptando una novela escrita hace casi cuarenta años, situada en el orwelliano 1984 y con constantes ecos al cine que le precede? Es más, ¿se puede hacer con ello una película pospandemia? Estamos ante una adaptación posmoderna de una novela ya de por sí posmoderna. Ruido de fondo es una película tan inspirada como, a su (original) modo, exasperante.
El matrimonio protagonista, un catedrático experto en Hitler (Adam Driver) y su olvidadiza mujer (Greta Gerwig), está casado en cuartas nupcias y comparte hijos de sus relaciones previas. El entorno es una comunidad académica, especialmente sus docentes universitarios. El conflicto es el de una nube tóxica que obliga a evacuar a esa comunidad.
La gran obsesión del filme es la muerte. O más bien, el miedo a la muerte. En su trayecto, este relato centrífugo, tal y como lo expresa el personaje de Gerwig, se alimenta de la tensión psicológica entre dirimir si el angst existencial de sus personajes es más poderoso que el amor que se profesan.
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Personajes que por sus diálogos casi encriptados deberían estar en una comedia universitaria para intelectuales de repente se ven envueltos en un filme de catástrofes hollywoodense. Y así es como convive el Steven Spielberg de La guerra de los mundos con el Jean-Luc Godard de Week-end y el J. D. Salinger de Franny & Zooey.
Y después de aquello, el filme y sus protagonistas se internan en un drama conyugal que nos devuelve por unos instantes al Baumbach bergmaniano de su anterior filme para acto seguido, como si todo fuera un espejismo, vernos embaucados en una suerte de thriller criminal conspiratorio que podría haberlo dirigido los hermanos Coen.
Como si estuviéramos experimentando los efectos de la nube tóxica sobre los personajes, o las aberraciones en la memoria que provoca el medicamento experimental que ocupa buena parte del “ruido de fondo”, hay una sensación de déjà vu general que sin embargo no se parece a nada que habíamos visto antes.
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Se parece más bien a algo que hayamos podido leer, como otra gran novela americana no necesariamente escrita por DeLillo, como Cuna de gato de Kurt Vonnegut.
Si en otras ocasiones se ha podido tachar a Baumbach de descuidado, más preocupado por la letra que por la imagen, en Ruido de fondo estamos frente a un cineasta obsesionado con la estética, para quien la piel de la película es la sangre que corre por sus venas, el aire en los pálpitos de su corazón.