La ballena (The Whale) comienza con la dureza y el riesgo que se le presupone a un autor tan provocador como Darren Aronofsky (Nueva York, 1969). La primera imagen consiste en un zoom de acercamiento hacia una pantalla de ordenador en el que vemos un mosaico de caras. En el centro, hacia donde se dirige la cámara, hay una ventana en negro. Se trata de la del profesor que guía las tesis de los alumnos, a los que aconseja con una voz profunda, cavernosa, intrigante.
A continuación, el director nos presenta a este personaje, que evita revelar su rostro, de la manera más cruda posible: es un hombre enorme, obeso mórbido, que, incrustado en un sofá en una habitación deprimente, se masturba de manera patética ante el ordenador, viendo una escena de porno gay.
El clímax se confunde con una crisis cardíaca, y es interrumpido por un evangelista de una secta, que se introduce en la casa (la puerta no estaba cerrada con llave) alarmado por los sonidos del interior. Al borde del infarto, el profesor le ruega al evangelista que le lea un ensayo de una alumna sobre Moby Dick, y poco a poco consigue calmarse.Es curioso que, partiendo de este lugar tenebroso, desde esa explotación de la miserabilidad, el director construya su filme más conmovedor, un viaje hacia la luz a través del perdón y la asunción de los pecados, que recuerda a la peripecia del protagonista de El luchador (2008).
Si aquel filme lograba recuperar del cine de saldo a Mickey Rourke para que entregara una de sus mejores interpretaciones, ahora es Brendan Fraser quien renace de sus cenizas. El actor, bajo kilos de maquillaje y látex para encarnar a este hombre de tamaño elefantiásico, evita cualquier posibilidad de caricatura, con un trabajo de voz y físico impecable.
Es un estudio de personaje vibrante, un acercamiento a los abismos de la soledad, y un filme humanista que puede significar un punto de inflexión en la carrera del siempre polémico Aronofsky
El núcleo narrativo del filme se encuentra en la relación de un Charlie sentenciado a muerte (sin seguro médico, se niega a acudir al hospital a pesar de que la enfermera que le cuida le asegura que le quedan tan solo unos días de vida) y una hija nihilista y rebelde en plena ebullición adolescente (magnética Sadie Sink, la Max de Stranger Things) a la que abandonó en su infancia al enamorarse de un alumno.
Sin salir en ningún momento de esa casa en penumbra y mal ventilada en la que Charlie expía la culpa por no haber podido evitar el suicidio de su amado, lo cual le llevó a perder el control respecto a la comida, Aronofsky deja de lado su tendencia al barroquismo y al efectismo visual. El trabajo de cámara es sobrio y elegante y siempre está al servicio de un guion que adapta la dramaturgia de Samuel D. Hunter. Sin embargo, el director no puede evitar cierta impostura teatral, mientras que el filme se ve lastrado por algunas forzadas coincidencias.
La ballena (The Whale) es un estudio de personaje vibrante, un acercamiento a los abismos de la soledad, y un filme humanista que puede significar un punto de inflexión en la carrera del siempre polémico Aronofsky.