Carlos Saura ha muerto en Madrid a los 91 años, a causa de una insuficiencia respiratoria. El cineasta protagonizó una de las trayectorias más singulares y emocionantes de nuestro cine, con títulos tan importantes como La caza, Cría cuervos, Deprisa deprisa o Mama cumple cien años.
Hombre cercano, que acostumbraba a quitarse importancia, fue sin embargo con su cine una referencia para varias generaciones de directores españoles. Trabajando gran parte de su carrera bajo la censura de la dictadura franquista, imprimió a sus películas sentidos subterráneos y alegóricos.
Además, gozaba de gran prestigio fuera de nuestras fronteras, en especial en Francia, y a lo largo de su carrera conquistó importantes galardones como el Gran Premio Especial del Jurado de Cannes por La prima Angélica (1973) y Cría Cuervos (1975), el Oso de Oro de Berlín por Deprisa, deprisa (1981) o las nominaciones al Óscar a la mejor película extranjera por Mamá cumple 100 años (1979) y Carmen (1983).
El director había estrenado el pasado fin de semana la película documental Las paredes hablan, que trata sobre el origen del arte y su relación con las tendencias más vanguardistas, y continuaba planeando películas y otros proyectos escénicos. A sus 91 años tenía una salud mental de hierro.
Este sábado tendría que haber recibido un gran homenaje por parte de la Academia de Cine, con la que siempre tuvo tiranteces. Así lo manifestaba en una entrevista en El Cultural en 2022: “Ha sido conmigo un poco injusta en general [...] Hay una especie de problema ahí que no sé cuál es”. La concesión del Goya de Honor significaba el acercamiento de ambas partes, lamentablemente no podrá escenificarse en Sevilla. Sin embargo, la muerte del director seguro que marcará la gala.
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Carlos Saura nació en Huesca el 4 de enero de 1932. Su padre era director de los inspectores de Hacienda y quería que sus hijos siguieran sus pasos, pero ellos tenían otras ideas. Tanto él como su hermano Antonio (célebre pintor) se encaminaron hacía el arte. Saura inició los estudios de ingeniería industrial, pero los abandonó para ingresar en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, donde obtuvo el diploma en Dirección Cinematográfica.
Tras realizar el cortometraje La tarde del domingo (1957) y el documental Cuenca (1958), premiado en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, debutó en el largometraje con Los golfos (1960), en donde pintaba un cuadro realista del Madrid de finales de los 50 para mostrar a esos jóvenes de los arrabales, perdidos y sin oportunidades, que hasta la fecha habían sido siempre orillados en los relatos del cine español. La película, rodada en exteriores y con actores no profesionales, estuvo nominada a la Palma de Oro.
Los años de censura
Con su siguiente película inicia una fructífera colaboración con otra de las figuras esenciales del cine español, el productor Elías Querejeta. En Los golfos (1965) se afianza la mirada de autor de Saura con la historia de una partida de caza entre personajes de distinta índole que esconde una metáfora sobre las heridas de la guerra civil. En este mismo sentido trabaja en sus siguientes películas, desarrollando hondas alegorías sobre la situación que atraviesa España y sus lacras.
Tanto con La caza como con Peppermint Frappé (1967) ganó el Oso de Plata al mejor director. En esta última, en la que José Luis Vázquez interpreta a un hombre que se obsesiona con una sofisticada extranjera, el director coincidió por primera vez con la actriz Geraldine Chaplin, hija de Charles Chaplin, con la que convivió durante una década y tuvo un hijo, Shane. Con ella rodaría otras ocho películas.
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Saura y Querejeta continuaron burlando la censura en filmes como Stress, es tres, tres (1968), La madriguera (1969), El jardín de las delicias (1970) y Ana y los lobos (1972), una crítica demoledora a la aristocracia española del franquismo que tendría su continuación en Mamá cumple 100 años (1979).
El colofón a esta primera etapa sauriana llegaría con dos obras maestras premiadas en Cannes: La prima Angélica (1973), en la que dos tiempos se funden de manera magistral -el año 36 y el presente, el 73-, y Cría cuervos (1975), un acercamiento al tema de la infancia -con una sublime Ana Torrent- en donde introduce toques surrealistas al estilo de Buñuel, director al que admiró durante toda su carrera y al que rendiría homenaje en una de sus últimas ficciones, Buñuel y la mesa del rey Salomón (2001).
Con la llegada de la democracia, Saura abandona la polisemia de sus filmes para regresar a un realismo de vertiente popular que rimaba con su primer filme, Los golfos, en otra de sus obras cumbres: Deprisa, deprisa (1981), la mejor muestra de cine quinqui, un filme que a ritmo de Los Chunguitos indaga con poesía y crudeza en la marginación juvenil de la época. Consiguió un merecido Oso de Oro.
El musical sauriano
En esos años 80, Saura inaugura una de las vertientes más personales y características de su obra, el musical. De la mano del bailarín Antonio Gades, elabora una peculiar trilogía conformada por Bodas de sangre (1981), Carmen (1983) y El amor brujo (1986), dando a conocer en todo el mundo el baile español.
A lo largo de los años, Saura ha continuado indagando en esa senda, con la colaboración en la mayoría de ocasiones del legendario director de fotografía italiano Vittorio Storaro, pero acercándose a varios estilos: Sevillanas (1990), Flamenco (1995), Tango (1998), Fados (2007), Flamenco, Flamenco (2010), Zonda (2015) y Jota (2016)...
Algunos de ellos, como Flamenco y Jota, consisten en una concatenación de actuaciones en donde prima el talento de los artistas y la puesta en escena. En otros, como el seminal Bodas de sangre o Tango, todos los números se engarzan en una historia en la que se mezclan varios planos de realidad. Lo que sí es una constante es la utilización de ciertos elementos escénicos como pantallas, proyectores y espejos, el uso de una luz artificial que tarde o temprano simula el tono anaranjado del ocaso o del amanecer y el rodaje en set cerrados.
El fracaso de El Dorado y el éxito de ¡Ay, Carmela!
Tras dar por finalizada su colaboración con Querejeta tras Dulces horas, Saura entra en una etapa un tanto ecléctica, en donde sufre algún fracaso. El más sonado fue la producción de El Dorado (1985) de la mano de Andrés Vicente Gómez, que abordaba la expedición de Lope de Aguirre en el Nuevo Mundo. Fue la película más cara de la historia del cine español en ese momento y también un tremendo fracaso en taquilla, también artístico.
Tras La noche oscura (1989), un filme intimista sobre San Juan de la Cruz, volvería a conseguir el favor del público con ¡Ay, Carmela! (1990), adaptación de la obra teatral de José Sanchis Sinisterra que elabora junto a Rafael Azcona (con el que ya había trabajado en Peppermint Frappé y La madriguera). El filme, que viaja a la Guerra Civil en clave de comedia con Andrés Pajares y Carmen Maura como protagonistas, recibió 13 premios Goya, entre ellos el de mejor director para Saura, el único que ganó.
En los 90 todavía tendría un par de éxitos importantes. Con Tango (1997) compitió por Argentina en los Óscar, y con Goya en Burdeos (1999) cumplió uno de sus sueños: abordar en la pantalla la figura de su paisano Francisco de Goya, en una película pictoricista con uno de los mejores trabajos de Storaro en la iluminación. Saura también tuvo hasta el último momento el sueño de abordar la vida de Picasso, y un guion listo para rodar -en una entrevista por el estreno de El rey de todo el mundo (2021), nos aseguraba que el proyecto empezaría a mediados de 2022-, pero nunca fue capaz de sacarlo adelante.
Su última gran película de ficción fue El 7º día (2004), que con guion de Ray Loriga abordaba los crímenes de Puerto Hurraco. Un filme magnético, apoyado en la fisicidad de sus actores, con interpretaciones inolvidables de José Luis Gómez y Juan Diego.
En sus últimos años no paró de trabajar, dedicado principalmente a sus musicales y a la pintura y la fotografía, su gran pasión. De hecho, en su casa de Collado Mediano, en las faldas de la sierra de Guadarrama, donde podía escribir y trastear con tranquilidad, tenía una colección ingente de cámaras fotográficas.
Creador total, Saura también escribió novelas -Pajarico solitario (1997), ¡Esa luz! (1998), Elisa, vida mía (2004) y Ausencias (2017)-, libros de fotografía y realizó exposiciones. Además, dirigió ópera -Carmen, de Bizet, o Don Giovanni, de Mozart- y obras de teatro -El gran teatro del mundo, de Calderón de la Barca; El coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez; y La fiesta del chivo, de Vargas Llosa-.
Sus últimas tentativas creativas se volcaban en un guion de una serie de Lorca, una autobiografía y una puesta al día del universo flamenco en la que trataba de implicar a Rosalía. Nunca dejó de mirar al futuro.