Tras un par de cortos –Adri (2014) y Polvo Somos (2020)– y un documental –Voces de papel (2016)–, a Estibaliz Urresola (Llodio, 1984) le ha llegado su momento. Sin solución de continuidad, está navegando el éxito de su cortometraje Cuerdas (2022), premiado en la Semana de la Crítica de Cannes, en los Forqué y nominado al Goya, y la irrupción de 20.000 especies de abejas, su primer largometraje de ficción, en la sección oficial de la Berlinale. "Ha llegado todo a la vez y cuesta encajarlo", explica la directora. "Pero la presencia en Berlín nos tiene muy ilusionados, porque nos va a ayudar a llegar al público, que es para lo que hacemos películas".
Pregunta. ¿Qué siente al competir con maestros en la Berlinale?
Respuesta. Es como estar frente al abismo, se genera una expectativa que no sabes si vas a poder satisfacer porque cuesta ser objetivo con tu propio trabajo. Por eso, intento tener los pies en el suelo y simplemente vivir la experiencia al máximo. Garrell o Von Trotta son referencias absolutas.
P. ¿Cuál fue el origen de 20.000 especies de abejas?
R. El suicidio de un niño trans en el País Vasco. El impacto de la noticia me llevó a acercarme a una asociación de familias de menores transexuales y, después de varias entrevistas, me di cuenta de que esa tragedia no era siempre lo habitual, que a pesar del conflicto y el estigma para muchos había resultado una vivencia muy positiva, que les había hecho crecer y evolucionar. Me pareció un enfoque muy valioso.
P. ¿Cuál era el reto?
R. Equilibrar los dos puntos de vista, porque en cierto momento la pequeña Coco pasa el testigo a su madre (Patricia López Arnáiz), que inicia su propia búsqueda. Por eso, además de visionar películas de niños, me ha interesado mucho el cine que rompe con el punto de vista único, como La niña santa (Lucrecia Martel, 2004).
"Hay un anhelo por profundizar en las relaciones humanas, pero también es peligroso asociar un determinado tipo de cine a una creadora por ser mujer"
P. ¿Por qué situó la historia en el País Vasco?
R. Para mí es algo natural. Me interesan esos entornos atravesados por lo industrial porque concuerdan con la idea de identidad en la que trabajo desde hace tiempo: una intersección entre lo natural y lo construido, en lo que tiene mucho que ver la mirada del otro. Además, era interesante situar este canto a la diversidad en la frontera entre dos provincias, con particularidades culturales, idiomáticas…
P. ¿Qué ideas han guiado la puesta en escena?
R. Quería despojarme de cualquier artificio que se interpusiera entre el espectador y la historia. Por eso, la música nace de los personajes y los define y he priorizado la luz natural.
P. ¿Por qué introdujo la idea de las abejas?
R. Una colmena es un organismo vivo con entidad propia, pero compuesto por individuos. Me resultaba una imagen muy evocadora para hablar de estas tres generaciones de mujeres y de cómo cada una de ellas es producto de las victorias y de las derrotas de las demás.
P. ¿Cree que su película se asemeja al cine de otras directoras españolas que están dejando su sello en festivales?
R. Hay un anhelo por profundizar en las relaciones humanas, pero también es peligroso asociar un determinado tipo de cine a una creadora por ser mujer. Tenemos que sentirnos libres para poder desafiar lo que se presupone que tenemos que hacer.