Laura Poitras (Boston, 1964) ha sido la autora del segundo documental en alzarse con el León de Oro en la historia de la Mostra de Venecia, La belleza y el dolor, que aspira al Óscar este sábado.
La película que le ha reportado el galardón dista, solo epidérmicamente, de la temática que ha caracterizado su carrera, donde ha abundado en la denuncia de la vigilancia masiva, la guerra de terror y las tácticas militares de su país tras el 11-S. La autora de la ya oscarizada Citizenfour (2014) dirige su cámara hacia una artista, Nan Goldin (Washington, 1953), pero en su giro no renuncia a las habituales cuotas de denuncia y análisis periodístico que mezcla con cierta introspección.
El sujeto de observación es el de una de las más relevantes fotógrafas contemporáneas, pero también el de una activista implacable. Tras una operación de rodilla, se convirtió en una víctima más de la epidemia de opiáceos que ha devastado Estados Unidos. Consciente de que tras el más de medio millón de muertes provocadas por la prescripción del adictivo medicamento oxicodona se agazapaba la familia Sackler, una dinastía farmacéutica que blanqueaba su imagen pública como mecenas de museos, Goldin empezó a encabezar numerosas protestas en su contra.
Político y conmovedor
“La liza contra el poder y la injusticia me resultó muy familiar, estaba sucediendo en tiempo real y me permitía partir de un retrato individual para realizar una crítica más amplia de la sociedad. Como en anteriores ocasiones, iba a ser un documental político, pero esta vez, también profundamente conmovedor”, precisa la cineasta.
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Pregunta. ¿Recuerda cuándo descubrió el trabajo fotográfico de Nan Goldin?
Respuesta. Fue durante mis estudios de cine, a finales de los ochenta en el San Francisco Art Institut. En concreto, el libro La balada de la dependencia sexual, que me impresionó porque era muy cinematográfico. Su narración era revolucionaria.
P. ¿Cómo influyó ese descubrimiento en su carrera?
R. Fue una de mis principales influencias cuando comencé a hacer películas. Nan no solo redefinió la narración visual, sino que también innovó con su uso de la música y la edición. Su obra era similar al tipo de cine de vanguardia que estaba estudiando.
P. Nan nunca ha escatimado en detalles sobre su vida, pero hasta esta película había evitado hablar de su etapa como trabajadora sexual. ¿Cómo surgió esa confidencia?
R. No fue una decisión fácil, pero valoró que con su confesión podía contribuir a desestigmatizar el trabajo sexual. También fue la razón que la llevó a hablar del uso de la buprenorfina, un medicamento que se prescribe para desengancharse de los opiáceos. Al hablar de su uso, podía ayudar a otras personas que luchan contra la adicción. No son decisiones excepcionales, Nan siempre se sirve de su propia experiencia para abrir el debate sobre temas controvertidos.
P. ¿Fue obvio establecer paralelismos entre su activismo contra los Sackler y el trabajo que desarrolló durante la epidemia del sida?
R. Fue una conexión que me interesó desde el principio. En ambas crisis, Nan ha sufrido grandes pérdidas y se ha sentido impelida a entrar en acción. Su reacción ante el sida consistió en comisariar una exposición titulada Testigos contra nuestra desaparición, a la que invitó a todos los amigos que estaban lidiando con la enfermedad, pero no los involucró como víctimas, sino que los empoderó y celebró la sexualidad del colectivo gay. Ella personifica la implicación de los artistas.
P. ¿Cuál es el papel del documental periodístico en tiempos de bulos?
R. Los documentales llenan los vacíos de las agencias de noticias. En las investigaciones en profundidad asumimos la confrontación con el poder y la exposición de irregularidades. En algunos casos nos exponemos a riesgos que los principales medios tienen miedo de correr.
De Snowden a Assange
P. El año que viene se cumplirá una década del estreno de Citizenfour, sobre Edward Snowden. ¿Cómo ha cambiado la situación desde entonces?
R. Hace tiempo asumí que los documentales no son capaces de provocar un cambio político por sí mismos. Ojalá, pero no tenemos ese empuje. El estreno de la película consiguió restringir algunos programas globales de vigilancia masiva de la NSA y reveló que eran ilegales en muchos lugares. El gran cambio que Ed consiguió fue promover un cambio global de conciencia, como que hoy día estemos al tanto de que nuestros móviles nos espían y facilitan nuestros datos. Antes de que Snowden lo revelara, había cierta candidez frente a la vigilancia del poder y el peligro de la tecnología. Ahora la gente es menos ingenua.
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P. ¿Qué consecuencias personales tuvo para usted?
R. Durante un tiempo no pude regresar a Estados Unidos, porque mis abogados me advirtieron de que era peligroso, ya que podían procesarme. Ahora estoy de vuelta, pero vivo muy preocupada porque Estados Unidos está tratando de extraditar a Julian Assange. Quieren meterlo en la cárcel de por vida. Es aterrador. Estamos encarcelando a personas que denuncian fechorías y crímenes de guerra y, que como los Sackler, están libres. Es espeluznante. Un presente oscuro.