¿Es posible que una película se presente como una celebración de una determinada tradición y que, al mismo tiempo, articule una invectiva contra la asunción del tradicionalismo como mantra cívico? Sobre esta aparente paradoja, la cineasta Maryam Touzani (Tánger, 1980) elabora un filme, El caftán azul, que se aproxima con espíritu devocional al mundo de la sastrería artesanal norteafricana, pero que en paralelo denuncia la falta de libertades que impera en una sociedad, la marroquí, que aparece maniatada por el clasismo, el machismo y el autoritarismo.
Ambientada en la medina de Salé, una de las más antiguas de Marruecos, El caftán azul construye su discurso a partir del retrato de la intimidad de tres personajes. Por un lado, figura el matrimonio formado por Halim (Saleh Bakri) y Mina (Lubna Azabal), quienes ostentan una sastrería en la que el marido prolonga el legado de su padre, quien dedicó su vida a la confección de caftanes.
El armónico día a día de la pareja se ve perturbado por una misteriosa enfermedad que afecta a la mujer y por las urgencias que impone una clientela que cada vez valora menos la labor de orfebrería desempeñada por Halim. Unas tensiones que se verán acentuadas por la aparición de Youssef (Ayoub Missioui), un joven aprendiz de sastre que despierta el interés del marido, quien mantiene en secreto sus encuentros sexuales con otros hombres en el hammam local.
El filme se aproxima con espíritu devocional al mundo de la sastrería artesanal norteafricana y en paralelo denuncia la falta de libertades que impera en la sociedad marroquí
Atrapado entre el apego a un oficio marcadamente tradicional y la represión de su homosexualidad, impuesta por una sociedad retrógrada, el personaje de Halim se ve empujado a una suerte de clandestinidad, un aislamiento interior que la película acentúa situando la acción en espacios cerrados. Por su parte, Touzani decide filmar la jaula de oro en la que habita Halim mediante un preciosista trabajo de puesta en escena y dirección artística.
En cierto sentido, la cineasta aspira a establecer un paralelismo entre el virtuosismo del trabajo artesanal del protagonista y su propia delicadeza a la hora de capturar con la cámara los gestos en los que se juega el destino de los personajes: las miradas furtivas de deseo entre el sastre y su aprendiz, o los cuidados que el marido dedica a su debilitada esposa.
Cabe apuntar que la sugerente apuesta de Touzani por un cine de la fisicidad se ve mermada por una cierta tendencia a explicitar los resortes del drama social y humano. Para evidenciar la opresión que sufren los personajes, los guionistas (la propia Touzani y su marido, Nabil Ayouch) enfrentan a Halim y Mina a un control callejero en el que un policía de paisano les exige que muestren su certificado de matrimonio.
Por suerte, su elaborado guion deja por el camino algunas enseñanzas valiosas. “Un caftán debe durar más años que la persona que lo lleva; debe sobrevivir al transcurso del tiempo”, le explica Halim a su amado aprendiz. Esta reflexión apela al valor de la tradición, que guía y a la vez lastra la existencia de unos personajes que, a lo largo del filme, deberán sobrellevar juntos el peso de la tragedia. Así es como Touzani sitúa, en el ámbito de lo privado, su transparente y conmovedor canto a la unión de los desheredados.