Hay una buena película en In Viaggio, último trabajo documental de Gianfranco Rosi (Asmara, Eritrea, 1963). A partir de material de archivo, el italiano se propone construir un retrato íntimo de la persona más inaccesible del mundo, el papa Francisco. Mientras, tratará de poner en la balanza los abismos entre los discursos de paz y fraternidad que el Sumo Pontífice difunde en sus viajes y la miseria acuciante que se vive solo un poco más allá de las multitudes que el hombre de blanco congrega: guerras, hambrunas, crisis migratorias. ¿Cómo creerse los vagos eslóganes vitalistas sobre el poder de los sueños, al tiempo que asistimos al rescate in extremis de los cuerpos medio vivos de una patera?
Estudiar a Su Santidad ofrece a Rosi (Fuego en el mar, 2016) una puerta para enfrentar un desajuste evidente: las reuniones del Papa con otros líderes políticos son, por virtud del montaje, congregaciones de hombres viejos, confundidos y mirando al vacío. Más tarde, el Santo Padre elevará su tarea de evangelización global hacia el espacio exterior, comunicándose por videollamada con los miembros de la Estación Espacial. El grupo, seis hombres blancos, va a proponerse como ejemplo de fraternidad y diversidad, punta de lanza de la “Humanidad del mañana”.
Quizás por primera vez en su trayectoria, Gianfranco Rosi toma distancia para con sus objetos de estudio. Cuando el Papa recita una disculpa pública a los representantes indígenas de Canadá por la masacre que supusieron las escuelas residenciales cristianas, se alterna una serie de fragmentos de archivo con las felices criaturas de una residencia, a las que acompaña la presencia (inquietante) de las monjas al cargo.
Responde al perdón papal un contraplano del público indígena que escucha al sacerdote con indiferencia, algunos incluso mirando el móvil. Aquí, en dar cuenta del peso que tienen las imágenes registradas (la versión oficial de los hechos, prueba única de pasajes que no se grabaron nunca) para con los pueblos damnificados; aquí hay una película que, si no necesariamente nueva, por lo menos resulta interesante.
Sin embargo, Rosi obvia las puertas abiertas para estudiar los broches bonitos pero vetustos e inoperantes de la diplomacia religiosa contemporánea y se mete de lleno en el barro de la pornografía. Como siempre, el cineasta se muestra falto de vergüenza a la hora de aprovecharse de la imaginería de la miseria humana (la del presente, pero también la del pasado, con archivo de Hiroshima y el genocidio armenio) para elaborar su breve reflexión institucional.
Eso sí, retratará a Francisco como un héroe corriente pero lúcido, un hombre con taras y pesares, aunque con una sensibilidad épica. La solemne puesta en escena de algunos de los pasajes finales, con el Papa rezando en tiempos de Covid, es directamente bochornosa. Si fuera coherente (que no humanista), retrataría también al Papa senil y decrépito. Pero en In Viaggio el “lenguaje universal” que el Pontífice promueve no parece aplicarse a todo el mundo. El filme termina bailando al compás desfasado de We Are The World.