Tras finalizar el rodaje de su primera película, Matar a Jesús (2017), en donde abordaba de manera catártica y en formato thriller el trágico asesinato de su propio padre en Medellín en 2002, la directora colombiana Laura Mora (Medellín, 1981) decidió pasar unos días en la costa.
Bajando por la cordillera del norte de Antioquia de camino al Bajo Cauca, le asaltaron en la cabeza imágenes de unos adolescentes que atravesaban el exuberante paisaje, “muy rico en tesoros tristes: oro, coca, agua…”. “Paré y escribí en una libreta: unos chicos vengándose del mundo, unos chicos reclamando el mundo, somos los reyes del mundo”, explica la directora. Así nacía el filme con el que ha conquistado la Concha de Oro del pasado Festival de San Sebastián, titulado precisamente Los reyes del mundo.
La película sigue a cinco chavales, de entre 13 y 19 años, que viven en las calles de Medellín. Rá, que ejerce en el grupo un rol parecido al de padre de familia, recibe una carta de la oficina de restitución de tierras del gobierno, que le notifica la devolución de los terrenos que le fueron arrebatados a su abuela.
Exultantes, los protagonistas emprenden el largo viaje hasta un lugar que se presenta como la posibilidad de ser libres y acabar con las humillaciones de la sociedad. Sin embargo, el camino estará plagado de peligros.
Pregunta. ¿Cuándo se empieza a interesar por las vivencias de estos adolescentes de la calle de Medellín?
Respuesta. Esta película no es la biografía de nadie, no es la vida real de estos chicos. Durante el casting de Matar a Jesús conocí a un grupo de jóvenes que hacía gravity bike, una práctica que consiste en descender a toda velocidad las lomas de Medellín. Me pareció fascinante, sobre todo el espíritu anárquico y rebelde que tenían. No vivían en la calle, pero sí que pasaban mucho tiempo en ella y se desenvolvían perfectamente. Es curioso porque todos me hablaban de la necesidad de encontrar un lugar en el mundo donde estar a salvo y vivir tranquilos. Y eso, junto a mi interés por el paisaje y por el tema de la violencia, fue el germen de la historia.
P. ¿Qué enfoque le quería dar al tema de la violencia?
R. Es algo que me obsesiona. La violencia en Colombia es un patrimonio muy masculino. Los hombres también son víctimas del patriarcado porque se les impone tener que ser violentos. La mayoría de muertos del conflicto armado en Colombia son hombres jóvenes de origen humilde que han tenido que defender los intereses de los poderosos. Lo curioso es que los actores trajeron ternura y fraternidad a la historia, que no estaba tan presente en el guion pero que surgió de manera natural.
P. Los personajes tienen su propio código moral…
R. El sentido de justicia aparece de la necesidad de encontrar un sitio que la sociedad les niega. Los reyes del mundo sueñan con la anarquía, con que todas las personas sean iguales y no haya dueños de la tierra.
Un paraíso en ruinas
P. Para los protagonistas el paraíso es la foto de una casa en ruinas...
R. La película critica el capitalismo. Hemos creado un mundo cada vez más competitivo, más cruel. Vemos a mucha gente jugándose la vida para cruzar el Mediterráneo y llegar a Europa o, en el caso de la película, para abandonar la caótica ciudad por una ruralidad que también esconde peligros. Por eso, el paraíso no tiene que ser gran cosa, una foto de una casa en un terreno herido. Pero un pedazo de tierra pelada también es la posibilidad de construir un sueño con tus amigos o con tu familia.
P. ¿Cómo ha trabajado la parte estética?
R. Ha sido una colaboración con David Gallego, director de fotografía de los filmes de Ciro Guerra El abrazo de la serpiente (2015) y Pájaros de verano (2018). Mi filmografía es muy urbana y la de David es muy rural, así que creo que hemos aprendido mucho el uno del otro. Pero es cierto que el caos de la ciudad dura poco en la película. Quería que el paisaje fuera sublime, hermoso y aterrador, porque en Colombia está cargado de tensión, tiene una historia muy violenta. Si lo chicos se movían cómodamente en la ciudad, se veían muy pequeños enfrentados a ese paisaje enorme, que al mismo tiempo los expulsa y los acoge.
['Rebelión', el 'antibiopic' del músico colombiano Joe Arroyo, sacude el Festival de Málaga]
P. ¿Cómo surge la vertiente poética del filme?
R. La lógica de la película tiene mucho que ver con lo simbólico y con lo onírico. En este sentido, películas como Paisaje en la niebla (Theo Angelopoulos, 1988) o Diamantes en la noche (Jan Nemec, 1964) fueron referentes claros, al igual que las fotografías de los mexicanos Gabriela Iturbide y Yael Martínez. El burdel, por ejemplo, representa a Colombia: una Matria de mujeres aporreadas que han perdido a sus hijos y a sus compañeros en las vicisitudes de la guerra y que se sostienen solas. Ese momento está lleno de símbolos patrios, pero alterados. O ese caballo blanco que tanto tiene que ver con la poesía del palestino Mahmud Darwish y que viene a ser como el guía de Rá.
P. ¿De qué manera trabajó con los actores?
R. Con actores naturales nunca hago lectura del guion. Les explico la historia como si fuera un cuento. Lo que sí hicimos fue ensayar mucho, pero buscando que ellos conectaran con su lado más sensible. Cada personaje estaba asociado a una palabra: Rá era la justicia; Nano, que es el chico afro, era la dignidad; Sere, que es el chico que tiene la discapacidad en la mano, era el misticismo; Culebro, que es el antagonista, la rabia, y Winny, que es el pequeño, la revolución. Durante el rodaje les dejamos ser muy libres y eso hizo que muchas cosas salieran muy distintas de como estaban planeadas.
P. ¿Cómo valora la Concha de Oro ahora que han pasado unos meses?
R. Ha sido todo una locura. La selección ya fue muy sorprendente, con los nombres que había en la sección oficial. El aplauso el día del estreno fue increíble. Para mí ese ya era el premio. La Concha de Oro no la esperábamos para nada, por lo que ha sido muy intenso y hermoso, y un poco abrumador. Además, ha sido muy importante para la película. En Colombia la ha visto mucha más gente de la que esperábamos y ha generado una conversación apasionante. Y todo gracias a San Sebastián.