Con las premisas argumentales de Una bonita mañana, es fácil imaginar un docudrama sobre los efectos de una enfermedad neurodegenerativa o bien un relato social de horizontes oscuros. Bajo la ligereza naturalista de Mia Hansen-Love, sin embargo, los combates cotidianos a los que se enfrenta Sandra (Léa Seydoux) están tocados por un vitalismo especial, por una suerte de luz que hace honor al título de la película.
Todavía joven, Sandra es viuda y madre de una niña de ocho años (el padre murió cinco años atrás), y está al cuidado de su padre George (Pascal Greggory), quien se apaga poco a poco sumido en el extravío de la enfermedad. Prácticamente todas las ficciones de Hansen-Love nacen de un gesto autobiográfico, lo que no debe confundirse con la cansina moda de la autoficción, y su octavo largometraje sigue fiel a ese origen.
El drama ancla sus raíces en la propia experiencia de la directora acompañando a su padre en sus últimos meses de vida, abatido finalmente por el síndrome de Benson, que afecta principalmente a las funciones perceptivas, incluyendo la ceguera. En su existencia diaria, Sandra hace malabares con el tiempo y las calles parisinas para atender a su padre enfermo, criar a su hija y mantener su trabajo de intérprete.
La película se hace una pregunta que no es original pero que sigue siendo interesante: ¿qué pasa cuando perdemos a alguien querido y al mismo tiempo tratamos de incorporar otra persona a nuestra vida? El triunfo del filme es el modo en que da respuesta a esa cuestión, en cómo retrata los equilibrios y desequilibrios graduales de ambos procesos, el de la pérdida y la conquista, el de un padre que se marcha y un romance que irrumpe de improviso, ambos con sus propios ritmos pero aconteciendo en simultaneidad, enfrentados a sus propias dificultades.
Hay algo que siempre funciona en el cine de Hansen-Love, algo común en los cineastas más apreciados, y es su capacidad para controlar y repartir los tiempos del relato, y así encontrar la verdad interior de lo que está narrando. A los personajes de Hansen-Love les gusta mucho andar y hablar, o hablar andando, o más bien a la directora le gusta filmar a sus personajes de ese modo.
Será paseando, en “una bonita mañana” en el parque, cuando Sandra se cruce con Clément (Melvil Poupaud), un viejo amigo que ahora está casado y es padre. Sin pedirlo, sin desearlo si quiera, ambos caerán bajo la seducción del otro. Es una cualidad extraña y gratificante ver en el cine de hoy que los acontecimientos se suceden sin ver al guionista detrás.
Prácticamente todas las ficciones de Hansen-Love nacen de un gesto autobiográfico, lo que no debe confundirse con la cansina moda de la autoficción
Químico cosmológico, Clément tiene un trabajo muy romántico pero también muy exigente con su disponibilidad. Sus continuos viajes por el mundo en busca de “polvo extraterrestre”, sus largas ausencias, complican más si cabe una vida familiar a dos bandas, de muy difícil encaje. Engaña a su mujer, una mujer a la que nunca vemos en pantalla (en acorde al punto de vista de Sandra), y en cierto modo también a su propia hija, a su familia, cuando hace vida con la hija de otra mujer.
Sandra acepta la circunstancia. Sin sensiblería pero marcando los sentimientos de ambos personajes, el filme encuentra el tono y el modo de hacernos ver que ninguno de los dos tiene escapatoria, que no pueden hacer otra cosa más que estar juntos.
Ciertamente, hay que suspender la credibilidad para aceptar que una mujer con la edad y el atractivo de Léa Seydoux haya abandonado toda idea de volver a experimentar el amor romántico, como su personaje confiesa, pero otro de los méritos de Una bonita mañana es el de haber sabido despojar a la actriz de su aura glamourosa, a lo que sin duda ayuda el corte garçon, la palidez sin maquillaje y un vestuario anodino.
Una actriz mutante
El retrato no sexualizado de la actriz francesa de mayor sex appeal de su generación irá sin embargo mutando. La sensibilidad de Hansen-Love para revelar con detalles la magnitud de sus criaturas se pone de manifiesto durante el despertar libidinoso que vive Sandra. Las cargas de responsabilidad familiar de las que desea liberarse encuentran su punto de fuga en una suerte de sanación sexual.
Y mientas la relación crece y se complica, la situación de su padre se deteriora. La magnífica interpretación de Greggory, en la piel de un viejo profesor de filosofía que pierde totalmente su conexión con el mundo, está también en el corazón del drama. Seguimos el periplo narrativo de Sandra, su culebrón existencial, con una clase de emoción que la directora siempre corta justo antes de entrar en el melodrama. La autora de El porvenir completa así una de sus películas más precisas. Esa clase de cine que se alía con la vida para entumecerla.
Las edades del corazón femenino
Hija de filósofos, Mia Hansen-Love (París, 1981) se formó como crítica en Cahiers du cinéma y como actriz en obras de Olivier Assayas, con quien estuvo casada y comparte una hija. Tras debutar con Tout est pardonné (2007), estrenó en Cannes El padre de mis hijos (2008). Si en aquella se inspiró en la vida y muerte del productor Humbert Balsan, en Edén: Lost in Music (2014) llevó a la pantalla la vida de su hermano mayor, mientras que en obras como Un amor de jeunnese (2011), El porvenir (2016), Maya (2018) y La isla de Bergman (2021) ha explorado las edades del corazón femenino.