Con las revueltas populares de la llamada Primavera Árabe como telón de fondo, el director sueco de ascendencia egipcia Tarik Saleh (Estocolmo, 1972) rubricó uno de los noir más potentes de los últimos años en El Cairo Confidencial, película de 2018 que triunfó en Sundance y en la Seminci.

La investigación del asesinato de una famosa cantante servía al director para realizar un impecable ejercicio de estilo que homenajeaba a clásicos como Raymond Chandler o Dashiell Hammett, con el detective en horas bajas y de moral flexible en busca de redención por sus pecados, el compañero inexperto e idealista o la inevitable femme fatale.

Y como en los mejores casos de Phillip Marlowe o Sam Spade, en el filme acababa emergiendo a la superficie la obscena corrupción de las instituciones y la sangrante inviolabilidad de los poderosos. Aunque si por algo nos seducía el filme, era por ese retrato tan vivaz de El Cairo, una ciudad sucia, ruidosa, oscura e implacable, a punto de estallar.

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Tres días antes de empezar el rodaje de aquella película, los servicios de seguridad ordenaron a Saleh y a su equipo que abandonaran Egipto y desde entonces el director figura en una lista de indeseables que serían detenidos de inmediato si volvieran a pisar el país.

El Cairo Confidencial acabó rodándose en Marruecos sin mella en la credibilidad de las imágenes –al menos para el espectador occidental– y Saleh no ha tenido reparos en ambientar su nuevo filme, Conspiración en El Cairo, otra vez en la capital egipcia, aunque en esta ocasión haya tenido que rodar en Turquía.

De nuevo, el gran reclamo del filme es la posibilidad que nos ofrece el director de conocer en profundidad un mundo tan inaccesible como fascinante: el de la Universidad de Al-Azhar, el centro académico más importante de Egipto, fundado en el año 975 por la dinastía fatimí, hoy epicentro de poder del Islam suní.

Al frente de la institución, presentada por Saleh como una mezcla entre la grandiosidad del Vaticano, la calma de un seminario y la claustrofobia de un centro penitenciario, se sitúa el Imán, figura religiosa similar a la del Papa con la capacidad de emitir edictos y fatuas que regulan la conducta de las sociedades musulmanas.

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Allí llega con una beca de estudios Adam (Tawfeek Barhom), hijo de un humilde pescador, que se instala en una pequeña habitación con literas de varias alturas donde conviven hacinados varios estudiantes. Mientras asiste a clases que se imparten en el patio con los alumnos sentados en el suelo, y entabla relación con un joven con costumbres algo disolutas (fuma y escucha heavy-rock), un incidente inesperado pone en marcha una implacable lucha de poder en la institución: el fallecimiento del Imán.

Reclutado por el coronel Ibrahim (Fares Fares, protagonista de El Cairo Confidencial), quien utiliza la extorsión para controlarlo, Adam se convierte en una pieza fundamental de una conspiración de la policía para situar al frente de Al-Azhar al candidato que las autoridades egipcias desean. Así, el filme entrará en el terreno del thriller de espías, con el protagonista viéndose obligado a infiltrarse en un grupúsculo de radicales islámicos con el fin de desactivarlo.

Tawfeek Barhom en un momento del filme

La otra gran baza que juega Conspiración en El Cairo es su guion, premiado en el último festival de Cannes, que mantiene en tensión al espectador en todo momento, sin ofrecer ni un respiro en una trama plagada de engaños y traiciones, en donde Adam emerge como una inteligencia superior con un refinado instinto de supervivencia. Saleh, además, vuelve a demostrar su talento natural para capturar el vibrante ritmo de las calles de El Cairo desde un estilo cercano al documental.

En definitiva, un tenso thriller ambientado en un entorno atípico y subyugante que podría conformar junto a El Cairo Confidencial un valioso díptico sobre la corrupción del poder en Egipto, en donde se producen difíciles equilibrios entre el Estado y las autoridades religiosas.