En tiempos en que lo obligatorio es estar permanentemente muy ocupado y triunfar, las películas de David Marqués pueden considerarse casi subversivas. De Aislados (2005), una joya indie de sus inicios, a esta En temporada baja, lo que cambia no es tanto el fondo como la edad, ya que los protagonistas de aquella película sobre el desencanto masculino eran jóvenes y los de ahora, como el propio director, ya peinan canas.
Los protagonistas de Marqués, como los héroes del filósofo Gilles Lipovetsky, están cansados. Frente a un mundo en ruinas, moral y económica, los “vagos” del director son a la vez antihéroes y héroes, quizá el único reducto de resistencia posible en un capitalismo que, en cualquier caso, acabará capitalizando y explotando cualquier intento de disidencia.
En este caso, los “perdedores” de Marqués son cuatro a los que une vivir en un camping de Valencia, que además de ser donde habitan también es el propio símbolo de su condición de fracasados sin remedio. Por una parte, un representante de futbolistas en horas bajas (Antonio Resines), un tipo con buen fondo pero lastrado por una imagen del macho que cree que debe ser que le hace mucho más daño que bien. Resines, protagonista, reedita la mítica figura de la tradición española del pícaro, un tipo que vivió horas de gloria y ahora se dedica a engañar a los clubes de fútbol y hacer trampas de tres al cuarto. En este caso el pícaro sigue siendo una metáfora de una sociedad decadente pero también tiene un tono melancólico, crepuscular, como si fuera el William Munny de Clint Eastwood en Sin perdón (1992), superviviente de un mundo que deja de existir y cuyos viejos valores han sido sustituidos por otros que no está tan claro que sean mejores.
Sin rumbo a los 50
En el camping, metáfora y hábitat del desastre, Resines comparte cervezas con un periodista en paro, según él mismo por su exceso de pureza profesional en un mundo corrupto (Coque Malla), un tipo que se pasa la vida en albornoz tomando el sol (Fele Martínez) y, como nuevo integrante de la banda, un policía recién divorciado (Edu Soto) que acaba con sus huesos allí cuando tiene que hacerse cargo de sus niños pequeños.
Con tono sarcástico, En temporada baja, más que hablar sobre la camaradería, que en parte también, es un reflejo a la vez de todo lo contrario: lo egoístas y poco de fiar que somos los seres humanos. No hay violines ni amigos chocando las manos y haciendo pactos sagrados; al final se aguantan, o se toleran, mucho más que quererse.
Y las mujeres, claro. En este caso, representan, sobre todo, el sentido común. Un asunto frecuente en Marqués (autor de otras películas como El club del paro, de título elocuente) es la contraposición entre unos hombres más bien delirantes y ajenos a la realidad con unas mujeres que tienen los pies más firmemente asentados en la tierra. Tanto el personaje de Resines como el de Edu Soto comparten una común mezcla entre vanidad y ceguera que no les hace ser capaces de entender los sentimientos de la otra persona.
La realidad como enemigo, o como lugar insondable de conflicto, se presenta como un monstruo en una película sobre algo tan sencillo como la dificultad de vivir. Decía Oscar Wilde, tan citado como casi siempre certero, que “el trabajo es la maldición de las clases bebedoras”. En tiempos de “autoexplotación” y obsesión por destacar en lo que sea, En temporada baja es una gozosa defensa de la inacción. No hacer nada como última conquista de la libertad.