La devastadora pobreza de Centroamérica hace acto de presencia en La hija de todas las rabias, una especie de fábula neorrealista ambientada en un vertedero de basura de la capital de Nicaragua. Allí viven en condiciones miserables la pequeña María (Ara Alejandra Medal) con su madre, Lilibeth (Virginia Raquel Sevilla García). Tras matar María de manera accidental unos cachorros de perro que iban a ser vendidos, la madre, desesperada, la abandona en una fábrica donde trabajan otros niños.
Para afrontar un suceso tan traumático, la cría se inventa un mundo de fantasía que transforma su oscura realidad. Entre un realismo crudo en el que queda reflejada una extrema miseria y un cierto realismo mágico, La hija de todas las rabias se apoya en una estética muy cuidada para aliviar con poesía la dureza de lo que vemos.
En un país turbulento azotado por la dictadura eterna de Daniel Ortega, la directora Laura Baumeister, también nicaragüense, nos cuenta el proceso por el cual esa joven María logra superar, con imaginación y resiliencia, una tragedia como el abandono de su madre.
Pregunta. ¿Quería insuflar poesía a una historia durísima para no regodearse en la miseria?
Respuesta. Me enfrento a una realidad que, por una parte, puede ser estereotipada, pero no ha sido visto con profundidad. Quiero reflejar todo lo que pasa y lo que converge en la pobreza de un basurero, que no es solo las carencias y la miseria. También es una historia de infancia, imaginación y resiliencia. Para mí era importante desvelar que, más allá de ese basurero, sigue siendo una niña. Cuanto más me acercaba a esa mirada de María, más lo hacía a algo auténtico.
P. ¿Quería contar la película como la ve una niña de siete años?
R. No es purista en ese sentido pero sí está contada casi toda desde el punto de vista de María, tratamos de entrar desde ese lugar. ¿Cómo una niña vería esto? Además nació allí, no es lo mismo alguien que es externo. Partimos de la idea de que los sueños y las pesadillas se desprenden de nuestras experiencias vividas. Y vemos cómo entonces María procesaría la pérdida, cómo expresa la ternura, porque hay espacio para la ternura, la solidaridad y la fantasía. Era como pintar más colores.
P. ¿Puede haber alegría también en un entorno tan miserable?
R. Somos seres complejos en los que convergen todo tipo de rangos emocionales. Desde el privilegio también puedes ser miserable o disfrutar la sombra de un palo de mango. Todo está colisionándose y mezclándose. Es reduccionista pensar que desde la carencia lo único que podemos experimentar es la desolación o la miseria. Para María ese vertedero es su casa y somos animales de costumbres. Es lo que conoce, donde has tejido sus vínculos más profundos, donde realmente están sus primeros recuerdos. Es muy difícil perder la lealtad a esos espacios.
P. ¿Cómo surgen esas imágenes oníricas?
R. No está conectado a ningún mito ni a ningún folclor preexistente. La mujer gato se desprende de un ejercicio de tratar de imaginarme cómo una niña como María supera la desaparición de su madre y darle una resolución. Ella necesita un abrazo de despedida, poder decir te quiero. La madre la deja en la fábrica y le promete que volverá. Los niños también se sienten muy responsables de las cosas que les pasan. Eso también es parte de la infancia. Lo viven de manera muy absoluta: lo que me pasa hoy es “todo lo que me pasa”. No hay tanta perspectiva temporal como tienes luego de adulto. Cuando creces puedes comparar con más cosas, pero de niño no tienes referentes. Además, en Nicaragua y mi región, como tenemos una naturaleza tan imperante, hay huracanes, tormentas… está constantemente vivo. Es el Trópico y tienes eso de que la vida revienta por todos lados. Estoy permeada por eso. La necesidad de mostrar esa fuerza.
P. ¿Hay una fatalidad final?
R. Es la parte más trágica de nuestros países. Por mucha resiliencia y capacidad inventiva que ella tenga, que yo creo que la tiene, es un personaje que va contra todo y haciéndose su propio relato y creándose su propia narrativa, pero es un entorno profundamente carente, ella siempre va a estar permeada. Eso es una gran injusticia. De todos modos, no podemos reducir al sujeto a su condición económica. Las personas somos más que nuestra clase social.
P. ¿Cómo vive la situación en Nicaragua con la dictadura de Ortega?
R. Hay una inestabilidad política profunda que es algo que se ha gestado durante años. Ahora estamos viviendo una de sus facetas más inciertas. Para nosotros hacer la película no fue nada fácil. De entrada, en nuestros países no hay industria, no hay fondos, no hay colaboradores en un paisaje sociopolítico convulso. Ese fue otro de los retos que tuvimos que enfrentar. Al final creo que la película tiene una relación dialéctica con su lugar de origen. La adversidad del lugar permea la película. La hija de todas las rabias cuenta la historia de cómo una niña tiene que hacer uso de todas sus herramientas para sobrevivir a la mayor pérdida de todas tomándola como un escudo. Mientras la estábamos filmando nosotras también nos enfrentamos a miles de adversidades y tuvimos que usar todo tipo de inventivas para hacer frente al proyecto.
P. ¿Tiene remedio Nicaragua?
R. Eso son preguntas históricas, si tuviera la respuesta simplista no estaría aquí tal vez. No hay una sola razón a menos que seas un demagogo que cree que puede reducir todo a una sola frase, tiene que ver con las relaciones históricas de poder. Latinoamérica surge de una conquista, de una invasión, eso no se ha podido sanar, esas heridas de personas con más privilegios, personas de distintos colores… Sumado a una historia de dictadura y violencia, pero la génesis se remonta a siglos.