Once de la mañana en Los Ángeles, ocho de la tarde en Madrid. Ari Aster (Nueva York, 1986) se dispone a contestar la primera pregunta cuando llaman a su puerta. Se disculpa: "Tengo un poco de resaca, así que he pedido un zumo concentrado de jengibre".
Sin embargo, la persona encuadrada en la pantalla del ordenador no parece demasiado juerguista. La camisa de cuadros y las gafas de pasta le proporcionan un cierto aire nerd, algo que potencian los largos silencios que se producen mientras el director busca las palabras exactas para no desvelar demasiado de su nuevo filme, Beau tiene miedo.
Tras Hereditary (2018) y Midsommar (2019), que le han convertido en el nuevo rey del terror de Hollywood, Aster cambia de tercio en un filme ambicioso, épico y singular, en el que el Beau del título, interpretado por Joaquin Phoenix, un hombre presa de la paranoia, se embarca en una odisea para visitar a su madre, quien se encuentra en el origen de todos sus traumas.
Pregunta. ¿Qué hay de personal es este filme?
Respuesta. Es muy personal, pero no autobiográfico. Digamos que no es sobre mi vida, pero sí trata de reflejar lo que hay en mis entrañas.
P. ¿Cómo ha sido el proceso de gestación?
R. Escribí la primera versión del guion hace una década. Intenté rodarlo, pero era demasiado ambicioso y extraño para alguien que no había hecho nada todavía. Quizá me faltó voluntad. Pero no ha sido un trabajo constante. Regresé al guion cuando acabé Midsommar y lo reescribí durante un año con nuevas ideas.
P. ¿Cómo dio con esta estructura en cuatro actos tan particular para la película?
R. Es la naturaleza de una historia que se inserta en la tradición de la picaresca. Es una odisea, una road-movie en la que el protagonista es lanzado de un entorno a otro. Es emocionante, porque tienes que encontrar la manera de distinguir un mundo del siguiente para que el espectador sienta que está realizando un viaje, pero al mismo tiempo tienen que estar en armonía unos con otros. Me he fiado mucho de la intuición. La creación artística es, sobre todo, un proceso intuitivo. Por eso me resultan tan raras estas entrevistas, ya que intento poner en palabras en retrospectiva algo que en el mejor de los casos fue intuitivo y que no he descrito antes porque tampoco ayudaba al filme.
P. ¿Le interesaba indagar en el complejo de Edipo?
R. Para mí es una película sobre progenitores y descendencia, sobre la culpa y cómo esta puede ser transferida a cualquiera. Está claro que encuentro interesante las relaciones entre padres e hijos… Pero estoy tratando en realidad de contestar sin decir nada. Hay aspectos de la película que me resultan muy obvios, pero quiero que sean otras personas los que hablen de ellos.
P. ¿Qué significa para usted el concepto de culpa?
R. No soy necesariamente una persona religiosa. De hecho, esta película es bastante secular. Todo lo que quiero decir sobre la culpa está en el filme, y quizá diga demasiado.
P. El tema de la culpa es una constante para directores judíos como usted...
R. Sí, es verdad. Ya he definido alguna vez esta película como una comedia judía, y lo que quiero decir es que la siento como sinónimo de una comedia de persecución. Con Beau... buena parte de lo que vemos es autoinfligido, pero hay todo un ciclo de culpa sobre el que reflexiono aquí. Y ya me estoy arrepintiendo de haber dicho esto. Ojalá pudiera rebobinar, porque creo que es algo que me va a dar dolor de cabeza cuando lo lea.
P. ¿Qué cree que le ha proporcionado el trabajo previo?
R. Cuantas más películas hago, más comprendo en dónde puedo salirme con la mía en términos de cuánta información necesita un colaborador o cómo me puedo mover de una escena a otra. Simplemente se trata de oficio. Es muy excitante probar algo nuevo y sentir que funciona. Y cuanto más me dejo llevar por esa chispa, más me apetece experimentar y jugar. El proceso, por tanto, se está volviendo cada vez más intuitivo y es lo que más me importa ahora mismo, más que el resultado.