El cine español, al contrario que Hollywood, ha sido siempre muy pudoroso a la hora de mostrar las tripas del mundo del espectáculo. En Alguien que cuide de mí, Elvira Lindo (Cádiz, 1962) y Daniela Fejerman (Buenos Aires, 1964) abren de par en par las ventanas para hurgar en la intimidad de una familia de actrices marcadas por el amor pero también la incomprensión, las diferencias de temperamento e incluso la rivalidad.
La más veterana es la abuela, Magüi (Magüi Mira), una “gran dama del teatro” que cree firmemente en la disciplina y tiene un carácter de hierro. Su nieta es Nora (Aura Garrido), que en la primera secuencia gana un Goya y da un discurso que traerá mucha cola, y quien comparte con su abuela su tesón y autocontrol. En medio, la oveja negra, Cecilia (Emma Suárez), superviviente de los locos 80, la bala perdida que se comió la vida y en su madurez se encuentra en la bancarrota. Y como en las mejores familias, un secreto que acabará implosionándolo todo.
Una historia de actrices y de mujeres pero también de hombres. El actor enamorado de la joven (Víctor Clavijo), el ex que se niega a sentirse culpable (Francesc Garrido) y el antiguo cantante de revista y cabaret (Pedro Mari Sánchez) que forma con el personaje de Suárez una pareja insólita pero llena de verdadero amor. Con un paisaje humano complejo, entre Bergman y los guiños a la tradición del cine popular español, Alguien que cuide de mí es una película de emociones delicadas que se tornan salvajes cuando salen a la luz como un torbellino. No en vano, ¡es una película sobre actrices!
El filme supone también un resonante debut como el de la escritora Elvira Lindo tras la cámara. Célebre por la saga de Manolito Gafotas y novelas como las recientes A corazón abierto (2020) y En la boca del lobo (2023), el mundo del cine no le es ajeno ya que ha escrito los guiones de La primera noche de mi vida (Miguel Albaladejo 1998), El cielo abierto (Albaladejo, 2000) o La vida inesperada (Jorge Torregrosa, 2014).
A su lado, “haciéndole compañía” como dice Lindo con modestia, la mucho más experimentada en las lides de la dirección Daniela Fejerman, acostumbrada a los tándems ya que junto a Inés París dirigió comedias tan divertidas como Vamos a dejarlo (1999) o A mi madre le gustan las mujeres (2002). En solitario, además, se ha adentrado en el drama en títulos como La adopción (2015).
Pregunta. Con ese título, Alguien que cuide de mí, ¿querían apelar a un sentimiento universal y primario como el de ser querido?
Elvira Lindo. Lo estuvimos buscando porque al principio la película se llamaba de otra manera. Se inspira en la canción de Ella Fitzgerald Someone to Watch Over me. Seguro que hay algo más que se titula así. Son tres mujeres muy unidas pero que por otra parte no saben cuidarse bien. Nos dijeron que sonaba un poco triste o negativo y luego ha gustado cuando ha circulado. Quizá porque ahora se habla más de los cuidados…
Daniela Fejerman. Todos los personajes quieren ser cuidados. Tenemos a una madre que no ha sabido cuidar bien de su hija pero luego está esa hija que tampoco ha sabido entender a su madre. Emma Suárez (Cecilia) es como la oveja negra de la familia, y luego, la abuela, Magüi (Magüi Mira), señora, gran dama del teatro y luego está la hija, Nora (Aura Garrido) con una formación muy rigurosa. Eso conecta a la abuela con la nieta y la madre se queda como la que vivió la vida como una bala perdida.
E. L. Hay una marca muy generacional. El personaje de Emma representa a mucha gente que vivió sin pensar en el futuro, que improvisó, que quiso también trabajar e interpretar pero con una voluntad de comerse la vida. En cada generación hay algo de adanismo. Esa generación que creció en los 80, se pasó mucho con las drogas, con el alcohol… y nadie pensaba que iban a tener una madurez o vejez complicadas. En ese momento no se reparaba que eso te podía pasar factura. En la nueva generación de actrices es muy distinto. Hay una obsesión con la salud, con el cuerpo, se cuidan muchísimo… Ayer vi a Jorge Sanz, es muy tierno, estaba en Sálvame y me recordó a Pedro Mari en la película. El estaba contando con mucha naturalidad todos los excesos y cómo ha salido de ellos. Fue una generación muy machacada y si te escapabas de tanto vicio era de milagro.
Los locos 80
P. ¿Los 80 fueron años de perdición y de reacción hiperbólica contra la represión franquista?
E. L. El otro día vi un documental sobre Eric Clapton, sin duda el alcohol y las drogas le hicieron tocar peor, cantar peor. Pero también había una parte hermosa, cuando estaba bien la vida tenía un sentido romántico. Ese tocar con mucha gente y ese mundo en el que no todo estaba medido por la comunicación, los mánagers, había una entrega… Era todo muy inocente también. El personaje de Emma lo cuenta muy bien. Luego están los que dicen que en los años 80 había más libertad de expresión pero también había mucha crueldad con determinados colectivos.
D. F. Estaba esa cosa del probar lo nuevo, hay un riesgo que es hermoso. Ayer vi una obra de teatro, Coronada y el toro, una adaptación de Francisco Nieva. Era todo tan alucinado, tan barroco, realizado con tanta libertad… Ves un hombre-monja con seis tetas, sale una señora de 47 años desnudándose con total libertad. Ahora mismo en el audiovisual se está midiendo el gramo de carne que se muestra.
E.L. Elegimos que los personajes fueran actrices porque al ser cómicas podían exacerbar las conversaciones como ocurre en el hospital donde llevan la escena hasta un extremo teatral. Cada una cumple el papel de su época. Hay algo muy bergmaniano pero los personajes también responden mucho a su época, cosa que por cierto también hacía Bergman reflejando la liberación de la religión y las relaciones sexuales. Emma es el producto de una época en la que la gente no quería parecerse a su madre, quería ser otra cosa. Había una ruptura total con el pasado.
P. ¿La “pobre” Cecilia está condenada a ser censurada por su madre y por su hija?
E. L. En el fondo la abuela es una burguesa aunque se le haya permitido ser extravagante porque es actriz. Tiene una hija que no le gusta porque no la entiende y no quiere problemas. Todos los problemas en los que se mete la hija tienen aquello de “te lo dije”, “te advertí de los peligros que corrías”. Hay siempre algo un poco mezquino en eso de “esto te ha pasado porque te lo has buscado”. La joven en cambio lo quiere tener todo muy controlado, es estudiosa. De todos modos, hay cosas que solo se pueden reprochar en el momento. En toda familia siempre hay un hermano que se ha manejado peor con el dinero y llega un momento en el que es tarde para reprochárselo. Lo que tienes que hacer es tratar de ayudar en la medida de lo posible.
D. F. Es una madre a la que puedes juzgar con facilidad por su falta de dedicación, por cómo ha llevado su vida y su profesión, cosa que le ha llevado a la necesidad económica. Es automático intentar despegarse de esa imagen y no querer ser así. Pero Nora también tiene ese afán que conocemos en la generación más joven de actores, eso de tomárselo muy en serio, estar muy preparada… Hay quizá un exceso de ambición, para ella todo son las aspiraciones, en lo que se quiere convertir.
E. L. Yo he conocido a hijas de madres que son un poco desastre y salen todo lo contrario. Necesitan tenerlo todo muy controlado para no parecerse a ella. No existe una mujer que no haya tenido un conflicto con su madre. Luego el personaje de Suárez es una mujer que también tiene una especie de orgullo, de no reconocer su vulnerabilidad, lo que ha pasado y las secuelas que puede haber tenido. Ella no quiere pedir favores a nadie. Eso también la hace inaccesible. Mantiene una dignidad, no quiere dar pena, si te ayudan, que sea en tus términos. Eso me parece muy bonito del personaje, no querer dar pena.
P. La idea del éxito y las rivalidades profesionales también aparecen. ¿Es inevitable la competencia cuando hay dos artistas aunque sean familia?
E. L. A veces el éxito de los demás es ofensivo. Y sobre todo si es familia tuya. Da igual que sea tu hijo o tu padre. Ha habido siempre muchos conflictos con eso. Es ofensivo por cómo a veces la gente ningunea a quien no lo tiene. Ella se alegra del éxito de su hija pero se ve borrada. Eso es ofensivo. Nadie vive eso con alegría. El discurso correcto ahora nos hace pensar que las mujeres nunca tenemos celos o nunca sentimos una competencia con respecto a otras mujeres. En las entregas de premios siempre dicen eso de “lo importante es compartirlo con mis compañeras” y quieres ganar, es lo normal.
D. F. Para las actrices creo que es más duro porque tienen ese plus de la mirada, eso de “me conocen” o “no me conocen”, saben quién soy o no, me felicitan…
E. L. Si tienes éxito, tienes que ser muy cuidadoso con los demás. Tiene que haber empatía. Estamos en unas profesiones donde unas veces te dicen bonita y otras te tiran piedras. El que tiene éxito tiene que ser respetuoso con el que no lo tiene. Considerado. No considerarse superior. Ella hace un viaje en ese sentido y el espectador va viendo cómo ella se va suavizando. La película al principio estaba concebida como una historia de aprendizaje de la actriz joven pero el personaje de Cecilia tenía tanta personalidad que al final se han quedado las dos protagonizando la historia.
De Chéjov al espectáculo de revista
P. A través del personaje de Pedro Mari, reivindican la cultura popular que se hizo durante el franquismo. ¿Sigue arrastrando la fama de “casposo”?
E. L. Está comenzando a haber una mirada más compasiva. Hubo personajes adelantados a su tiempo como Vázquez Montalbán que empezó a contemplar la cultura popular, kitsch, de raigambre folclórica de otra manera, mucho más moderna en ese sentido. Creo que la gente joven tiene menos prejuicios. Durante mucho tiempo han sido considerados de baja estofa. Una película son momentos de emoción. Puedes decir, esto no me gusta tanto, esto me gusta menos… con que una película tenga dos o tres momentos de emoción está justificado que se haga. Si una persona no se emociona viendo a Pedro Mari cantar es que algo le pasa. En esa canción, en esa emoción cantando como gay una canción de revista, está el ser gay, el haberse sentido excluido también por pertenecer a un teatro menor… muchas cosas.
D. F. En los jóvenes ya no hay esa reacción contra el franquismo.
E. L. En la película todos los personajes que aparecen están relacionados con el mundo de la interpretación o del teatro y el cine. Y todos están tratados con el mismo respeto, no hay un escalafón. No hemos considerado que unos fueran mejores que otros. Cuando el personaje de Victor Clavijo que es un actor con reputación, saluda a Pedro Mari lo hace con admiración, hay un reconocimiento, el cabaret, la revista, lo que sea… Pasa como con los buenos músicos. Los buenos intérpretes de jazz saben llevar una canción popular y convertirla en algo precioso. Son actores y pertenecen al mismo tipo de vida, hay a quien le ha ido de peor a mejor.
Los hombres de Cecilia
P. La relación de Cecilia (Suárez) con Pedro Mari, un viejo actor de revista, tampoco gusta a la hija. ¿Es aquello que decía Woody Allen en su película, Si la cosa funciona…?
D. F. Se dan compañía, se dan cariño, déjales en paz… Hay matrimonios heterosexuales que tienen el mismo papel. Parece que porque él sea gay lo cambia todo. Nora lo considera un rancio, desde fuera ve la relación como una hipocresía. En la película va aprendiendo a entender todo lo que él ha hecho por su madre. Se da cuenta de que allí hay amor del bueno. Esta es la historia del descubrimiento de una hija de quién ha sido su madre.
E. L. Los jóvenes ven más claro estas relaciones digamos atípicas, pero cuando les pasa a tus amigos. Nora a lo largo de la historia va aprendiendo a entender a su madre y valorar un tipo de trabajo como el que representa Pedro Mari, que es el teatro popular, el que esperaba la gente que llegara a los pueblos, en los teatros de revista en Madrid o en Barcelona. Aunque ella no sea consciente, está mirando por encima del hombro todo el rato.
Una colaboración fructífera
P. ¿Cómo ha sido la experiencia de dirigir una película juntas?
D. F. Ha sido muy fácil la dinámica entre nosotras. La historia parte de Elvira cuando me llama. Nos conocíamos desde hacía un tiempo y me propone una historia que había escrito y la veía para cine. Me pareció preciosa. En un principio, ella no iba a dirigir la película. Cuando estábamos con el guión, no se lo había planteado, pero yo me empeñé porque ella estaba muy dentro de la historia.
E. L. Yo me propuse como subdirectora. Y Daniela me dijo que eso no existe. Al final creo que le he hecho mucha compañía. Esta película, aunque parezca sencilla, tenía mucha traca emocional, había que hacerla muy deprisa, había que lidiar con muchas cosas. Eran localizaciones muy pequeñas… Daniela ha tenido mucha generosidad y comprensión.
P. ¿Y cómo fue esa primera experiencia tras la cámara, Elvira?
E. L. Daniela conocía al equipo porque con algunos había trabajado. Llegas a un lugar en el que hay creada una dinámica, y te encuentras todas esas cosas que hay que comprenderlas laboral y psicológicamente. Lo que más me ha gustado de hacer la película son los oficios. Fue un curso muy acelerado. Es curioso que sientes como una avalancha de trabajo. No te puedes ir, que es lo que me gusta siempre hacer. Me decía: “De esta no te escapas, amiga”. Es muy distinto a escribir novelas, tienes una presión de tiempo enorme. Favoreció que estuviéramos rodando en Pamplona, y no volver todos los días a casa porque eso te desconecta.
D. F. Por las noches era fantástico cenar y poder comentar las cosas. Es una ciudad en la que todo está cerca. Ensayamos mucho con los actores antes de rodar, siempre en casa de Elvira. Eso nos permitió centramos en los actores y el guión.
E. L. Con el elenco es con lo que hemos tenido más suerte, porque están todos fantásticos.