Michael Douglas (Nueva Jersey, Estados Unidos, 1944) lleva más de medio siglo rehuyendo sombras. La primera y más alargada, la de la longeva y excelsa carrera de su padre, Kirk Douglas; la siguiente, la de su encasillamiento en thrillers donde salía con la libido esquilada; y la última, la de erigirse en el rostro de la codicia capitalista de los brokers de los ochenta.
De todas esas vulnerabilidades habló profusamente a lo largo de dos horas en un encuentro con el público de Cannes, donde el actor y productor fue galardonado con la Palma de Oro de honor en la gala inaugural, en reconocimiento a sus 55 años de carrera.
La alfombra roja se ha desplegado en la Croisette para el hijo de Espartaco hasta en cinco ocasiones. Su puesta de largo fue en 1979, año en el que presentó el thriller de James Bridges El síndrome de China junto a Jane Fonda y Jack Lemmon. La película jugó un papel fundamental en la conciencia antinuclear en Estados Unidos, pues 12 días después de su estreno, se produjo un accidente en la planta de Three Mile Island que le dio un cariz premonitorio y disuasorio.
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Más de una década después, en 1992, un cruce de piernas y un picahielos tomaron al asalto el festival con erotismo y violencia. “Ver muchas de las escenas de sexo explícito de Instinto básico en la pantalla gigante del Grand Palais resultó abrumador para mucha gente. Después, tuve una cena muy tranquila con Sharon Stone y Jeanne Tripplehorn, porque imagino que todo el mundo estaba digiriéndolo”, ha recordado con malicia el artista, asociado de por vida a una película que hoy en día sigue generando memes y comparaciones. La última, para dar nombre a un escándalo misógino ligado a Boris Johnson.
El castigo a la lascivia de la película de Paul Verhoeven se sumó entonces a la carnalidad enfermiza de Atracción fatal (Adrian Lyne, 1987) y más adelante, a la de Acoso (Barry Levinson, 1994), lo que, ha ironizado el actor, lo convirtió en “un experto en coitos”.
El segundo de la saga Douglas ha aprovechado su competencia en la materia para dar las claves a la audiencia de cómo rodar una buena secuencia sexual: “El secreto está en la repetición. Es como cuando ensayas una escena de acción, tienes que trabajar en la coreografía. Empiezas con cuidado y luego ya vas adquiriendo un ritmo más rápido”.
No ha faltado la guasa al referirse a la nueva figura de los coordinadores de intimidad, especialistas que salvaguardan a los actores en las escenas que implican desnudez o la simulación de un acto sexual. “Hoy en día no se puede hacer nada sin recurrir a ellos. Cuando lo fundamental es no dejar que tu compañera piense que te estás aprovechando de la situación. Has de hablar con antelación y decirle: voy a poner mi mano aquí, tú pones la tuya ahí y luego nos besamos”.
En 1993, volvía a irrumpir en Cannes con otro título tan icónico como parodiado, Un día de furia (Joel Schumacher). El justiciero con el pelo cortado a cepillo fue relevado en 2013 por un pianista virtuoso de Las Vegas ataviado con peluca y una capa de cuello alto atiborrada de perlas: Steven Soderbergh le esperó un año entero, mientras el actor se recuperaba de un cáncer de lengua, para rodar Behind the Candelabra, su biopic sobre el paladín del kitsch, Liberace. La película se basa en las memorias del que fuera pareja del músico y presentador de televisión, un adiestrador de perros que en la ficción fue interpretado por Matt Damon.
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“Matt y yo decidimos realizar una interpretación sin florituras y sin hacer preguntas. Nos conocemos bien y no necesitábamos ensayar. Sabíamos que teníamos que besarnos mucho, así que, de vez en cuando, me burlaba de él preguntándole qué perfume prefería que me pusiera en los labios antes de achucharlo", ha revelado El hijo pródigo, título del documental de Amine Mestari que completa el homenaje del festival de la Costa Azul al doblemente oscarizado artista. El que recibió como actor por su encarnación del arquetipo neoliberal en Wall Street (Oliver Stone, 1987), "no solo significó el reconocimiento de mis compañeros, sino salir de la sombra de mi padre", ha compartido.
La primera estatuilla la ganó como productor de Alguien voló sobre el nido del cuco (Milos Forman, 1975). Hoy en día y encumbrada con cinco premios de la Academia, el olfato de Michael resulta incontestable, pero la adaptación de la novela epónima de Ken Kesey tardó 12 años en asomar la locura a los ojos de Jack Nicholson. Los derechos habían sido comprados en 1963 por Kirk Douglas para montar una obra de teatro en Broadway. El montaje arrasó, así que le pasó el testigo a su primogénito, pero Hollywood se resistía, pacata, a un relato que revelaba la sordidez de las instituciones mentales.
Evocar al protagonista y productor de Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957) y tantísimos clásicos del cine, ha emocionado a su hijo, que ha reconocido que tras convertirse él mismo en padre, había comprendido que Kirk no compartiera más momentos de su infancia cuando se separó de su madre, la también actriz Diana Douglas.
La nostalgia también le ha hecho entonar un cualquier tiempo pasado fue mejor al referirse a la intrusión de las redes sociales en la vida personal de los artistas. “Lo estaba comentando hoy con Leo DiCaprio. Antes teníamos más secretos, reuniones tranquilas, sin que nadie lo supiera. Ahora, alguien te ve y, de repente, acuden 1.000 personas. Hay una invasión constante de la privacidad. Ya no disfrutamos de la libertad de antes”.
Tiene todo el derecho a contar batallitas. Al fin y al cabo, se da la paradoja de que el septuagenario Michael cuenta más años, dos en concreto, que ediciones tiene Cannes.