Durante la rueda de prensa de Killers of the Flower Moon en el Festival de Cannes se le ha preguntado a Leonardo DiCaprio cuáles eran las virtudes que habían erigido a Martin Scorsese en el mejor director de todos los tiempos. Al actor se le ha visto apurado. ¿Cómo sintetizar la grandeza de una leyenda en vida que, además, atiende a tu respuesta?
Tras unos segundos de duda, se ha arrancado: “Su perseverancia y ferocidad al contar la verdad tras estos relatos, sin importar su extrañeza y su incomodidad. Así como su respeto a la historia del cine: la influencia que sobre él tienen los grandes maestros de pasado no tiene parangón. Eso lo ha convertido en una voz singular de nuestro tiempo, que continúa haciendo películas que cuentan historias importantes”.
Al principio del encuentro con los medios y sin pregunta mediante, el actor, que ha
protagonizado cuatro de las últimas películas del italoamericano (El lobo de Wall Street, Shutter Island, Infiltrados y El aviador) ya había alabado la condición humanista de su trabajo: “Lo que hace increíblemente bien Marty es exponer la humanidad de los personajes más siniestros”.
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Con ese, sí, espontáneo halago, DiCaprio incorporaba al universo de claroscuros que han conformado la cinematografía de Scorsese a su personaje en la película presentada fuera de concurso en Cannes. Su papel en Killers of the Flower Moon es el de Ernest Burkhart, un héroe de guerra que tras el armisticio de 1918 regresó a Oklahoma y se vio envuelto en una ola de asesinatos que medró a la comunidad indígena Osage.
Se da la circunstancia de que este grupo de nativos americanos había sido arrumbado por el Gobierno estadounidense en una tierra miserable que resultó esconder grandes yacimientos de petróleo. Aquel súbito enriquecimiento dejó estampas para la posteridad con ellos conduciendo Buicks y ellas luciendo estolas, en mansiones atendidas por criados blancos. La codicia y la disciplicencia hacia los aborígenes americanos desencadenó una lacra que tiene ramificaciones hasta nuestros días.
Un wéstern mestizo
Scorsese ha esperado hasta cumplir los 80 años para aventurarse en el wéstern, pero sin limitarse a las consignas del género, sino reventando sus costuras al incorporar trazos de true crime y cine negro. A la pregunta de la necesidad de seguir retándose a sí misma tras seis décadas de carrera, el director no pudo ser más taxativo: “Si no asumo riesgos a esta edad, ¿qué queréis que haga: quedarme sentado cómodamente en un sofá? ¿Estás de broma?”.
La respuesta fue celebrada entre los medios, como también lo fue la película desde sus primeros minutos y un cameo protagonizado por el director en el redondo broche final que fue aullado y aplaudido en el pase de prensa. Su última obra maestra es también la más larga de su carrera, tres horas y 26 minutos.
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Este fresco antropológico, histórico, político y social es una adaptación de la novela Los asesinos de la luna (Penguin Random House) del reportero David Grann, publicado en 2017, sobre la serie de asesinatos entre la tribu indígena Osage en la década de los veinte.
El libro de no ficción pone el foco en la investigación policial impulsada por John Edgar Hoover que fue el germen de la creación del FBI. De hecho, el papel que finalmente protagoniza Jesse Plemons en el tercer acto del filme, el inspector federal Thomas Bruce White, era el encomendado inicialmente a DiCaprio. Scorsese, en cambio, volvió sobre los pasos iniciales del guion para prestar atención a la traición perpetrada contra los aborígenes americanos. Junto a su guionista Eric Roth se concentró en los instigadores del drama.
“Cuando leí el guion, sentí que debíamos ser muy respetuosos con las naciones indígenas. Así que me senté con ellos para que me transmitieran las situaciones perpetuadas en su comunidad. Compartí con ellos comida, rezo y ritual. Eso me afectó profundamente, me hizo poner los pies en la tierra... Oí cuáles erán sus valores, el amor, el respeto, el cuidado de la tierra, y esto último no lo digo en el sentido político: entienden cómo vivir en este planeta. Cada vez que hablábamos, me reorientaban, no solo sobre el propósito de la película, sino sobre nuestra existencia. Tanto Montesquieu como los Padres Fundadores y la Declaración de Independencia se basaron en sus principios”, se ha maravillado el más cinéfilo de los directores de Hollywood.
A su vera estaba sentado su otro actor fetiche, junto al que, precisamente, se alzó con la Palma de Oro en 1976 por Taxi Driver, Robert de Niro. En uno de los mejores papeles de su carrera, que es mucho decir, el italoamericano da vida a William Hale, un rico granjero que asegura admirar y apreciar la civilización de los Osage al tiempo que intriga para que su sobrino Ernest se casé con una de esas “millonarias pieles rojas” para medrar.
La traición se produjo, por tanto, en lo personal y en lo universal. Tanto en la trágica historia de amor en el matrimonio mixto entre Burkhart y su esposa, Mollie, como entre el pueblo Osage y el blanco, que aprovechó los vínculos de sangre y amistad para diezmar la riqueza de los aborígenes americanos y, literalmente, sus vidas.
La actriz robaplanos que interpreta a la esposa aborigen de DiCaprio es Lily Gladstone, que ya despuntó en Ciertas mujeres (Kelly Reichardt, 2016). La actriz ha declarado su horror al descubrir que muchos de los vecinos aborígenes acudieron al funeral de Hale, a pesar de su vileza.
De Niro, de hecho, se hacía cruces con la retorcida psicología de su personaje. “No lo entiendo. Era encantador y se ganó a los Osage. Eran sus amigos. No sé por qué los traicionó. Aquella tragedia es una confirmación del racismo sistémico en nuestro país, del que somos más conscientes desde el asesinato de George Floyd. Es la banalidad del mal y debemos prestarle atención”.