A través de la ventana de una villa costera, nos acercamos a un hombre fuerte que, de espaldas y desde su butaca, descuelga el teléfono: “Soy Marco Carrera”, dice el capo. Cuando Marco era un crío, lo llamaban “el colibrí” por su complexión esmirriada. Tenía catorce años y aún aparentaba diez. A los dieciocho, su padre le obligó a hormonarse para que creciera y empezara a “ser un hombre de verdad”.



En pleno 2023, someteríamos a El colibrí –basada en la novela de Sandro Veronesi publicada por Anagrama– para estudio de los fantasmas que las familias imprimen sobre nuestro cuerpo. Al fin y al cabo, el melodrama inspirado es la mejor herramienta para llevarnos al corazón de las dinámicas familiares enquistadas.



El paterfamilias Carrera (Sergio Albelli), padre huraño, tortura a la madre (Laura Morante), que se revuelve ladrando como un chihuahua de dientes limados. Sus dos hijos mayores se autodestruyen, y Marco escucha The Clash para no oír nada más. Cuando él crezca, se casará con una mujer que sufre y que se entrega a la histeria, a fondo. La disfuncionalidad vive en las tripas del clan, cuyos miembros han aprendido a sacar lo mejor de su propia desgracia y se han vuelto gatopardos de Telecinco. Así, en casa, todo rifirrafe se vive con la intensidad de un clímax insalvable.

Llamaban a marco “el colibrí” por su complexión esmirriada. Tenía catorce años y aún aparentaba diez

Pasará que también la película sostiene sus puntos de fuerza sobre conflictos y peleas, cuando todo connaisseur de la telebasura sabe que las escaramuzas en sí poco interesan más allá de los personajes que las hacen estallar. Ahí estarán Duccio (Massimo Ceccherini), “el Innombrable” jugador de cartas que atrae las desgracias, o el psicoanalista al que da vida un Nanni Moretti siempre tan serio, tan grave, que parecería poder estallar en una risotada mofa en cualquier momento. Incluso la reputación mítica de Marco dentro de los altos círculos del póker, como el implacable “hombre hamaca”, resulta burlesca...



Los caracteres de El colibrí, un ensemble infinitamente más divertido que sus propias líneas narrativas, despistan la trama de sí misma y, vivaracha por momentos, la cinta revolotea y pierde el poco pie que la sostenía en lo emocional. Marco y Luisa Lattes (Bérénice Bejo, estandarte francesa dentro de la coproducción) mantienen desde jóvenes una relación platónica, afecto sin sexo que hace palidecer a todo amante porque nunca llega a realizarse. Lo suyo tiene espacio para volar, para “no ser”. Marco es feliz. Puede que, escondiéndose tras esas enormes gafas de pasta, tampoco él quisiera “ser” más, ya.



Ante la complejidad posible de esta pieza, ¿por qué tiene la película de Francesca Archibugi que empecinarse en contagiarnos de una simpatía húmeda y pegajosa, propia de un “corta por la línea de puntos”? Al tipo lo veremos llorar y envejecer, sufrir mental y físicamente –y los pelucones y prótesis que viste no ayudan–, hasta que nos preguntamos si, en última instancia, El colibrí existe solo para dar grandes lecciones de vida no solicitadas, obra de san Marcos mártir. 

El colibrí

Dirección: Francesca Archibugi

Guion: F. Archibugi, Laura Paolucci, Francesco Piccolo

Intérpretes: Pierfrancesco Favino, Kasia Smutniak, Bérénice Bejo, Nanni Moretti, Sergio Albelli, Laura Morante

Año: 2022

Estreno: 26 de mayo