“No es un drama, es una tragedia”, dice Francesca Archibugi (Roma, 1960) sobre El colibrí, la historia de un hombre llamado Marco (Pierfrancesco Favino) que lo tiene todo para ser feliz (una familia rica, inteligencia y educación), pero al que persigue la mala fortuna desde niño.
Hijo de un matrimonio de arquitectos que se soporta pero no se quiere, la desgracia primero se ceba con Marco, al que llaman “colibrí” por su baja estatura, cuando se suicida su hermana siendo él un adolescente. Por esa misma época, se enamora de Luisa (Bérénice Bejo), un amor tortuoso que lo acompañará toda la vida.
Ambientada en el ambiente pequeño burgués de Florencia, dice la directora que le interesa más la peripecia vital de ese Marco al que persiguen las desgracias que el retrato de un mundo provinciano de clase media alta que no es muy distinto al de muchos otros países europeos como el nuestro.
['Anhell69', la "película trans" que retrata a la juventud marginada de Medellín]
Efectivamente, la película arranca en los primeros 80 (con London Calling de The Clash como himno generacional) y recorre varias décadas, pero lo esencial es siempre la odisea íntima de ese “colibrí” que se esfuerza por seguir siendo un hombre íntegro a pesar de las adversidades.
Es esta la historia de un hombre marcado por la mala suerte, un concepto muy próximo a una cultura italiana que siempre ha tenido un cierto poso supersticioso que en el filme se materializa en la figura de ese “innombrable”, un tipo al que todos consideran gafe salvo el protagonista, que tendría más motivos que nadie para pensarlo.
Directora célebre en Italia con una larga trayectoria, Archibugi ganó el David di Donatello en 1989 a la mejor dirección novel y guión con Mignon è partita, la historia de una chica rica francesa que pasa una temporada con unos parientes pobres italianos. Es autora de otros títulos como La gran calabaza (1993), Con los ojos cerrados (1994) o Cuestión de corazón (2009).
Nos explica porque El colibrí no es una crítica política a la sociedad pequeño burguesa florentina sino un filme sobre la búsqueda del sentido de la vida cuando parece haberlo perdido.
Pregunta. ¿Cómo llega a dirigir esta película?
Respuesta. Soy amiga de Sandro Veronesi desde hace más de treinta años. Antes de publicar la novela le había escuchado hablar muchas veces de ella, después, al leerla, me fascinó. Fue el propio Sandro quien me propuso que hiciera la adaptación al cine y aunque me sentí muy honrada realmente no sabía muy bien cómo podía afrontarlo, sentí una gran responsabilidad. Quería ser muy fiel a la historia, a su fondo, a ese amor que se queda congelado tantos años y el dolor que sufre este hombre prisionero de un matrimonio que no le hace feliz y de un pasado traumático. Marco es un héroe, pero surge la pregunta de cuánto mal puede soportar un hombre sin romperse. Se trataba de encontrar esa fidelidad al corazón de la historia pero también de hacerlo completamente mío, contarlo a mi manera.
P. Lo más sorprendente del filme es que salta de una época a otra de manera constante sin un orden cronológico. ¿Por qué quiso hacerlo así?
R. No hay fechas como sí las hay en la novela, porque quería centrarme en el flujo de la existencia de una persona que a pesar de los cambios es siempre la misma. Esa mezcla de varias etapas vitales del protagonista lo hacía todo mucho más complicado, el propio montaje se alargó ocho meses, era muy laborioso. Compenetramos un segmento de la historia con otros, momentos que suceden en los años 70 cuando es un adolescente con otros de los 2000 en los que ya es un señor mayor y se trataba de que el espectador pudiera entenderlo sin que tuviéramos que poner un rótulo explicativo sobre el año en que sucede. Quiero que el espectador capte los lazos profundos que unen esos segmentos para contar el sentido no lineal de la vida.
P. El suicidio de la hermana, el matrimonio roto de sus padres, el propio matrimonio del “colibrí” con una mujer a la que no ama… ¿La familia es don y castigo?
R. Es una especie de ente que al mismo tiempo que absorbe a las personas las expulsa. La familia está en el centro de las narraciones a lo largo de toda la historia y es el vínculo con el que todos debemos contar. Es una cosa compleja que empieza con dos extraños que deciden construir un castillo de relaciones que crearán vínculos sanguíneos, pero al mismo tiempo pueden seguir siendo dos personas extrañas la una para la otra.
P. ¿Quería hacer un retrato de la pequeña burguesía de Florencia?
R. Por supuesto eso está en la película, pero ni mucho menos quería centrarme en ese aspecto. No creo que esa burguesía sea muy distinta a la que pueda encontrarse en otras ciudades de provincias europeas. Se insiste mucho en que parece que tiene que haber una crítica, como si estas personas no vivieran la misma alegría y sufrimiento que los demás. Quiero hacer un retrato de un ser humano que vive en ese mundo. Javier Marías, por ejemplo, es un escritor que logra estar por encima de eso para centrarse en algo más profundo cómo es la forma en que vivimos la vida, la búsqueda de sentido que nos define más allá de la clase social o el lugar al que pertenecemos.
[Almodóvar, fiel a sí mismo y al wéstern en 'Extraña forma de vida']
P. El pobre Marco se levanta de una y se da de bruces con otra. ¿Es un hombre con mala suerte?
R. La vida es una cosa imprevisible en la que suceden cosas maravillosas y catástrofes. En este caso, creo que su historia no es un drama, es más bien una tragedia. La película se pregunta sobre cuál es el sentido de la existencia cuando hay tanto dolor.