Es oficial: 2023 ha traído una cosecha excelente en la Sección Oficial del Festival de Cannes. De entre los 21 filmes proyectados, han destacado una buena sarta de propuestas poderosas: la poesía magnánime de About Dry Grasses de Nuri Bilge Ceylan, la Anatomía de una caída de Justine Triet y su poderosa narrativa ambivalente, la rotundidad ideológica de Club Zero de Jessica Hausner, la franqueza desarmante de El sol del futuro de Nanni Moretti, La chimera de Alice Rohrwacher y su apertura del canon europeo moderno, los sentimientos encontrados con inteligencia de Monster de Hirokazu Koreeda, los Perfect Days de Wim Wenders (¡su mejor película en años!), el aparato imposible de Youth (Spring) de Wang Bing y lo absoluto y cerebral de La zona de interés de Jonathan Glazer, que en España distribuirán Elastica y Wanda.
Ninguna de ellas habrá recibido una ovación unánime, naturalmente. Sin embargo, sí son títulos que por sí solos justifican la Palma de Oro. Ruben Östlund, gran provocador, tiene poco terreno para ofender a la prensa internacional… Ahora bien, recordamos un fatídico 2016 en que George Miller, entonces presidente del Jurado, decidió convertir en perdedoras de la Palma de Oro a El cuento de la criada de Park Chan-wook, a Paterson de Jim Jarmusch, a Sieranevada de Cristi Puiu y a Toni Erdmann de Maren Ade (todas ellas clásicos contemporáneos), enfrente de la apuesta blanquecina y humanista de Yo, Daniel Blake de Ken Loach.
¿Que Ruben podría repetir la jugarreta y dar una tercera Palma de Oro al británico? Quizás. Son los riesgos de elegir a un presidente soberanamente troll y reaccionario.
Rohrwacher, de Fellini a Passolini
La cineasta de Fiesola lleva desde Las maravillas (2014) y Lázaro feliz (2018) escudriñando el corazón social y espiritual del campo italiano (con La chimera completará su trilogía de La Campagna). Su nueva película inventa el regreso de Arthur, flaneur cosmopolita y atemporal (interpretado por un Josh O'Connor entre la pena y la arrogancia) que vuelve a Riparbella, pueblo medieval donde se enamoró de una amante perdida.
[Víctor Erice toca, pero no hunde la imagen pública de Cannes]
Entre profeta lúcido y marginado social, igual que el mesías Yoav en Sinónimos, Arthur es reclutado por un grupo de "tombalori" locales, interesados en su don natural por localizar tumbas etruscas que saquear. Encontrará asimismo la complicidad de las mujeres de la zona: estarán Isabella Rossellini como aristócrata entre las ruinas de su mansión, Carol Duarte como la joven aprendiz de la Rossellini; sin talento, pero con un espíritu juguetón incombatible y, desde el mundo del recuerdo o de la ensoñación, la presencia inasible de Beniamina, la Beatriz de Arthur.
Fotografiados con preciosismo por Hélène Louvart, los recovecos de La chimera beberán de todo el cine europeo que les precede: desde las comparsas delirantes y folclóricas de Federico Fellini hasta el tiempo ralentizado de Andrey Tarkovsky, pasando por el peregrinaje social y religioso de los mártires de Pier Paolo Pasolini... Sin olvidar, claro, la herencia de las grandes feministas de vanguardia, que se atrevieron a imaginar en sus películas las utopías matriarcales que hoy Rohrwacher replica. La chimera "roba" del cine igual que sus "tombalori" de las sepulturas: para volver a poner en circulación imágenes que, guardadas y a salvo, no sirven de nada.
El adiós de Ken Loach
El cineasta de 86 años llevaba una década anunciando su inminente jubilación, una despedida que fue retrasando, explicaba, como respuesta artística a cada nueva presidencia británica. Con The Old Oak, parece que finalmente el máximo exponente del realismo social de calle ha decidido cerrar la puerta tras de sí. Con guion de Paul Laverty, responsable de El viento que agita la cebada y Yo, Daniel Blake (ambas, Palma de Oro en La Croisette), la película de Loach sigue los puntos bien recortados de su cine anterior.
TJ Ballantyne, orondo y amable arquetipo de obrero británico (Dave Turner), lleva el pub que da nombre a la película y que sirve de último lugar de reunión para el reducido grupo de mineros que aún viven en la ciudad. Precariedad, abandono por parte de la institución y la resaca de tantas revoluciones aplacadas o dejadas perder: no nos extraña que el pub de TJ esté lleno de racistas y nos sorprende aún menos que, a la llegada de un grupo de refugiados sirios, la clientela british se revuelva y les ataque.
Loach y Laverty, sin embargo, creen en el cine como arma y no van a dejar remiendo sin apuntar. Por ello, dibujarán un arco narrativo simplísimo, que va desde el odio hasta la hermandad entre unos pocos caracteres de cada bando: TJ se aliará con Yara (Ebla Mari), educada y con un nivel de inglés ejemplar, y desde la pureza de su amistad, irán cambiando la perspectiva que el bando británico tiene de sus nuevos vecinos. Y ya. Repleta de discusiones acartonadas, con algún pasaje emotivo de los que provoca flojera y con un didactismo empático perdonavidas. No sé si esta es la manera, y no sé si es en el cine donde está la lucha.