Desde que, en 2009, el iraní Jafar Panahi (Miyaneh, Irán, 1960) fue detenido en el marco de las protestas que denunciaban la fraudulenta reelección del presidente conservador Mahmud Ahmadineyad, la labor fílmica del director de El círculo (2000) ha trascendido lo puramente cinematográfico para convertirse en un resonante ejemplo de resistencia frente a la tiranía del poder.
La reticencia de Panahi a cumplir la condena que, desde 2010, le inhabilitaba para dirigir películas, le ha convertido en un emblema de la lucha por la libertad de expresión. Una postura sublevada que, en julio del año pasado, fue contestada por el gobierno del líder fundamentalista Ebrahim Raisi con un nuevo encarcelamiento, tras los más de 80 días que el autor de El espejo (1997) pasó en prisión entre 2009 y 2010.
Fue en este dramático contexto en el que Los osos no existen, la nueva obra del combativo Panahi, fue presentada en la sección oficial del último Festival de Venecia, donde la película recibió un muy simbólico Premio Especial de manos del jurado presidido por la actriz Julianne Moore. Y es que, lejos de amedrentarse ante los envites del régimen islamista iraní, Panahi ha hecho de su praxis clandestina un osado ejercicio de autoafirmación.
Denuncia del autoritarismo
Un camino que se inició con la clarividente Esto no es una película (2011), una muestra de cine de guerrilla donde el cineasta, desde su encierro domiciliario, ensayaba en privado escenas de un filme en preparación, dejando constancia de su negativa a permanecer en silencio.
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Ahora, en la aún más apesadumbrada Los osos no existen, Panahi vuelve a ponerse frente a la cámara para meditar sobre los lastres personales y creativos impuestos por su disidencia política, al tiempo que una narración partida en dos, y plagada de espejismos entre la realidad y la ficción, propone una denuncia del autoritarismo que impera en todos los sectores de la sociedad iraní.
En su mitad urbanita, Los osos… se centra en la figura de una pareja de actores que, mientras ruedan un filme en Teherán, intenta escapar del país empleando pasaportes falsos. Esta película dentro de la película aparece encabezada por el propio Panahi, quien dirige a sus actores a través de videollamadas realizadas desde un pequeño poblado cercano a la frontera con Turquía.
En su rústico alojamiento, el director de Taxi Teherán (2015) parece hallar un espacio de sosiego y relativa libertad; sin embargo, las cosas se complican cuando varios habitantes del pueblo reclaman a Panahi que entregue una fotografía que, tomada inocentemente, probaría la existencia de un noviazgo ilícito. La chica de la instantánea arrastra el yugo de un matrimonio concertado desde su nacimiento.
Como ya ocurría en su anterior largometraje, Tres caras (2018), Panahi asienta el discurso de Los osos… sobre varias analogías entre el Irán cosmopolita y el rural. Mientras en la ciudad los actores son víctimas de la represión política, en el poblado el cineasta es sometido a un juicio público en el que se dirime su condición de testigo del affair ilegítimo que enfrenta a los jóvenes amantes con un novio deshonrado.
Además, el filme también tiende puentes entre las respectivas persecuciones a las que son sometidos los artistas en Teherán y los contrabandistas en la frontera turco-iraní. De este modo, se perfila un claro paralelismo entre el fundamentalismo del gobierno y las tradiciones y leyes atávicas.
Luego, la reflexión central que pone en juego Los osos…, y que apela al potencial y los límites del arte cinematográfico, también aflora de forma común en las dos mitades del filme. En una escena memorable de la trama rural, en la que Panahi se enfrenta a un comité formado por hombres del poblado, el cineasta solicita hacer su declaración frente a una cámara. Según Panahi, lo que captura su cámara no debe verse como una verdad axiomática.
Sin embargo, para el iraní toda imagen genera una sacudida sobre lo real, una perturbación en las conciencias de los implicados en el proceso de filmación. Lo confirma la actitud de una de las actrices de la cara urbana del filme, quien, dentro de la ficción, se niega a seguir participando en una película que, según ella, no da cuenta de la magnitud del drama que azota Irán.
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La obra de Panahi se construye a partir de la tensa, fértil y a veces contradictoria relación entre el arte y la realidad. En este sentido, no debe extrañar que el estreno en España de Los osos…, una película tocada por la desesperanza, llegue pocas semanas después de la primera salida del cineasta de su país en 14 años, tras el levantamiento de su condena.
Cineastas contra un régimen
El 8 de julio de 2022, Mohammad Rasoulof, ganador del Oso de Oro por La vida de los demás (2019) –premio que no pudo recoger al tener confiscado el pasaporte– y Mostafa Al-Ahmad fueron encarcelados por participar en las protestas por el derrumbe de un edificio en la ciudad de Abadán y por firmar un comunicado que, bajo el lema Depón tu arma, pedía a las fuerzas de seguridad que abandonaran la violencia. El 11 de julio Jafar Panahi sería también detenido tras ir a la oficina del fiscal de Teherán a interesarse por la situación de sus colegas.
Los tres han sido puestos ya en libertad bajo fianza, Panahi solo después de iniciar una huelga de hambre “en protesta por el comportamiento ilegal e inhumano del aparato judicial”. Rasoulof, por su parte, no ha obtenido permiso para acudir al reciente Festival de Cannes, donde había sido invitado como miembro del jurado de Un Certain Regard.
Pero hay muchas más voces críticas con las autoridades entre los cineastas iraníes, muchos de ellos en el exilio, que han secundado las protestas por la muerte el pasado septiembre de Masha Amini, una joven detenida por no llevar bien puesto el velo islámico: desde Marjane Satrapi (Persépolis) al ganador de dos Óscar Asghar Farhadi, pasando por las actrices Golshifteh Farahani (Paterson) o Zar Amir-Ebrahimi, premio a la mejor actriz en Cannes por Holy Spider.