Como su compañero de fatigas Martin Scorsese, al que sirvió los guiones de dos clásicos incontestables del cine como Taxi Driver (1976) y Toro salvaje (1980), Paul Schrader no solo se mantiene en activo rebasados ampliamente los 70 años, si no que atraviesa uno de los momentos más inspirados de su carrera, que llega justo después de varias películas fallidas –The Canyons (2013), Caza al terrorista (2014), Como perros salvajes (2016)- que parecían marcar el declive definitivo del autor de Aflicción (1997).

Sin embargo, el mejor Schrader resucitó con El reverendo (2017), filme que abrió una fría e intensa trilogía sobre el remordimiento, la culpa y la redención que tuvo su continuación en El contador de cartas (2020), la gran cima del conjunto, y su cierre en este El maestro jardinero, la más luminosa y optimista de las tres.

El Nerval de Joel Edgerton es el tipo solitario que toma el relevo a los personajes también aislados y atormentados por el pasado que interpretaban Ethan Hawke y Oscar Isaac en las anteriores entregas. En este caso, es un estoico jardinero al servicio de una rica viuda (Sigourney Weaver) que lleva tatuado en la piel los rastros de los violentos actos racistas que llevó a cabo una década atrás. La llegada de una aprendiz de color (Quintessa Swindell), que guarda un lejano vínculo de sangre con la dueña de los jardines, provocará que la ordenada vida en la que se mueve Nerval implosione lenta e inexorablemente.

Depurando al máximo su estilo, aunque sin dejar de lado los arrebatos de violencia, Schrader compone un filme que arranca desnudo y gélido, como el alma de su protagonista, y que a medida que avanza se convierte en lo más cercano que ha estado el director de rodar una historia de amor. Y que nos deja momentos de absoluta turbiedad (el personaje de Weaver pidiéndole al protagonista que se desnude) o de explosivas y digitales catarsis (la carretera floreciendo) en la única fuga poética del relato.