En la magnífica Academia Rushmore (1998), la segunda película de Wes Anderson, el adolescente Max Fisher (Jason Schwartzman) daba rienda suelta a su creatividad dirigiendo unas obras teatrales cuyo componente amateur –se trataba de producciones escolares– contrastaba con su ambición estética. En una de sus rimbombantes producciones, Fisher llevaba a escena una adaptación de la película Serpico (1973), en la que un reparto de jóvenes imberbes se paseaba por el escenario con armas de fogueo y vestuarios extravagantes (la guinda del pastel la ponía un niño que interpretaba a un policía disfrazado de monja).
Por su parte, Anderson filmaba el espectáculo teatral poniendo el foco tanto en la esperpéntica ficción policíaca como en la trastienda de la representación, dominada por la batalla de egos entre Fisher y sus actores. Así tomaba forma un enérgico y burlesco homenaje a las formas teatrales, una carta de amor a los mecanismos del espectáculo escénico que ahora se propaga por las preciosistas imágenes de Asteroid City, el nuevo ejercicio de orfebrería fílmica de Anderson.
Teatro catódico
Situada en los límites de la realidad, la nueva película del director de El Gran Hotel Budapest (2014) transcurre entre dos universos tan reconocibles como a la vez extraños. El primero es el mundo del teatro, que aparece filtrado por lo catódico, en cuanto que son unas cámaras de televisión las que muestran al espectador los entresijos de una disparatada producción teatral.
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Filmada en blanco y negro, esta mitad del filme tiene su propio narrador, un Bryan Cranston que, desde un proscenio convertido en trascenio teatral, va presentando las diferentes fases del proceso de creación de una obra del dramaturgo Conrad Earp, a quien da vida con gran delicadeza Edward Norton.
En esta parte de Asteroid City, además de hacer espacio para lo queer, Anderson invoca un cierto espíritu de camaradería, un flujo de empatía que no solo circula, dentro de la ficción, entre el equipo artístico de la obra teatral, sino que también traspasa la pantalla poniendo de relieve la devoción que el cineasta rinde a sus melancólicas y geniales criaturas.
En uno de los pasajes más emocionantes de la película, la actriz a la que da vida Scarlett Johansson recibe una misiva en la que el dramaturgo, con quien ha tenido sus más y sus menos, la reclama para su nueva obra. La carta se cierra con una frase que parece sintetizar la ética andersoniana: “Lo único que importa es lo que ocurre sobre el escenario… y nuestra amistad”.
En la otra mitad de Asteroid City, lo que se muestra, supuestamente, es la puesta en escena de la obra que escriben, producen y ensayan el dramaturgo Conrad Earp junto al director Schubert Green (Adrien Brody). Sin embargo, en un giro marcadamente surrealista, esta representación escénica no alberga ni un solo atisbo de costuras teatrales, más allá de la artificiosidad propia del cine de Anderson.
A partir de la subversión de la lógica estructural del filme, esta parte de Asteroid City se presenta como una colorista ensalada de situaciones estrambóticas, donde confluyen los estamentos científico y militar, una catatónica criatura alienígena (Jeff Goldblum, metido en un traje de plástico), “dos personas catastróficamente heridas” (Jason Schwartzman y Scarlett Johansson) y una troupe de chicos prodigio, tan listos como los de Los Tenenbaums. Una familia de genios (2001) e igual de inocentes que los de Moonrise Kingdom (2012).
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Con estos ingredientes, Anderson compone una sátira de la paranoia nuclear en la América de 1950 que reúne la farsa de Preston Sturges y la tentación de la irresponsabilidad de las comedias de Howard Hawks. En los primeros compases de Asteroid City, un inmaduro padre de familia (Schwartzman) les confiesa a sus hijos que les lleva ocultando la muerte de su madre durante tres semanas. Mientras habla, el padre sostiene en las manos un tupperware que contiene las cenizas de la fallecida.
Resulta tentador ver Asteroid City como un baile de máscaras metafílmico. Johansson da vida a una actriz de teatro que recibe el encargo de interpretar a una estrella de Hollywood, mientras que el desierto californiano es recreado en los alrededores de la madrileña localidad de Chinchón.
Por su parte, las dos mitades de Asteroid City parecen jugar al gato y al ratón, avanzando en paralelo, pero distanciándose en lo estético. El sentido lúdico se impone de una manera tan rotunda que la nueva película del creador de La crónica francesa (2021) podría parecer el mayor de los caprichos. Sin embargo, cuando el dramaturgo interpretado por Norton se reúne con su familia de actores – “una tribu de trovadores e inconformistas”– , resulta imposible no ver en Asteroid City un sentido autorretrato del compromiso de Anderson y sus intérpretes con la creación escénica.
En la mejor secuencia de la película, el dramaturgo intenta inspirar a sus actores pidiéndoles que interpreten a personas dormidas. En un momento de trance colectivo, el grupo empieza a aullar, al unísono, un lema disparatado: “¡No te puedes despertar si no te quedas dormido!”. Enardecida, la pantalla bulle con la pasión soñadora y el delirio creativo de Anderson, quien persiste en el empeño de realizar películas con el único objetivo de pasarlo bien e infundir algo de felicidad en el corazón de sus espectadores.
Asteroid City
Dirección: Wes Anderson.
Guion: Wes Anderson, Roman Coppola.
Intérpretes: Jason Schwartzman, Edward Norton, Scarlett Johansson, Tom Hanks, Adrien Brody, Steve Carell, Tilda Swinton, Jeff Goldblum, Matt Dillon, Bryan Cranston, Liev Schreiber, Jake Ryan.
Año: 2023.
Estreno: 16 de junio.