Félix Viscarret (Pamplona, 1975) triunfó con su ópera prima Bajo las estrellas (2007), adaptación de un relato de Fernando Aramburu por la que conquistó la Biznaga de Oro en Málaga y el Goya al guion adaptado. Hasta 2016 no estrenó un segundo filme, Vientos de La Habana, en el que trasladaba a la pantalla al inspector Conde de Leonardo Padura y que acabaría ampliando en formato serie en Cuatro estaciones en La Habana (2017). Después volvió a Aramburu en Patria (2020), la exitosa teleficción de la que dirigió cuatro capítulos, y en 2022 estrenó No mires a los ojos, basada en la novela Desde la sombra de Juan José Millás.
En Una vida no tan simple parte por primera vez de una idea propia, que él mismo ha escrito en solitario, para contar la historia de Isaías (Miki Esparbé), un arquitecto que, como el propio director, recibió importantes premios cuando arrancaba su carrera. Ahora, recién cumplidos los 40, atraviesa un bache profesional, una situación a la que contribuye la agotadora crianza de sus hijos. Cuando aparece en su vida Sonia (Ana Polvorosa), la madre de otro niño con la que coincide en el parque, Isaías se enfrenta a una decisión que puede marcar su vida.
Pregunta. ¿Es este su proyecto más personal?
Respuesta. Todos los proyectos se acaban convirtiendo en algo personal. Pero este surge de una serie de vivencias que hacen que la película se acerque a una semiautobiografía. De repente, comencé a observar situaciones en mi vida que tenían una interesante dualidad, cómicas y melancólicas a la vez. Ahí había una película: un retrato de un momento especial, de decir adiós a ciertas cosas pero también de redención o de epifanía.
P. ¿Recuerda alguno de esos momentos?
R. La chispa de todo me lleva a una noche en la que decidí irme a casa con mis hijos para que mi mujer se quedara con unos amigos. Tenían 3 y 5 años y se durmieron en el coche. Me las tuve que ingeniar para cargar con ellos sin despertarles y la imagen de un hombre con dos niños a cuestas por una calle vacía de Madrid me pareció que tenía gracia, pero también algo de pérdida. Dejas atrás una posible fiesta y te parece que es como dejar tu vida atrás. Y puedes quedarte anclado en la melancolía o puedes darte cuenta de que esas dos criaturas le dan sentido a tu existencia. Lo que pasa es que ya no eres el protagonista sino el actor secundario.
P. ¿Por qué decidió que Isaías fuera arquitecto?
R. Si fuera guionista o director, ahora estaríamos hablando de cine dentro del cine y no quería que se convirtiera en una distracción. Pero me parece que la arquitectura funcionaba como símil porque es una profesión que combina las vertientes creativa e industrial. Además, me servía para resaltar la ciudad como un lugar mágico y nocturno, de encuentros, de insomnio y de llamadas en mitad de la noche.
P. ¿Qué representa Sonia para Isaías?
R. Tener hijos es una prueba física de resistencia que te mantiene al borde del agotamiento y apenas te deja tiempo para estar con tu pareja. En ese contexto, si te dejas llevar, pueden surgir cantos de sirena. Y es normal que esa conexión con otra persona aparezca en el parque infantil, porque a eso se reduce tu vida social. Isaías y Sonia comparten sus neuras y miedos por la crianza de sus hijos: las medidas de protección, las radiaciones, los campos magnéticos… Y va surgiendo algo.
P. ¿Cómo encontró el tono para el filme?
R. Siempre volvemos a aquello que sentimos de una manera especial cuando éramos jóvenes. Desde mi adolescencia siempre me ha parecido que las comedias dramáticas que reflexionan sobre el ser humano tienen algo especial. Hoy nos vemos angustiados y estresados, pero si nos reímos de nuestros fantasmas estamos más cerca de espantarlos.
P. ¿Qué buscaba con el trabajo de cámara?
R. Un punto de naturalismo o veracidad, para que todos nos pudiéramos identificar con los personajes. Un colega leyó el guion y me dijo: “Es mi puta vida”. Me parece la sinopsis perfecta. Por otro lado, me gusta que las películas tengan una suave pátina de estilización, como fábula contemporánea. Por eso, la ciudad tiene un punto enigmático, casi mágico. También quería que hubiera una sensación otoñal, evocadora. Y necesitaba encontrar ese equilibrio entre los elementos de comedia y cierta melancolía. Este planteamiento afectaba a todo, desde la paleta de colores a la música.
['El fantástico caso del Golem', un museo para el posthumor]
P. Dos filmes en dos años. ¿Espera mantener el ritmo?
R. Mi hija me preguntó por qué me llama ahora todo el mundo. Le dije que la vida es así: todos se acuerdan de ti a la vez y todos se olvidan de ti a la vez. Me pareció que era una bonita reflexión, también para el filme. Esa es la realidad, son oleadas de actividad que hay que saber llevar en las buenas y en las malas.