La última película de Carmen Sevilla, que ha fallecido este martes a los 92 años, tiene fecha de 1978. Se trata de Rostros, una cinta de terror dirigida por Juan Ignacio Galván en la que la actriz y cantante compartía cartel con Juan Pardo y Bárbara Rey. Por tanto, han transcurrido 45 años desde que la artista abandonara el cine para centrarse en su carrera televisiva -estuvo al frente del Telecupón de 1991 a 1997 y de Cine de Barrio de 2004 a 2010- y en la cría de sus célebres ovejitas.
Este dilatado lapso de tiempo ha desdibujado una nutrida carrera cinematográfica en la que Carmen Sevilla no solo fue una de las grandes estrellas del franquismo -jugando en la misma liga de folclóricas como Lola Flores, Paquita Rico, Marujita Díaz o Juanita Reina-, sino que también trabajó con riesgo y valentía al servicio de algunos de los más prestigiosos directores de nuestro país. En cualquier caso, siempre iluminó la pantalla con su desparpajo, encanto, magnetismo y, claro, su incuestionable belleza, explotada durante los años del destape.
Fue Juanita Reina quien la introdujo en la industria en un pequeño papel no acreditado en Serenata Española (1947), de Juan de Orduña, aunque su estrella empezaría a brillar de verdad con filmes de ambición popular y comercial, casi siempre comedias musicales, como Cuentos de la Alhambra (Florián Rey, 1950), adaptación de la novela homónima del estadounidense Washington Irving, La hermana San Sulpicio (Luís Lucía, 1952), remake en donde Sevilla afrontaba el papel que anteriormente había interpretado nada menos que Imperio Argentina, La pícara molinera (León Klimovsky, 1955), junto a Paco Rabal, o La fierecilla domada (Antonio Román, 1956), adaptación en clave española de la obra de William Shakespeare.
La enorme magnitud del fenómeno Sevilla quedó pronto mensurada por la participación de la actriz en numerosas coproducciones internacionales. En México, durante Época Dorada del cine de aquel país, trabajaría con dos gigantes como Jorge Negrete, en Jalisco canta en Sevilla (Fernando de Fuentes, 1949) y Pedro Infante, en Gitana tenías que ser (Rafael Baledón, 1953). Francia la reclutaría para filmes como Violetas imperiales (Richard Pottier y Fortunato Bernal, 1952) o La bella de Cádiz (Raymond Bernard, Eusebio Fernández Ardavín, 1953).
En 1958 sucedió a Gina Lollobrigida y a Sophia Loren como partenaire de Vittorio da Sica en la cuarta entrega de la saga Pan, amor y…, Pan, amor y Andalucía (Javier Setó), en la que el policía de Sorrento interpretado por Da Sica viajaba a Sevilla y se enamoraba de una joven cantante y bailarina. Además, la artista también trabajó para directores norteamericanos como Don Siegel, en Aventura para dos (1958), Nicholas Ray, interpretando a María Magdalena en el monumental relato bíblico Rey de Reyes (1961), o Charlton Heston, en Marco Antonio y Cleopatra (1972), otra adaptación de Shakespeare en la que compartía pantalla con el actor, que debutaba como director.
Pero el punto de inflexión de la carrera de Carmen Sevilla sería su participación en La venganza (1958), que de alguna manera abría la trayectoria de la actriz a papeles más ambiciosos y controvertidos. Aquí, de la mano del comunista Juan Antonio Bardem, se involucraba en un drama rural sobre la travesía estival de una cuadrilla de segadores andaluces por los campos de trigo de Castilla, bajo un sol abrasador. Un filme ambicioso, épico en muchos momentos, con un arrebatador uso del color, que fue muy castigado por una censura que tenía ya enfilado a Bardem por sus anteriores trabajos. Nada de ello evitó que el filme consiguiera la primera nominación para España en los Premios Óscar ni que lograra un Premio de la Crítica en Cannes.
El destape y los trabajos de prestigio
Tras una segunda parte de la década de los 60 en la que estuvo más centrada en su carrera musical, Carmen Sevilla retomó el cine con la idea de recuperar su esplendor surfeando los nuevos tiempos del destape. Que una folclórica como ella se prestara a enseñar su anatomía en pantalla anunciaba un cambio sociológico drástico en nuestro país.
Así llegaron películas como Adulterio decente (Rafael Gil, 1969), una alocada historia sobre infidelidades con Fernando Fernán Gómez en el reparto, Enseñar a un sinvergüenza (Agustín Navarro, 1970), en donde interpretaba a una profesora ávida de deseo que se enamora de un caradura interpretada por José Rubio, La cera virgen (José María Forqué, 1972), un guion de Azcona en el que unas jóvenes deciden vengarse de un alcalde que las acosa interpretado por José Luis López Vázquez, o Sex o no sex (Julio Diamante, 1974), en la que da vida a las fantasías sexuales del personaje interpretado por José Sacristán. No faltarían tampoco los títulos con Mariano Ozores: Dormir y ligar: todo es empezar (1974), Nosotros, los decentes (1976) o El apolítico (1977).
Pero, más allá del destape, Sevilla se puso al frente de varias películas de enjundia, que buscaban un cine posibilista, en el que el sello de autor no estuviera reñido con la ambición comercial. En el drama de Pedro Olea No es bueno que el hombre esté solo (1973), de nuevo junto a López Vázquez, la actriz interpretaba a una prostituta que descubre el vergonzoso secreto de su vecino: vive con una muñeca como si fuese su esposa. Mientras, hizo sendos dobletes con dos de los cineastas más arriesgados de aquel momento: Gonzalo Suárez y Eloy de la Iglesia.
['La maison', historia de una escritora infiltrada en el mundo de la prostitución]
En un homenaje a Eloy de la Iglesia en el Festival de San Sebastián de 1996, Carmen Sevilla aseguró que El techo de cristal (1971) era “la película más hermosa” que había hecho nunca. Ciertamente, el filme ayudó a que cambiará la percepción que el público tenía de la artista, que a lo largo de su carrera se había especializado en papeles de chicas ingenuas y enamoradizas. Aquí, en un thriller que se mueve entre lo psicológico y el terror, daba vida a una mujer que sospecha que su atractiva vecina ha podido asesinar a su marido, papel que le otorgó el premio a la mejor actriz del Círculo de Escritores Cinematográficos.
Con De la Iglesia repitió en Nadie oyó gritar, donde volvía a interpretar a una prostituta, que se ve obligada a ayudar a su vecino al descubrirlo fortuitamente deshaciéndose del cadáver de su mujer a través del hueco del ascensor. Un filme en el que encontramos drama, comedia negra e incluso gore, que abordaba algunos de los temas recurrentes del director: el voyerismo, el sistema de clases sociales, la iconografía homoerótica o el socialismo.
Por su parte, el vanguardista y poético Gonzalo Suárez contó con Sevilla en La loba y la paloma (1974), formando parte de un reparto en el que encontramos a Donald Pleasence, y en Beatriz (1976), adaptación de los relatos Beatriz y Mi hermana Antonia de Ramón del Valle-Inclán en el que la actriz interpreta a la Condesa Carlota, cuya hermana Beatriz (Sandra Mozarowsky) es víctima de una posesión.