Nadie, ni asiático ni occidental, ha superado su talla legendaria. Ni Jet Li, ni Donnie Yen, ni Tony Jaa, ni siquiera Jackie Chan. Ni Chuck Norris, ni Steven Seagal, ni Mark Dacascos, ni siquiera Van Damme. Todos han tenido que repartir leña durante medio siglo de cine de artes marciales bajo la sombra gigantesca del “pequeño” (1’72) Lee Jun-fan, conocido universalmente como Bruce Lee.
Su muerte, con 32 años, el 20 de julio de 1973, golpeó como un mazazo el mundo de la lucha y el espectáculo. Una tragedia que coincidía con su consagración internacional con la considerada mejor película de artes marciales de la historia: Operación Dragón (1973), dirigida por el especialista en cine de acción Robert Clouse.
Después de años intentando conquistar Hollywood con papeles en series de televisión como El avispón verde (1966) y Longstreet (1971), pequeñas apariciones en algún largometraje como Marlowe, detective muy privado (1969) o trabajando como coreógrafo de acción en Secretos de una esposa (1970), Lee hubo de volver a Hong Kong, donde había sido un niño prodigio cinematográfico.
Pese a ser entrenador personal de James Coburn, Steve McQueen, Roman Polanski, Sharon Tate o el guionista Stirling Silliphant, quien hizo todo lo posible por introducirle en la industria, el racismo imperante en la meca del cine prevaleció. Lee decidió aceptar un contrato con la productora china Golden Harvest, que competía con los Shaw Brothers por el mercado asiático del cine de acción. Firmó con Golden Harvest dos filmes que se convirtieron rápidamente en éxitos de taquilla, de un extremo a otro de Oriente: Karate a muerte en Bangkok (1971) y Furia oriental (1972).
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Dirigidos por Lo Wei, transformaron a Lee en la estrella más amada por el público chino, que le idolatraba ya tras haberse emitido en Hong Kong la serie El avispón verde, donde encarnaba al carismático Kato, ayudante del Avispón Verde. Especialmente Furia oriental, drama histórico ferozmente nacionalista en el Shanghái de 1908, donde Lee interpreta un trágico héroe que desafía las injusticias cometidas por los japoneses, se ganaría el corazón de toda Asia, llegando incluso a ser un éxito, por paradójico que parezca, en el propio Japón.
Dos de las películas más rentables en la historia del cine de Hong Kong permitieron a Lee negociar con Golden Harvest, creando su propia productora, Concorde, para su siguiente filme: El furor del dragón (1972), dirigido por él mismo. Esta sucesión de éxitos haría que Warner Bros se interesara por la “desterrada” estrella, potenciando el rodaje del primer y póstumo gran éxito occidental para Bruce Lee: Operación Dragón.
La película es la summa teológica del cine de artes marciales. Con reparto internacional, incluyendo a John Saxon, el debut de Jim Kelly, Ahna Capri, las estrellas chinas Shih Kien, Angela Mao y Betty Chung, y los campeones de lucha Bob Wall y Peter Archer. Con impactante música de Lalo Schifrin y dirigida por el eficaz Robert Clouse, llevaba el cine de kung fu a un nuevo nivel: el superthriller de acción estilo 007 y más allá.
Su sencilla pero funcional estructura –un torneo de artes marciales utilizado como tapadera para reclutar asesinos– es todavía hoy modelo para películas, cómics y videojuegos. El personaje interpretado por Lee suponía el epítome de todos los anteriores, moviéndose por venganza personal, pero también como agente del servicio secreto británico, al tiempo que en misión mística para castigar al supercriminal Mr. Han, que ha traicionado las enseñanzas de los monjes Shaolin.
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Todo en un exótico ambiente de lujo, erotismo, peligro y violentos combates en la isla controlada por Han. Una explosiva mezcla de Dr. No, blaxploitation (a cargo de Jim Kelly), espionaje y acción, con un Lee en plena forma. Un Bruce Lee icónico, atractivo, brutal y divertido, haciendo alarde de filosofía oriental y de su "estilo sin estilo" de lucha, acompañando sus mortíferos golpes con los agudos gritos que son su marca personal. Un Bruce Lee que coreografió las peleas, donde participan futuras estrellas del género como Jackie Chan, Sammo Hung o Bolo Yeung. Un Bruce Lee que no vivió para asistir al estreno.
Como explica el crítico Adrián Sánchez en su recién publicado libro Operación Dragón (Notorious), la película se estrenó en agosto de 1973, un mes después de la muerte de Lee: “Era ya un fenómeno cultural. Warner organizó un desfile de dragones frente al Teatro Chino de Los Angeles. La gente hacía cola dando la vuelta a la manzana. En su primer año recaudó 90 millones de dólares”.
Lee había fallecido en el piso de su amante, la actriz Betty Ting Pei, a causa de la reacción alérgica a un medicamento. Nadie quiso creerlo. Las teorías conspiratorias se multiplicaron: Lee había sido marcado para morir por las mafias chinas, por sectas de artes marciales ofendidas por dar a conocer sus secretos…
Todo esto sería morbosamente utilizado en su película póstuma: Juego con la muerte (1978), que aprovechaba escenas rodadas por Lee para un filme inconcluso, combinándolas con dobles e incluyendo fragmentos de su entierro en olor de multitudes. Al fallecer su hijo Brandon en 1993, durante el rodaje de El Cuervo (1994), la leyenda negra renacería, aunque, como señala Adrián Sánchez, sus muertes no son homologables: “Bruce Lee se trascendió a sí mismo, como James Dean o Marilyn…”.
Cincuenta años después, el Bruce Lee que rompió estereotipos racistas, que abrió las artes marciales a Occidente y viceversa, que ha inspirado a Tarantino, John Woo, Ang Lee, Chad Stahelski o Jackie Chan, modelo para cómics de la Marvel, mangas, videojuegos y raperos, es un mito del siglo XX.