“Es imposible prolongar el cine de Buñuel. Con él, se terminó Buñuel”, decía Carlos Saura. Y nada parece más cierto, pero la tentación de rastrear los ecos que su obra haya podido dejar en otros creadores y en otros trabajos de la cinematografía española es tan irresistible como ciertas las huellas que podemos encontrar si acercamos un poco la lupa y miramos más de cerca.

Podemos partir en este recorrido de un acontecimiento fundamental que tiene lugar en 1961: el regreso del cineasta a España para rodar aquí Viridiana, lo que permite a algunos estudiantes de la Escuela de Cine (futuros adalides del Nuevo Cine Español) entrar en contacto con el mítico exiliado, convertido así en una referencia fílmica esencial para ellos. Y quizás para el aragonés Carlos Saura mucho más que para los demás.

Saura dedica a Buñuel 'Peppermint Frappé', donde su protagonista fija su objeto de deseo en los pies y las piernas de las mujeres 

Casi de inmediato, este último no duda en reservar el personaje del verdugo en Llanto por un bandido (1963) para ser interpretado por su admirado mentor. Las huellas de Buñuel se harán luego bien visibles en La caza (1965), incluido el guiño a Ensayo de un crimen (1955) mediante la quema de un maniquí con un insecto clavado en el pecho. Después Saura dedica explícitamente a Buñuel Peppermint Frappé (1967), donde los tambores de Calanda aparecen en una secuencia de tono onírico y cuyo protagonista fija su objeto de deseo en los pies y las piernas de las mujeres.

Más tarde, remeda la secuencia del fusilamiento del Papa de La vía láctea (1969) en Mamá cumple cien años (1979) y finalmente recrea las andanzas juveniles de Dalí, Lorca y Buñuel por Toledo en Buñuel y la mesa del rey Salomón (2001), una ficción que recoge un catálogo completo de motivos buñuelianos.

'Peppermint Frappé' de Carlos Saura.

A finales de los años setenta, ya en democracia, Francesc Betriu dirige Los fieles sirvientes (1979), un filme que parte de un argumento inspirado probablemente en El ángel exterminador (1962). A su vez Joan Potau filma en 1998 No respires, el amor está en el aire, una comedia que recuerda el esquema argumental de Nazarín (1959) y que sigue las andanzas de un individuo que busca hacer el bien a toda costa. Y no son pocas las imágenes con raíces en el esperpento hispánico y en la tradición surrealista que traviesan, si bien de forma más epidérmica, varias películas de Bigas Luna: Bilbao (1978), Jamón, jamón (1992), etc.



El propio Pedro Almodóvar, confeso admirador de la etapa mexicana del gran exiliado, ha relacionado el tigre que aparece en Entre tinieblas (1983) con lo irracional y con el mundo onírico de Buñuel, y ha señalado la conexión existente entre Matador (1986), acaso su película más buñueliana, y Ensayo de un crimen –filme citado expresamente en Carne trémula (1997)– a través de la presencia obsesiva de la muerte. Y se ha ocupado asimismo de enumerar varios de los homenajes que rinde a Buñuel en otros de sus trabajos.

Cuando llegamos a los años noventa conviene retener dos nombres: Enrique Urbizu y Álex de la Iglesia. El primero deja que los ecos de Buñuel se cuelen de rondón en varias escenas de Todo por la pasta (1991): los ciegos que empaquetan cocaína, la mercería ‘galdosiana’, la casa de la gitana en una escena que recuerda la atmósfera de Los olvidados (1950), etc.

Mientras que el segundo –director artístico de Todo por la pasta– utilizará un guion no realizado de Buñuel (Là-bas, 1975) como fuente de inspiración de El día de la bestia (1995), en la que encontramos una escena copiada directamente de ese guion: aquella en la que el cura, interpretado por Álex Angulo, se acerca a un moribundo y, tras robarle la cartera, le dice: “Púdrete en el infierno”, en vez de darle la extremaunción. Y de la misma manera hay mucho de Ensayo de un crimen (tal y como revela la secuencia del videoclub) en Crimen ferpecto (2004).

Un momento de 'Destello Bravío', de Ainhoa Rodríguez.

Este itinerario, forzosamente incompleto y sintético, bien podría cerrarse más recientemente con el subterráneo pero fecundo latido buñueliano que subyace bajo El muerto y ser feliz (Javier Rebollo, 2012), cuyo sentido del humor le debe no poco al gran maestro, y, sobre todo, con la poderosa vibración surreal que alimenta las felizmente incatalogables y heterodoxas imágenes de Destello bravío (2021), el debut en el largometraje de Ainhoa Rodríguez, por citar aquí sendos casos de estas dos últimas décadas que se han dejado atravesar por la fértil herencia de Buñuel.