Interior, coche: “¿Tiene sentido dejar el hogar para buscar otro? ¿Dejar una vida para encontrar otra? ¿Decir adiós a amigos que quieres para buscar otros?”, le pregunta una suplicante Laurie (Cindy Williams) a su novio, el guaperas Steve (el ya no tan apuesto cineasta Ron Howard), quien al día siguiente coge un avión al este para iniciar sus estudios universitarios.
Estas cuestiones, que enmarcan ese tránsito tan doloroso como estimulante de la adolescencia a algo parecido a la vida adulta, ese momento preciso e inevitable entre el vértigo ante un futuro ignoto y la nostalgia por una vida ordenada que se nos escapa de las manos, vertebran la única comedia de George Lucas, que cumple el 2 de agosto 50 años desde su estreno en el festival de Locarno.
El director nos sitúa en la última noche de las vacaciones del verano de 1963 en su ciudad natal, Modesto (California). Su objetivo no es otro que retratar una época ya perdida cuando se rueda la película en 1972, aquella en la que fue adolescente y en la que salir en coche a darse un garbeo era el principal método de apareamiento estadounidense. Y así, vemos como al pringado Terry el Tortuga (Charles Martin Smith) –lleva gafas, claro– se le abre un nuevo mundo de posibilidades (principalmente amatorias) cuando Steve decide dejarle su despampanante automóvil. Rebautizándose como El Tigre, se lanza a recorrer las calles de la ciudad con la esperanza de ligar con alguna chica.
La encuentra al rato, Debbie (Candy Clark). Es bonita (él dice que se parece a Connie Stevens, ella piensa que tiene un aire a Sandra Dee) y a todas luces está fuera de su alcance, pero logra camelársela gracias a la suave tapicería del coche y soltando una trola detrás de otra. Esto le llevará a vivir su particular ¡Jo, qué noche! (Martin Scorsese, 1985): un surrealista episodio para comprar alcohol sin tener la edad necesaria, un prometedor escarceo en una manta junto al canal interrumpido por el robo del coche prestado y una posterior paliza a manos (o puños) de los cacos. Cuando Terry no tenga más remedio que reconocer que es más tortuga que tigre, a Debbie ya la tiene en el bote. Se concierta una cita para el día siguiente. Las noches veraniegas pueden ser maravillosas.
Quien salva a Terry del linchamiento no es otro que el rebelde sin causa John Milner (Paul Le Mat), celebridad en todo el valle por no haber perdido nunca una carrera con su Ford Standard Coupé amarillo. Cualquier chaval querría estar en su piel. Cualquiera, menos el propio John Milner: ya hace tiempo que acabó el instituto, y parece condenado a una vida mediocre como mecánico mientras ve cómo sus amigos cambian de aires y lo olvidan.
Le gusta colarse en el desguace. Conoce las tragedias detrás de cada coche siniestrado, quizá porque presiente que hay un hueco reservado ahí para su propio carro. Le relata estas historias a Carol (Mackenzie Phillips), su Lolita particular, aunque la relación diste bastante de ser sexual: tendrá doce o trece años y, tras colarse en el Ford, lleva toda la noche manipulando a Milner (bajo amenaza de acusarlo de violación) para que la lleve de un lado a otro. El legendario piloto, el terror de las chicas, reducido al papel de niñera.
El encanto de este filme inolvidable perdura porque todos hemos sido en algún momento Curt o Steve
Esto no hace más que incrementar la sensación de derrota del personaje, que tras dejar en casa a Carol, irá en busca de un tal Bob Falfa (nada menos que Harrison Ford) que quiere retarle a una nueva carrera. En algunas noches veraniegas solo queda acelerar, para dejar atrás la sensación de vacío.
Pero no podemos olvidarnos de Curt (Richard Dreyfuss), el epítome del chico relajado, capaz de desenvolverse en cualquier situación, hasta cuando los Pharaohs (Faraones), pandilleros locales, la toman con él. Acabará siendo invitado a entrar en esta asociación de delincuentes en potencia tras participar obligado en el saboteo a un coche de policía.
Curt ha conseguido una beca para estudiar en la universidad y al día siguiente debe coger el mismo avión que Steve, pero se lo está pensando. ¿Por qué no esperar un año? ¿Qué prisa hay? Quizá la noche le ayude a decidirse.
Mientras se dirige al baile de recepción de los nuevos alumnos del instituto “para recordar los viejos tiempos” con Steve y Laurie, que es su hermana, desde un Ford Thunderbird una despampanante chica rubia le dice que le quiere antes de acelerar y perderse en las calles de Modesto. Curt la buscará durante toda la noche desesperadamente porque, ¿quién sabe?, quizá ella sea la respuesta a todas sus dudas.
Finalmente irá a la emisora de radio local en busca del DJ Wolfman Jack, personaje casi mitológico entre los jóvenes por su irreverencia y sus atrevidas apuestas musicales, para que le mande un mensaje a la rubia del Ford Thunderbird. Allí le recibe un hombre común que devora polos antes de que se derritan, ya que su nevera se ha averiado. Aunque asegura que no es Wolfman Jack, Curt finalmente descubre que lo es. El mito traído al barro. Nada es lo que parace en Modesto. Las noches veraniegas pueden ser reveladoras.
George Lucas triunfó con la historia de estos cuatro amigos que intentan detener el tiempo en la noche más trascendental de sus vidas. Pero el encanto de este filme inolvidable, al ritmo de The Platters, Chuck Berry o Buddy Holly, perdura porque todos hemos sido Curt o Steve y porque atrapa con verdad un momento feliz e inocente de la cultura estadounidense. “Les venceremos a todos”, le espeta John a Terry. Pero, ¿quién sabe lo que nos deparará el futuro?
Las edades del amor
Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) se conocieron en un tren en Viena y vivieron un apasionado romance. Se reencontraron 9 años más tarde en París, cada uno con su vida hecha, y descubrieron que no se habían olvidado. Durante unas vacaciones en Grecia, ya casados y con dos hijas en común, vemos que el amor se disputa en la convivencia. En Antes de amanecer (1995), Antes del atardecer (2004) y Antes del anochecer (2013), Richard Linklater factura la trilogía veraniega perfecta. Las tres películas están disponibles en Apple TV.