No es ninguna novedad que los actores se pongan detrás de la cámara. En nuestro país, hace no mucho hemos visto los debuts de Juan Diego Botto (En los márgenes) o Secun de la Rosa (El Cover) y hoy mismo se estrena Las chicas están bien de Itsaso Arana. Estrella rutilante de nuestra cinematografía, Mario Casas (La Coruña, 1986), el ídolo juvenil de los milenial, se bate el cobre con Mi soledad tiene alas, una película con algunas trazas autobiográficas sobre un chico de barrio, Dan (interpretado por su propio hermano Óscar Casas) que combina el atracar joyerías con el dibujo y el grafiti representando la eterna furia juvenil de los desheredados y el mito del artista maldito.
Ambientada en Martorell y Esparraguera, pueblos obreros de la periferia de Barcelona en los que creció el propio Casas antes de que su familia se trasladara a Madrid, en Mi soledad tiene alas vemos la caída a los infiernos de un joven con talento y sensibilidad pero prisionero de un mundo en el que todo parece estar en contra de que cumpla con su vocación artística.
A ritmo de rap y flamenco, el conflictivo chaval se enamora de Vio (Canela González), una chica vitalista y rompedora, también más sensata, y forman piña con Reno (Farid Bechara), quien los acompaña en este viaje frenético por los bajos fondos de la sociedad y el propio ser humano. Todo se vuelve más complicado cuando el padre de Dan sale de la cárcel y quiere "recuperar el tiempo perdido". El propio Mario Casas considera que en esta película hay "fatalismo". En este caso, todo queda en familia ya que además de estar protagonizada por su propio hermano Óscar, Casas coescribe la película con la también actriz Déborah François, su pareja.
Atracos, romance, música, un retrato sin contemplaciones de la dureza de la vida en los barrios y traumas familiares en una película en la que Casas realiza su "particular retrato del artista adolescente" recuperando de paso el legado del "cine quinqui" que tantas alegrías dió al cine español a finales de los 70 y los 80. Mi soledad tiene alas está llena de rabia y destellos de verdad. Estamos frente a un filme en el que la estrella asegura reflejar el legado aprendido trabajando a las órdenes de directores como Alberto Rodríguez (con el que protagonizó Grupo 7 y le inspira 7 vírgenes), Fernando González Molina (A 3 metros sobre el cielo) o Paco Plaza, con quien colaboró en Adiós.
Pregunta. ¿Se siente identificado con Dan, ese joven desnortado pero talentoso que acaba en la delincuencia?
Respuesta. Escribo la película con Déborah (François) y esa verdad tiene que ver conmigo. Para poder sacar esas palabras y rellenar esas páginas he tenido que buscar en mí cosas que sentía y vivía a su edad. Vengo de ese barrio en la periferia de Barcelona, muchos de mis amigos eran de allí. Está en mi ADN. Igual que la música que acompaña a ese viaje que hice de Barcelona a Madrid que tiene que ver con el viaje que hacen ellos. Vemos ese salto del niño a la edad adulta cuando tienes que comenzar a tomar tus propias decisiones. De alguna manera, ahí sí estoy yo.
P. Parafraseando a Joyce, ¿quería hacer su propio "retrato del artista adolescente"?
R. Sí. Es el retrato de mi viaje como actor dentro del cine al lado de los directores con los que he trabajado y las películas que he hecho. Me he impregnado de todos los proyectos donde he participado. Hay cosas de Rodríguez, ese tono al principio de 7 vírgenes o de Adiós con Paco Plaza. He bebido del cine que he hecho hasta ahora. Alguna cosa puede haber en esa love story de Tres metros sobre el cielo. Ha sido mi educación cinematográfica.
»Tenía claro, por la influencia de los Dardenne y del cine que he visto, que quería seguir a los actores con la cámara. Esa idea la tenía muy clara, no me quería perder absolutamente nada de ellos. Y más cuando son actores no profesionales que te pueden regalar cosas porque no tienen la técnica y no son expertos en ponerse dónde está la marca. Por eso, los interiores están todos iluminados para que pudiesen caminar y relajarse en el set. Que se relajaran y pudieran hacer lo que quisieran.
P. ¿Se ha olvidado el cine español de reflejar la vida de los barrios?
R. Es verdad que a lo mejor ese retrato tan crudo de barrio lo hemos visto en películas y series contemporáneas que crean otra atmósfera. He crecido con películas como 7 vírgenes o El odio (Mathieu Kassovitz, 1996). También títulos como El Bola (Achero Mañas, 2000) o Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998). Es mi manera de expresarme cinematográficamente. No sabría contar el barrio de hoy en día y por eso ésta es una película más "dosmilera", con tantos elementos de esa época como la ropa de la marca El Niño, los Adidas a rayas o el flamenco… que ahora se va más al trap.
"Para poder sacar esas palabras y rellenar esas páginas he tenido que buscar en mí cosas que sentía y vivía a su edad"
P. ¿Vemos al eterno "rebelde sin causa"?
R. Queríamos crear un protagonista con sombras, crudo, que viene de una familia desestructurada, un joven que no ha tenido una educación de la madre o del padre. Lo presentamos al cuidado de una abuela ya mayor. Es un chaval que se tiene que hacer a sí mismo, nadie lo ha guiado emocionalmente. Uno de los puntos interesantes para mí era que su manera de expresarse fuera la pintura, ahí llegamos al graffiti, que no está muy quemado en el cine. Me informé mucho en documentales.
»Me parece también interesante un chaval que esconde muchas cosas, no sabe quién es, qué le pasa, y esa búsqueda se desarrolla a través de la pintura. Los personajes que esconden y tapan y no son el bueno me parecen más atractivos de interpretar. Hay un viaje a descubrir realmente quién es y lo que quiere porque no lo sabe. Hay algo allí en esa búsqueda del ser humano que tiene mucho que ver conmigo, qué quiero como actor y qué busco en la vida. Ella tiene más claro lo que quiere.
P. ¿Por qué tantos artistas acaban en lugares oscuros?
R. Hay una expresión emocional que te lleva más al límite. Eso sucede como actor. Lo que haces es trabajar y llevar tus emociones adonde puedas. Se pierden los tecnicismos o lo que debería de ser y al crear se pueden abrir cosas muy buenas o muy malas. En esas cosas muy malas te puedes llegar a perder o te pueden pasar muchas otras. O en las buenas, puedes partir de un lugar muy oscuro y que ese mundo del artista saque lo mejor de ti. Puedes ir a la luz o perderte por el camino.
P. Vemos una pesada herencia familiar, ¿pesan los demonios de nuestros padres?
R. Es la educación. Nosotros bebemos de nuestros padres. Hay chavales que se lo tienen que comer porque es el lugar donde han nacido y no han elegido. Hay algo de Óscar cuando aparece el padre y le dice "ya sabes lo que pasa cuando no haces caso". También intento dejarlo abierto para que sea lo que el espectador se quiera plantear, la violencia o sea la cosa en la que tú quieras entrar.
»Hay algo que nos empuja y no controlamos, una educación y unos antepasados que están allí y no tienes más remedio. Eso le acompaña. Él no quiere ser eso pero lleva el "bicho" dentro, sea el padre o lo que le han hecho, y no lo consigue solucionar. Para mí desde el principio es un personaje trágico. Lo ves y ya sabes que está destinado a algo malo.
P. ¿Surge el romanticismo?
R. Hay algo de fatalidad, del destino, hay algo que está escrito, la vida pasa en un abrir y cerrar de ojos, en el sitio menos indicado, en el que menos te lo esperas. Hay una fatalidad y a la vez no ha sido capaz de entender lo que le pasa. Ella sí lo entiende y por eso vuela. Mi proceso con él es que nunca lo va a conseguir. Eso sin duda está conectado con el romanticismo. El mundo Shakespeare, ese Romeo y Julieta esta siempre allí, en los amores imposibles.
"Ahora tengo una visión más panorámica. Puedo entender mejor lo que está sintiendo el director, los equipos, lo que está pasando…"
P. ¿Cuál ha sido la aportación de Déborah François como coautora del guion?
R. Déborah ha aportado muchísimo. Ella vive en París. Yo pedí a los productores que estuviese en el rodaje. Y estuvo todos los rodajes y todos los ensayos. Yo necesitaba una figura femenina. Es necesaria para el personaje de Vio, ella lo ha construido, a mí se me ha dado bien construir a Dan y Reno pero ella amaba a Vio y es muy Déborah. Nos entendíamos muy bien a la hora de contar la historia, esa sensibilidad tiene mucho que ver con ella.
P. ¿Ha cambiado su forma de afrontar la actuación después de dirigir una película?
R. Lo he vivido con Rodrigo Cortés cuando al terminar de rodar Mi soledad tiene alas me fui a trabajar con él. Antes veía el cine o un set por una mirilla, conectaba con el director, con la mirada, a ver qué pensaba y solo estaba pendiente de él. Ahora tengo una visión más panorámica. Puedo entender mejor lo que está sintiendo el director, los equipos, lo que está pasando… Me doy cuenta de que el tiempo es lo más importante en un rodaje. Dirigir me ha regalado conocer mucho mejor la industria. Me ha dado la oportunidad de conocer mucho más una profesión que amo, partiendo desde cero cuando empiezas a construir una película. Ha sido un regalo.
P. ¿Puede caminar tranquilamente por la calle?
R. Me protejo bastante. Intento evitar ir donde haya mucha gente. Vivo desde hace años a las afueras de Madrid. Vivo en el campo con mi perra y voy a la ciudad cuando lo necesito. Cuando tenía 20 años y aparece Tres metros…, todo cambia, comienza la era de los móviles y las redes sociales. Al principio, no entiendes lo que está pasando. Al final sí. Ha habido un recorrido mío y noto que cada vez tengo más el respeto de mucha gente, personas que te han seguido desde crío. Es una maravilla ser conocido por hacer cine y yo trabajo para la gente. La mayoría se acerca con respeto y cariño y al final ese también es mi trabajo.