Llueve en el Lido y, aunque la previsión meteorológica diga lo contrario, se anticipan tormentas sobre la alfombra roja. Resulta extraño escribir sobre las muchísimas cancelaciones del plantel hollywoodiense como forma de protesta por sus derechos, por lo menos, informando desde dentro de las suntuosas salas de prensa del Palazzo del Casinò.
Este edificio recuerda la necesidad de la opulencia del régimen fascista que fundó el festival y cuya mano está presente en el terciopelo de las cortinas y los mosaicos kitsch de las paredes. La fastuosidad es también hoy sustento de la institución, eso queda claro por la cantidad de anuncios de Mastercard que adornan, negros y dorados, el paseo delante de la Sala Grande. También por el alivio que sentimos quienes trabajamos cubriendo el evento. Vivimos estos días siempre pendientes de confirmaciones de última hora.
Respirábamos tranquilos cuando el pasado lunes se anunciaba la presencia last minute de Adam Driver (por Ferrari, el biopic de Michael Mann), de Jessica Chastain (con la nueva de Michel Franco) y de Mads Mikkelsen (The Promised Land) en el Lido, como parte de la promoción de las “producciones independientes” que se han salvado excepcionalmente de la huelga de actores y guionistas de Hollywood.
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También se espera la presencia de Shailene Woodley y Penélope Cruz (Ferrari), de Caleb Landry Jones (The Promised Land), Jacob Elordi (Elvis en la Priscilla de Sofia Coppola) y de toda una sarta de estrellas europeas que no trabajan bajo los edictos del sindicato SAG-AFTRA: Willem Dafoe, Lily James, Liam Neeson, Joe Keery… Además de los cineastas que acompañarán a las películas en Competición, como Woody Allen, David Fincher, Richard Linklater, Yorgos Lanthimos, Jack Huston o Wes Anderson (Premio de Honor de este año). En parte, anticipamos que de sus comparecencias surjan titulares sobre el estado de las protestas y que su paso por el festival no se reducirá a una cuestión de cortesía.
Las quinielas están servidas entre los grupos de corresponsales, que también miramos a la decisión (muy polémica) de incluir no dos, sino tres estrenos de cineastas acusados de abusos sexuales: Roman Polanski, que con sus noventa años no aparecerá para presentar la comedia negra The Palace, Luc Besson (Dogman) y Woody Allen (Coup de chance). Las suyas seguramente sean ruedas de prensa más discutidas que las películas en sí.
‘Comandante’, una fábula política, optimista y actual
Quizás por todos los disgustos que Estados Unidos lleva dando al equipo de Alberto Barbera, la película que se escogió para sustituir a Challengers (dirigida por Luca Guadagnino, con Zendaya y Timothée Chalamet, que por las huelgas pasa a 2024) en la inauguración del certamen, lleva la forma de una oda al espíritu europeísta de convivencia y paz, a pesar de todo.
Firma Edoardo De Angelis, creador de la serie La vida mentirosa de los adultos (Netflix, siempre salvando el día) y coescribe con Sandro Veronesi (El colibrí), sobre la vida real del temerario capitán de corbeta de la Regia Marina Salvatore Todaro. De Angelis y Veronesi se centran en uno de los sucesos que lo volvieron legendario, ya en tiempos de la Segunda Guerra Mundial: el rescate de 26 marines belgas, que lo habían atacado a pesar de su supuesta neutralidad.
Al comandante le da rostro y presencia marmórea Pierfrancesco Favino, padre de familia en prácticamente todos los últimos grandes dramas familiares italianos que han combatido por el León de Oro. Él es un capitán de carácter plenamente mítico, para una película que en ningún caso quiere acercarse a la realidad o al realismo. Todaro y sus hombres son destinados al Estrecho de Gibraltar para una misión de alto riesgo. Entre ellos se encuentran el fiel Morandi (Giustiniano Alpi), el sabio-por-viejo Vezio (Giorgio Cantarini) y Gigino (Giuseppe Brunetti), un efebo de aires simpáticos que trabaja en la cocina. Todos ellos llegan abanderados por las bondades del espíritu italiano.
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Con el rescate de los marines belgas cesan las escaramuzas y la película aminora el ritmo para convertirse en una consecución de diálogos entre la tropa italiana y los recién llegados al submarino, a quienes lidera un oficial epítome de la sensatez (Johannes Wirix). Ocurrencia y buen humor son las constantes de la sarta de ensayos sobre la convivencia que De Angelis y Veronesi articulan como vértebras de una sencilla fábula política, optimista y con aires de presente (la narración abre con una cita de un capitán ucraniano y se aborda incluso la tecnología como nuevo músculo ideológico), eso sí, sin una pizca de riesgo en sus decisiones, ni formales ni narrativas.
Las encrucijadas morales del capitán se dictan a base de one perfect shots bonitistas (la fotografía corre a cargo de Ferran Paredes) y se (sobre) explican con un paternalismo emocional más propio de una novela, que tampoco atienda a ningún rigor en cuanto a cuestiones de punto de vista.
Por ello, aunque el retrato de Salvatore Todaro pasa bien, nos lleva a preguntarnos por una cuestión de amplitud: ¿es esta la historia de un momento en la vida de un hombre bueno, un retrato del humanismo en tiempos de Mussolini o una moraleja sobre la política internacional contemporánea?
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