“Vemos al vampiro Pinochet sobrevolando Santiago. Es una mezcla de Nosferatu, Batman y Superman”. Así describe el guion escrito por Pablo Larraín y Guillermo Calderón una de las escenas de El Conde, filme estrenado en el Festival de Venecia que llega a Netflix el 15 de septiembre tras un reducido paso por las salas.
Larraín, que ya había explorado las dinámicas de poder en Chile en No (2012), El club (2015) o Neruda (2016), tenía ganas de ajustar cuentas con Pinochet, y vio la oportunidad de hacerlo cuando unas fotos del dictador con capa le hicieron pensar en los chupasangre. De ahí surge la idea de esta oscura comedia de terror que retrata a Pinochet como un no muerto que después de 250 años de vida sufre una crisis existencial y decide dejar de beber sangre y abandonar el privilegio de la vida eterna y su infinita maldad.
“Queríamos mostrar la brutal impunidad que Pinochet representa, mostrándolo de frente por primera vez para que el mundo pueda sentir su verdadera naturaleza: ver su rostro, oler su esencia”, ha explicado el director. Para ello, ha usado el lenguaje de la sátira y la farsa política y un blanco y negro que da al espectador la percepción de estar en una realidad diferente y que empasta visualmente las distintas épocas que atraviesa la historia desde la Revolución Francesa.
[Pablo Larraín: "Los chilenos no fuimos capaces de juzgar a Pinochet"]
En el filme, lo que amarga al dictador no es que le consideren un asesino, ya que en su esquema mental un soldado puede matar si su país lo necesita. Por eso, las muertes, torturas y desapariciones de sus enemigos políticos no pesan en su conciencia. Lo que de verdad le resulta inaceptable es que le llamen ladrón, a pesar de que Pinochet amasó una fortuna desde su llegada al poder.
El Conde cuenta con Jaime Vadell, un actor muy querido en Chile, en el papel del espectro del dictador, siendo la voz el aspecto más singular de su trabajo: el intérprete decidió dejar de lado el risible tono de Pinochet para desarrollar su propia manera de hablar que ofreciera una sensación de poder y violencia. Por su parte, Gloria Münchmeyer interpreta a la esposa del vampiro, papel para el que Larraín toma nota de toda la literatura que sugiere que era ella quien controlaba el gobierno desde las sombras.
Vemos, además, repugnantes y sangrientas escenas de violencia gráfica, algo a lo que el director recurrió en momentos puntuales para evitar que el retrato fuera amable. “Me preocupaba utilizar a un actor de casi 90 años para interpretar a un vampiro de 250 años, porque podía despertar empatía y compasión en el espectador. Era crucial que no eso no ocurriera”, asegura Larraín.
Lo que de verdad buscaba el director de Jackie (2016) y Spencer (2021) era una suerte de justicia a través de la ficción. “Esta película muestra la esencia de la impunidad y trata de revelar lo peligrosa que es”, explica Larraín. “Si no hay justicia, esa persona y su legado se convierten en un problema permanente”.
La trilogía chilena
Pablo Larraín arrancó su carrera con una trilogía que radiografiaba las heridas de la dictadura chilena, conformada por Tony Manero (2008), historia criminal ambientada en los años del régimen, Post Mortem (2010), una suerte de Missing (Costa-Gavras, 1982) protagonizada por un trabajador de una morgue, y No (2012), un filme luminoso que recreaba el plebiscito de 1988 en el que el dictador Augusto Pinochet fue derrotado por la publicidad.