Esconde en su tramo final este De imágenes también se vive una reflexión en la que Carlos Saura (1932-2023) parece desvelar la esencia misma del volumen: “Como recordar la propia vida sería vivir dos veces, algo imposible y seguramente inútil, me conformo con seleccionar aquello que me parece más representativo, aquello que me ha llamado más la atención, que dejó una huella en mi vida”.
Una advertencia de la estructura fragmentaria de este libro, arquitectado como suma de ideas que funcionan a modo de fogonazos para tirar del hilo de la memoria y completar así uno de los recorridos esenciales de la cultura española de la segunda mitad del siglo XX.
No es casual, por lo tanto, el adverbio que encabeza el subtítulo –Casi unas memorias–, pues el libro funciona de manera segmentada, organizado en breves capítulos temáticos que alternan textos redactados ex novo con el rescate de otros que sirvieron en su momento como diarios de rodaje o presentaciones de incursiones artísticas.
Radica aquí, en su estructura fraccionada, el talón de Aquiles del conjunto, pues este nunca termina de adquirir carácter unitario y choca con el lastre de alguna reiteración. Pero si bien es cierto que el puzle no siempre encuentra un ajuste adecuado, este planteamiento permite también configurar un texto libérrimo, alejado de la esclavitud del orden cronológico, de la atención forzada a los momentos más expuestos a los ojos del público o del pesado lastre de las memorias construidas como pedestales cara a la posteridad.
No se alarmen los devotos del completismo: puede que en ocasiones las piezas se monten unas encima de las otras, pero son lo suficientemente numerosas como para realizar una panorámica íntegra. Desentrañado este punto de partida, el juego proustiano termina estructurando un conjunto que bien puede leerse como auténtica summa sauriana.
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Nada falta en él: unos años de infancia y juventud narrados de manera tan vibrante como todos los recorridos memorialísticos de quienes vivieron la Guerra Civil, la indecisión ante múltiples campos de interés del autor –la fotografía, la mecánica, la música; por un momento Saura llegaría a probar fortuna, pásmense, como bailaor flamenco–, por supuesto su dedicación al cine, narrada sin ansias de ajustes de cuentas, con un tono reconciliatorio hacia quienes le acompañaron en el camino por mucho que este virara en ocasiones hacia lo tortuoso –Mario Camus, Elías Querejeta, Rafael Azcona– y que se acerca a lo emotivo en los devotos retratos de sus referentes más admirados, sea este Luis Buñuel, mentor y amigo de vida, o Charles Chaplin, con quien Saura emparentaría a través de su hija Geraldine.
Es el bloque final del libro, el dedicado al último tramo de su carrera, el que más acusa su estructura fragmentada. No significa esto que carezca de interés: se encuentran en él claves sustanciosas para la lectura de cintas menos documentadas de su filmografía e incluso momentos deslumbrantes que completan unas memorias que más parecen mirar hacia el futuro que hacia el pasado, consecuencia lógica de un creador activo hasta el último momento y con nula vocación de mirar hacia atrás, siempre impulsado por esa curiosidad que fue clave en su carrera.
Exactamente como aquel “Aún aprendo” que apuntaba en una de sus últimas obras un octogenario Goya, figura fundamental para entender las claves de esta carrera que se despliega aquí ante nuestros ojos.