Cuenta Arantxa Echevarría (Bilbao 1968) que uno de los motores principales que la impulsan como cineasta es la curiosidad. Fue lo que la llevó a fijarse en el mundo de los gitanos en Carmen y Lola (2017), la historia de dos jóvenes lesbianas por la que ganó un Goya a la mejor dirección novel, y también el germen de esta Chinas, en la que retrata a una de las comunidades de origen emigrante más desconocidas.

Cuenta Chinas la historia de dos niñas y una joven. Por una parte, Lucía (Daniela Shiman Yang), una niña de unos ocho años de segunda generación que se siente totalmente española y se lamenta de que su madre (quien regenta un bazar) se pase 14 horas trabajando y no se maquille ni vaya a la peluquería, como las madres de las otras niñas del colegio.

Su hermana mayor es Claudia (Xinyi Ye), de unos 17 años, quien se desespera porque sus conservadores padres no la dejan salir por la noche y ligar con un chaval de origen magrebí del que anda enamorada. Además, se enfadan si saca una nota inferior a nueve en el instituto.

Finalmente, Xiang (Ella Qiu), una niña de la misma edad que Lucía, de la que se hace amiga en el colegio. Hija adoptiva de una pareja española burguesa bienintencionada pero algo despistada, Xiang (Xinyl Ye) tiene conflictos, como las otras dos, con su identidad, ya que ella se siente “española con rasgos asiáticos”, como dice su padre, pero la llaman “china”.

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Y es que la identidad es el gran tema de la película. Ambientada en el barrio capitalino de Usera, donde viven muchos chinos, tanto Lucía como Claudia y Xiang se debaten entre unas raíces asiáticas que les resultan lejanas y un sentido de pertenencia a España que es natural en quien no conoce otro país.

Como Carmen y Lola, estamos ante una película con mirada social en la que la directora disfruta observando a estas tres jóvenes atormentadas que se abren paso a la vida tratando de situarse en un mundo que quiere colgarles una etiqueta con la que no se sienten identificadas.

Pregunta. Convivimos con la comunidad china y estamos acostumbrados a verlos en los bazares, pero los conocemos muy poco

Respuesta. Un motor de esta película es que quería sentarme a cenar con una familia china. Me mueve la curiosidad, soy un poco cotilla. La comunidad china en España nos resulta particularmente enigmática porque existe la barrera del idioma. Con los latinos compartimos el mismo idioma y eso lo hace diferente, ya tienes una comunicación. Los magrebíes son muy de calle y muy sociables. Podemos pensar que el chino no nos habla, pero muchas veces no entiende bien el idioma. La propia grafía es muy diferente. Trabajan mucho y también son muy pudorosos. Les da miedo cometer errores lingüísticos o decir algo que pueda ser ofensivo. Luego está pensando lo mismo que tú, que le aprietan los zapatos o que no llega a fin de mes.

P. ¿De qué manera se plantea este retrato de lo previamente desconocido?

R. Con mucho cuidado. Ellos son muy respetuosos, muy pudorosos, y yo a veces soy como un elefante en una cacharrería. Quería acercarme a la comunidad desde la propia comunidad, como hice en Carmen y Lola. En primer lugar me puse en contacto con la asociación Li Wai y conocí a Yue, quien trabaja como asistente social en Usera. Mi otro baluarte de la diáspora china ha sido Xirou una artista de performance. Cuando les di la primera versión del guión pensaba que me dirían que estaba lleno de racismo y tenía una mirada paternalista. Yue en cambio me dije que estaba contando la historia de su vida: ella llegó de China a los 11 años sin hablar español ni conocer apenas a sus padres porque la criaron allí sus abuelos. Creció en Cataluña y la llamaban “china” por la calle y se preguntaba por qué esos padres a los que había visto cuatro veces la sacaron de casa.

»También visité asociaciones de mayores y colegios chinos. Me preocupé de que nada faltara a la verdad. Cuando vemos esa cena en la casa de la familia todo está basado en la realidad, desde la comida a la disposición de la mesa. No quería faltar a la verdad en nada. También me inspiró una performance de la compañía Cangrejo pro de Xirou que hicieron en el Matadero. En esa performance ponen al público español en la parte de atrás del mostrador para que pueda sentir lo que sienten los chinos en los bazares. Aparecía uno diciendo “esto es muy caro, ¿me lo rebajas un euro?” o “esto es de mala calidad”. Para ellos el hecho de que llamemos “chino” a los bazares es ofensivo. ¿Por qué tenemos que racializar un negocio?

P. ¿Somos racistas con ellos incluso sin darnos cuenta?

R. Expresiones que utilizamos de manera común son racistas: trabajas como un chino, no me cuentes cuentos chinos. o eso de que cuando se rompe algo decimos “será del chino”… Son insultos hacia una raza que desconocemos. Sin embargo, nos dan vueltas en mil cosas. Es una inmigración muy callada, que nunca da problemas y se tienen que comer todo esto. Me contaba Yue que en el colegio la llamaban “chinita” y se enfadaba muchísimo. Al final no tuvo más remedio que normalizarlo, pero ya es jodido y feo y triste que tengas que asumir que la gente te va a tratar así.

P. La problemática relación de Claudia con sus padres cobra gran importancia. ¿Estos jóvenes de segunda generación sufren un conflicto entre la educación más liberal que se acostumbra en España y la más rígida de los padres chinos?

R. Creo que existen los mismos problemas de comunicación que con los padres españoles: sobreprotección, falta de comunicación, olvidarte de la identidad de tu propia hija… La adolescencia es ese momento frágil en el que te cambia la personalidad para siempre y te convierte es un loser o un ganador. Estas chicas son españolas, “española con rasgos asiáticos”, como dice el padre de Xiang, y al llegar a casa se encuentran a unos padres chinos con una educación completamente diferente. De todos modos, los padres tendemos a hacer de espejo en todas las culturas, eso de “yo lo hice mal pero quiero que tú lo hagas bien” o “no serás pintora, estudiarás derecho”.

Carolina Yuste en 'Chinas'

P. ¿De qué manera se acerca al mundo de los niños que representan Lucía y Xiang?

R. En las niñas la identidad y el racismo son temas fortísimos. La pureza y belleza de los niños me permitía ver el racismo desde sus ojos. Una niña puede decirle a otra “ves menos porque tienes los ojos cerrados”, si eso lo dice una persona mayor es mucho más violento. Esa pureza la he descubierto con mis propios hijos. Tienen compañeros de clase magrebíes y no me entero hasta que los veo porque para ellos son el que juega bien al fútbol o el que me roba la goma. Me enamoran esas niñas porque ven todo limpio y sin ruido, después las adolescentes se obsesionan con ser la más guapa y la más guay o con perder la virginidad. Me gusta mirar a los niños porque me abren la cabeza, los adultos me aburren profundamente.

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P. ¿Cómo mujer vasca que vive en Madrid y lesbiana, ha sentido prejuicios?

R. Sí, claro, era la etarra en Madrid y la vendida madrileña en el País Vasco. Esas etiquetas que nos ponen cuando no estamos desarrollados emocionalmente son muy duras. Es cuando se comienza a poner posits: la simpática, la que huele mal… te ponen tantos pósits que te empapelan. Eso es injusto porque no desarrollas tu identidad hasta más tarde. Vemos esos chavales ahora fluidos o no binarios que dicen “ya veremos”, eso antes era imposible. En el caso de los inmigrantes la etiqueta es inmediata, llevas el pósit pegado en la frente. Cuando era joven no sabía muy bien a dónde pertenecía: yo era la vasca madrileña, bollera, me gustaba un cine que no les gustaba a mis amigos…