Que debemos superar el abismo que separa al popularísimo C. Tangana al genio desconocido de José Val del Omar, y que la ya muy trillada Un perro andaluz aún tiene sus secretos: en todo ello cree Francisco Contreras Molina (conocido como Niño de Elche) cuando prepara Niño de Elche canta al cine mudo, junto a Miguel Álvarez-Fernández y Emilio Pascual Valtueña. Se trata de un cine-concierto comisariado y producido por SACO con la participación de Filmoteca Española, donde el cantaor envuelve musicalmente dos joyas del cine surrealista: La concha y el clérigo de Germaine Dulac y Un perro andaluz de Luis Buñuel.
Sobre este proyecto, el artista explica en el catálogo del festival: “Buñuel siempre ha sido un personaje que me ha llamado la atención, y siempre ha estado abierto a poder ser hackeado”. Hace semanas, Niño de Elche fue él mismo hackeado por el colectivo Cabosanroque en la instalación de Dimonis, del pasado Festival Grec, alrededor de textos de Jacint Verdaguer (antes de inaugurar la temporada del TNC con Flors i viatges de Mercè Rodoreda). En esa instalación, el artista se dejaba trocear por pantallas de televisor a lo Nam June Paik, mientras gemía –o vomitaba– versos del poeta catalán. Código conocido, de alto impacto.
Cuando nos encontramos, en la terraza del hotel Costa Vella en Santiago, le explico que, por el catálogo, he entendido que tocará “por encima de dos piezas de cine mudo”. Me contesta, juguetón: “Lo de las dos piezas es bastante correcto”. Por lo demás, no le interesa hablar de una banda sonora al uso, “que acompaña con una música los ambientes que la película propone”. Eso es lo que me explica.
[Niño de Elche: "Mi espíritu ya no estará nunca en los códigos del flamenco"]
Respuesta. Cuando el festival SACO me llamó y me propuso poner sonido, como dices, “por encima” –o “al lado”, o “por debajo”– de una película, les dije que no, que me aburría bastante esta concepción de la música para con una cinta muda. Es un ejercicio que se ha hecho mucho, y que en directo termina siendo demasiado narrativo e ilustrativo. Yo buscaba un espacio de acción que no fuera sólo el de acompañar con música unas imágenes que originalmente no la tienen.
»Aquí haré una banda performativa y teatral. Porque no puede ser que [hoy, en Curtocircuito] veamos una película y obviemos que hay músicos delante, y obviemos que estamos en un teatro con todas sus lógicas y posibilidades. El surrealismo te permite abordar un tipo de imágenes y de ritos que engloban la luz, el gesto, el sonido (de la música y el generado por nosotros)... de una forma menos contemplativa o narrativa. Lo bueno del surrealismo es que te puedes tomar todo tipo de licencias dentro de una lógica propia. Y eso es lo que haré… Creo.
P. ¿Cree?
R. Al fin y al cabo, improvisaremos con los ingredientes que tenemos: un fragmento remezclado de Tristán e Isolda de Wagner, el libro de El cine de Antonin Artaud, y algunas de las cuestiones de las películas que me he traído a mi terreno escénico. Por ejemplo, tendré globos negros, un plumero, harina (cosas que me han ido inspirando a partir de esas imágenes). A veces la película me acompañará a mí, a veces yo a ella, o no tendremos nada que ver con el otro. Además, también estará Miguel [Álvarez-Fernández, artista sonoro coautor junto con Niño de Elche y Emilio Pascual Valtueña] soltando músicas. En breve, va a haber momentos de “banda sonora”, pero la banda sonora no es el fin ni la forma.
"Lo bueno del surrealismo es que te puedes tomar todo tipo de licencias dentro de una lógica propia"
P. ¿Qué le ofrece el cine mudo para dialogar con él?
R. Bueno, aquí lo que nos parecía más relevante era el surrealismo, que a Pablo de SACO [Pablo de María, director del festival] le pareció que era el territorio idóneo para que mis prácticas tuvieran la libertad que siempre anhelamos, o exigimos.
P. ¿Conocía de antes las piezas sobre las que vas a trabajar esta noche?
R. La concha y el reverendo no, y me fascinó. Al principio yo sólo quería hacer La concha y el reverendo, pero las películas están muy hermanadas y, dentro de su relación, nos parecía interesante generar en el público otro tipo de escucha hacia El perro andaluz.
P. Que es una película ya muy trillada.
R. Pensamos que sí, pero en realidad, esto es como la Biblia o El Quijote: que la gente los conoce pero que no los suelen haber visto. Las películas de la vanguardia surrealista son obras duras, y más en esta época en la que estamos muy acostumbrados a películas muy narrativas…
"El ojo rajado de Buñuel sigue llamando la atención, no sé si habla muy bien de la película o muy mal de los tiempos que corren"
P. Y sin embargo, el cine surrealista tiene una calidad de videoclip que conecta genial con la sensibilidad contemporánea.
R. Yo creo que sí y, con El perro andaluz la experiencia que hemos tenido es que sigue transmitiendo estupor a la gente. Cuando aparece lo del ojo rajado, el público se sigue estremeciendo. Y eso no sé si habla muy bien de la película o muy mal de los tiempos que corren (ríe). Aún nos siguen llamando la atención ciertos actos de violencia y de perversión. Seguimos siendo muy sensibles. Quizás es por ello que el público mayoritario sigue prefiriendo el cine narrativo y con guiones cada vez más vacíos.
P. ¿Rechazamos lo absurdo, lo gratuito?
R. En términos generales, sí. Y para muchos estas películas siguen siendo bastante fuertes.
P. Sin embargo, lo último suyo que vimos, Dimonis de Cabosanroque sobre poesía de Jacint Verdaguer, era una performance muy visceral.
R. A mí, tanto el dadaísmo como el surrealismo me han atravesado mucho. Son prácticas que tienen una serie de condimentos y de fórmulas que van más allá de la lógica que me interesan mucho. Abren posibilidades estéticas mucho mayores que cualquier tipo de movimiento artístico que hayamos tenido en el mundo del arte. Por eso también he tirado siempre a la performance y pienso que la palabra “músico” no encaja exactamente en lo que yo hago. Estas corrientes, de entrada, me han enseñado cómo abordar la pantalla de otra forma.
"El público mayoritario prefiere el cine narrativo con guiones cada vez más vacíos"
P. ¿Diría que han expandido su forma de entender la música…?
R. Y el cine. Yo he trabajado bastante con Val del Omar, artista [y “mecamístico”, bromeamos, en referencia a la etiqueta que el genial Silvestre Tornasol del audiovisual usaba para sí mismo], y sus propuestas en relación con el cine hoy seguirían siendo tomadas como delirantes. Que las películas produzcan diferentes olores, que tengamos aparatos para tener diferentes sensaciones físicas… Val del Omar hablaba de babuchas con electrodos, lo cual luego en la música electrónica se ha traducido en esos chalecos para que sientas los graves.
»En comparativa, hoy seguimos teniendo una escucha muy lineal, muy plana, de lo que es el espacio sonoro. Yo no llego a entenderlo, nuestra experiencia de la música podría ser diez veces más amplia, más profunda y más surrealista. Eso, y por otra parte más profundamente realista, porque el sonido es 360. Pero no, seguimos escuchando de forma llana, nuestra distancia para con la pantalla es siempre la misma… Entonces, claro, cuando hoy hacemos algo que se ve “diferente”, pero que ya se planteaba en los años treinta, y la gente se sigue fascinando. De verdad, no llego a entenderlo.
P. Supongo que ese cine juntaba toda una serie de elementos venidos de diferentes disciplinas artísticas (la pintura, el teatro, la danza) que se han homogeneizado y que ahora tenemos que deconstruir para explotarlos al máximo.
R. Intentamos entender, cuando hay otra forma de abordar una práctica estética que no pasa por lo lógico y lo narrativo. Esta es la gran causa pendiente que tenemos en nuestro tiempo.
“Seguimos teniendo una escucha muy plana del espacio sonoro”
P. ¿Le preocupa el carácter de terreno intermedio, como de mézclum entre lo visual, lo sonoro y lo espacial, que conlleva su práctica?
R. No me preocupa, porque es lo que he hecho siempre. Sí sigue siendo difícil de justificar y de explicar en según qué ámbitos, sobre todo los institucionales y en territorios de la música que aún viven anclados en el mundo del rock de los años sesenta y setenta. En las concepciones musicales, España sigue siendo un país de rock y de indie. En un circuito como este sigue siendo muy complicado que propuestas como la mía se entiendan al cien por cien. Eso implica un sobreesfuerzo considerable, que en territorios y festivales más concretos veo que no tengo que hacer.
P. Todo ello, a pesar de ya tener un nombre y una marca en el mundo de la música.
R. Sí, y lo agradezco mucho. Porque sigue costando. En España –aunque en otros territorios seguramente suceda lo mismo–, si yo quisiera trabajar con música sacra, más allá de algunos certámenes contemporáneos de danza, no sé si podría presentarla en festivales de rock (que son casi todos) o en teatros. En España sigue siendo difícil hacer nada que se salga de la guitarra eléctrica, de la batería y del teclado. La industria se ha generado a partir de ahí. Ahora hemos vuelto a un indie muy indie, a un flamenco muy flamenco… Está todo muy encasillado. No hablo tanto de lo que se hace, sino de los formatos, es decir, desde dónde se hace. Porque sí que los festivales pequeños se están abriendo un poco, pero los grandes eventos son cada vez más rock, pop rock, indie.
"Es muy difícil que mis propuestas se entiendan al 100% en el circuito español"
»Hay poco margen ahora mismo, más allá de que desde una perspectiva exótica –del flamenco, por ejemplo– trabajes con elementos que puedan encajar con esas lógicas de escucha. Ahí [en los circuitos generalistas] sólo puedes entrar si tu música tiene rítmica, mucha rítmica, electrónica… Pero si tu música tiene silencios, disonancias, textos más complejos de lo habitual, temáticas que van de algo que no sea el amor o el desamor de pareja, la cosa se complica. Esto no es una crítica, es un análisis que me permite, cuando hago una práctica, ser consciente de desde dónde me muevo. En este sentido, no soy nada iluso. Quizás por ello he podido trabajar tan “bien”, porque detrás he tenido una buena dosis de reflexión.
P. ¿Hasta qué punto la performance de esta noche va a ser central o marginal, dentro de su carrera?
R. Es que yo tengo la sensación de que todo lo que hago acaba siendo marginal, porque son espectáculos que se representan dos, tres, cinco veces… Para que algo de lo que hago no sea marginal, tiene que encajar perfectamente en la concepción de “concierto”. Y eso no es tan frecuente, pero también me ha ayudado a entender mi carrera como un tótum. Cuando la gente me pregunta cuándo voy “de gira”, yo soy incapaz de contestarles. Yo no tengo una obra que “gire”, mi gira soy yo [hasta diciembre, me explica el artista, tiene cinco espectáculos diferentes preparados]. Aquí es cuando tiene sentido esa idea de que la obra es el artista, y que es su cuerpo el que va generando la agenda y la gira.
"El flamenco se ha usado de música para el autoengaño de la marca España por ser popular y cercana al folk"
P. Eso implica estar generando constantemente propuestas nuevas, no sé cómo no se quema.
R. Estoy muy cansado, sí. Es muy exigente, pero es una forma de estar en el mundo. Por suerte, estos últimos tres años he estado recibiendo propuestas, sobre todo del panorama del arte contemporáneo, para hacer trabajos ad hoc que son muy interesantes. Pero eso tiene que ver con una concepción de pura performance. Decimos que cuando un performer muere, por mucho que se trate de emular sus escritos y sus obras, seguirá faltando el cuerpo central. ¡Ojalá mis piezas no fueran marginales! Por suerte, estoy pudiendo entrar en el terreno de la música comercial desde lo experimental y proponiendo otras formas.
»Por ello siempre digo que me siento como un “elefante en una cacharrería”, porque entro con mi bagaje y hago sonar la música de otra forma. Y trabajando sobre el flamenco, que de por sí ya tiene una manera bastante desidentitaria y bastante anarca, desde allí me he podido permitir un montón de lujos. También porque el flamenco se ha usado de música para el autoengaño de la marca España, por ser popular, cercana al folk… Estratégicamente, desde esta posición me he podido introducir en muchas disciplinas, demostrando que todo está mucho más cerca de lo que pensamos y que lo “popular” y lo “vanguardista” son etiquetas mucho más complejas de lo que parecen.