Pocos casos se pueden encontrar en la historia reciente del séptimo arte donde la simbiosis entre cine y literatura que protagonizan el cineasta Wes Anderson y el escritor Roald Dahl con sus correspondientes y extravagantes universos cristalicen en una obra mayor de tal envergadura.
Todo comenzó, allá por 2009, con el estreno de Fantastic Mr. Fox, primera de las adaptaciones del cineasta de Texas (y coescrita junto a Noah Baumbach) sobre la obra del escritor británico. El resultado fue simplemente magistral, una obra de arte del stop motion y una joya preciosista realmente única, donde la anarquía genuina de Dahl creaba una adaptación hilarante, algo absurda y extrañamente profunda para niños maduros con constantes toques de comedia screwball, y que, para el que esto escribe, se encuentra en lo más alto de su filmografía, aunque no sea su película más icónica, reconocible e instagrameable.
Las voces de George Clooney y Meryl Streep, junto al habitual elenco wesandersoniano -Bill Murray, Jason Scwatrzman, Owen Wilson, etc.-, resuenan y brillan con una veracidad inusitada en este drama familiar que gira en torno a la posible redención del ingenioso y encantador zorro outsider.
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Para ello, el director texano, en vez de hacerlo en un estudio como suele ser habitual, grabó todas las voces y movimientos de los actores en escenarios reales para darle más realismo y fisicidad a los personajes. El maestro de la animación Mark Gustafson y su equipo se encargaron de confeccionar la magia restante fotograma a fotograma, pacientemente, mientras el propio director recreaba y grababa algunas de las escenas personalmente desde su casa y que posteriormente enviaba desde su iPhone para que las ejecutaran.
Afortunadamente con todo este despliegue artístico, no podía quedarse en una sola colaboración con el maestro de los cuentos infantiles de constantes resonancias adultas.
“Cuando conocí a la familia Dahl, pasé bastante tiempo con ellos y realmente los amo. Especialmente a Felicity, su esposa. Y en algún momento ella me dijo: ‘¿Hay otros relatos que te gustaría adaptar?’. Y dije: Henry Sugar, ese es el que quiero. Pero esto fue en 2005, 2006, o algo así. Me lo reservaron durante mucho tiempo. Y, realmente, no sabía cómo hacerlo. Finalmente, se me ocurrió este modo tan peculiar que hemos utilizado. Pensé: Bueno, no será un largometraje completo, tal vez sea solo un cortometraje, pero tal vez haga algunos más. Así que siempre me gustó la idea de hacer La maravillosa historia de Henry Sugar, uno de los libros más dulces que ha escrito Dahl”, confiesa Wes Anderson.
Y como no podría ser de otra manera, el cineasta apostó por darle un toque muy personal al proyecto.
A lo largo de los 37 minutos de metraje, y con el clásico juego de matrioskas que tanto le gusta, La maravillosa historia de Henry Sugar cuenta la historia (y la historia dentro de la historia de la historia) de un hombre rico que descubre el método de un gurú capaz de poder ver sin usar los ojos para decidir posteriormente desarrollar la misma habilidad con el fin de estafar en los casinos.
Los personajes cuentan, sin dejar apenas ningún respiro al espectador, la acción rompiendo la cuarta pared, mientras describen cada movimiento y diálogo minuciosa y exhaustivamente con el despliegue habitual de decorados preciosistas de fondo marca de la casa, tan maravillosamente plásticos y verdaderos. Incluso de vez en cuando aparecen operarios que entregan y retiran objetos y prendas de los protagonistas a lo largo de la historia sin que nos resulte extraño.
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Sobre esta particular apuesta comenta: "Bueno, comencé, me senté con el libro y lo leí, también se lo leí en voz alta a mi hija y pensé: Son las palabras, y sin las palabras no creo que quiera hacer esto. Entonces, ¿cómo podría adaptarlo y conservar las palabras, la descripción completa? ¿Cómo puedo hacer una película conservando esa descripción, la elección, su voz, la voz de Roald Dahl? Y pensé que tal vez el mismo Roald nos podría contar la historia en parte, y en cierto modo evolucionó a partir de ahí".
El resultado en cierta forma es contundente y avasallador, lo más descriptivamente veloz que haya rodado nunca. Y el resto de los tres relatos adicionales, Poison, The Swan y The Rat Catcher, transcurren de una manera muy similar conformando un cuarteto de cámara y escritura muy coral donde recurrentemente aparecen los mismos actores: Ralph Fiennes (interpretando al mismísimo escritor británico ejerciendo de narrador), Benedict Cumberbatch y Ben Kingsley que van intercalándose con otros personajes en el resto de cortometrajes.
Una especie de lego cinematográfico que acaba funcionando a la perfección donde hay algo también del espíritu de Bertolt Brecht, en el uso del narrador y del rompimiento deliberado de la cuarta pared.
“De esta manera me parecía tener un encuentro de teatro y cine o algo así. El tener varios actores interpretando los mismos papeles es algo definitivamente muy teatral. Quería que los personajes los interpretaran todos actores ingleses, así que ese fue el comienzo, con Benedict. Llevaba tiempo hablando con él, esperando la oportunidad de hacer algo juntos”, ha dicho el director.
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Todas las historias están filmadas en 16 mm y en formato cuadrado aportando ese grano vintage tan característico en el universo retro del cineasta texano. “Conceptualmente lo concebimos como una obra de televisión hecha en los años 80 o algo parecido, como solían hacerlo en Gran Bretaña y en la BBC. Hacían una obra de teatro, por única vez y eso me parecía que era algo muy especial”.
El caso es que el cine de Anderson es fácilmente desmontable en cápsulas con entidad propia, como ya quedó claro con la estructura episódica de The French Dispacht o en su cortometraje de 2007 Hotel Chevalier, rodado en París con Natalie Portman y Jason Swchartman envueltos en una relación tóxica retratada con la ternura y el charme habitual del norteamericano.
De las cuatro entregas que acaba de realizar para Netflix quizá Poison sea la más tensa y claustrofóbica que ha rodado el cineasta en su carrera y que tras 15 minutos muy intensos acaba derivando en una crítica antirracista dentro del marco de la colonización británica.
Mientras que The Rat Catcher transcurre en las coordenadas habituales del universo Anderson con un Ralph Fiennes (The Rat Man) que interpreta a uno de sus clásicos personajes metódicos y obsesivos, con la aparición especial de una rata sacada directamente de Fantastic Mr. Fox.
En cambio, The Swan tiene el contrapunto de ser la historia más dura y que deja el regusto más triste acercándose a la crónica de bestialidad infantil entre dos chicos. Pero con humor y encanto, como sólo le sale a Wes Anderson.
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En realidad, considerar las cuatro películas como meras adaptaciones sería algo inexacto, porque principalmente son una recreación palabra por palabra del texto original. Pero ahí está el reto y ahí está la apuesta, en que funcione a nivel visual.
Y vaya si funciona.
El matrimonio artístico formado por Wes y Roald nos sugiere un universo que requiere de nuestra propia imaginación para realizarse plenamente, tal y como pasa en la literatura.
Y supongo que la pregunta se torna inevitable: ¿qué pensaría Roald Dahl de toda esta cristalización cinematográfica de su particular mundo realista y fantástico en la pantalla?
Yo creo que le encantaría.