El concepto de Françafrique fue inventado por el primer presidente de Costa de Marfil en 1955 para referirse a la prolongada influencia de Francia en el continente negro después de la colonización. La lista de países que, una vez obtenida la independencia de Francia o Bélgica, aun mantienen el francés como lengua de uso común es larga, de Marruecos a Ghana pasando por las islas Mauricio o Senegal y Mali.
La paradoja de la descolonización ha sido que estos países lograron gobernarse ellos mismos pero continuaron dependiendo económicamente de la metrópoli, excusa que ha esgrimido los golpistas en Nigeria para deponer al Gobierno poniendo en riesgo ese largo dominio.
Las paradojas de esa descolonización son centrales en La isla roja, memorias de infancia de Robin Campillo (Mohammedia. Marruecos, 1962) en la isla de Madagascar en el año 1971, cuando se suponía que la isla (enorme, tiene el tamaño de la propia Francia) era independiente, pero los soldados franceses seguían destacados haciendo patente su control de los resortes del poder. Según Campillo, por cierto, a pesar de lo que ha pasado en Nigeria, la “Françafrique” sigue fuerte.
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La isla roja tiene como protagonista a Thomas (Charlie Vauselle), un chaval de unos 9 años que lee compulsivamente los cómics de Fântomette y tiene una imaginación desbordante. Desde su mirada infantil, observa fascinado y curioso el mundo que lo rodea. Un mundo vallado y aislado como el de la “base 181” en el que los militares franceses permanecen al margen de la realidad de los africanos de Madagascar, cada vez más rebeldes ante la prolongación de su presencia.
Hijo de un soldado español (Quim Gutiérrez), el joven protagonista poco a poco irá descubriendo el mundo que lo rodea detrás de las fiestas y rutinas en una colonia donde todos hacen ver que son felices, una burbuja que el director llama una "especie de Disneylandia". Detrás de esa fachada también se atisba la profunda crisis matrimonial de sus padres.
Y asoma la brutalidad del racismo contra los lugareños, contado a través de la historia de amor entre un joven soldado francés y su novia africana, un romance que no es aprobado por esa comunidad. Un racismo, por cierto, del que también es víctima el propio protagonista ya que su propio padre es español, lo cual su suegro considera que lo convierte en “árabe”.
Guionista primero de algunas de las mejores películas de Laurent Cantet, como El empleo del tiempo (2001) o La clase (2008), Campillo también ha destacado como director en títulos como Chicos del este (2013) o 120 pulsaciones por minuto (2017). En esta película, se mueve a medio camino entre la historia de iniciación y la política para denunciar que el colonialismo continúa vivo.
Pregunta. ¿Cuánto hay de autobiográfico en esta película?
Respuesta. Hay mucho de autobiográfico. Incluso hay muchos detalles que son ciertos, como la anécdota de los cocodrilos, la proyección de la película sobre Napoleón en la playa… He cogido muchos elementos personales para construir un laberinto en el que este niño observa a los adultos, en esta especie de mundo colonial que es como una representación teatral en la que todos fingen una especie de felicidad que no es cierta. Poco a poco, Thomas se va dando cuenta de ese artificio
P. ¿Son un misterio los adultos cuando se es niño?
R. Los adultos fingen, pero no son buenos actores. En francés tenemos esta expresión que dice “el albergue español”, significa un lugar en el que todo el mundo entra y sale y es un poco alocado. Yo veía a esos adultos, los escuchaba, entendía parte de lo que decían, detalles precisos y todo eso tenía un sentido que trataba de aprender, era misterioso y yo sentía que debía sacar una lección de esos elementos tan diversos.
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P. En la película vemos una crisis matrimonial incipiente de los padres del protagonista. ¿Al final se divorciaron sus propios padres?
R. Sí, después se separaron. Durante mucho tiempo, mi familia vivió en colonias africanas. Yo nací en Marruecos, después fuimos a Argelia, luego regresamos un breve período a Francia, pero luego ya nos fuimos a Madagascar. Para muchas familias como la mía ese regreso a Europa fue un infierno. No queríamos volver. Esa migración constante hacía que la familia fuera muy sólida porque nos necesitábamos los unos a los otros. Y luego al regresar a Francia, muchas familias explotaron. Era como un baño de realidad. Volvíamos a lo cotidiano que era mucho más duro. También descubríamos que no éramos ricos. En las colonias con el sueldo de un militar eras burgués, pero en Europa era poco dinero. Creo que mientras estábamos fuera era como si viviéramos un sueño, las cosas permanecían más ocultas.
P. ¿Cómo se justificaba esa presencia militar francesa cuando Madagascar ya había obtenido su independencia en 1960, once años antes de cuando sucede la película?
R. Lo curioso cuando volví a Madagascar para hacer la película fue que me dije a mí mismo que éramos parásitos. Nos instalamos en sus casas y nos aprovechábamos de un país que no era nuestro. Después he comprendido que sin duda para los malgaches éramos personas que nos quedábamos con todo. Existía esa buena conciencia por la que nos decíamos que también les estábamos ayudando, pero en realidad la presencia militar era puramente estratégica porque era una plaza que nos disputábamos con la Unión Soviética. Era una pura ocupación y es una locura que viviéramos en eso.
P. ¿El golpe de Estado en Nigeria significa el final de la Françafrique?
R. No ha terminado. Ha sucedido en Nigeria. El colonialismo nunca ha dejado de encontrar la manera de sobrevivir, de reinventarse a sí mismo. Nosotros nos decíamos que estábamos en un país independiente y nos decíamos que había terminado el colonialismo. Pero no era cierto. Lo que vemos precisamente es ese momento en el que pasamos del colonialismo puro y duro a la Françafrique. Nigeria y otros países africanos en los que Francia tiene aún una fuerte influencia están tratando de desligarse de ella. Y es que Macron ha prohibido que estudiantes de esos países vengan a Francia a la universidad o ha roto los acuerdos de intercambio cultural, incluso ha vetado que sus artistas visiten el país. Es muy loco que un país democrático haga estas cosas. No ha terminado la Françafrique. En Madagascar la mayoría de hoteles y restaurantes pertenecen a franceses. Hay una continuidad absoluta.
P. En un momento dado un profesor dice que Madagascar es tan grande como Francia. Sinceramente pensaba que era más pequeño. ¿Tendemos a minusvalorar los países africanos?
R. Es una isla. Gran Bretaña tampoco es un país pequeño y también es una isla. Mucha gente piensa que Madagascar era una colonia en una pequeña isla y no, es enorme. Que fuera francesa significaba doblar el territorio del país. Argelia es incluso más grande. Francia llegó a ocupar territorios muy extensos. Esa frase la dijo textualmente un profesor que tuve en Madagascar como una forma de legitimar esa ocupación, su teoría era que teníamos derecho a colonizarla ¡porque se parecía a Francia! Era completamente idiota. Al mismo tiempo, veíamos la ingenuidad, daba la impresión de que estábamos en una Disneylandia en miniatura. Junto a eso, había mucha violencia. Nuestra propia presencia era violenta.
P. ¿Buscaba ese contraste entre la Madagascar idílica y exótica y la violencia soterrada?
R. Rodamos en decorados naturales. Queremos que lo veamos desde los ojos del niño, hay mucho color que pone su propia imaginación. Todo es muy arquitectónico, parecen casi ilustraciones que pinta el propio niño. Poco a poco comienza a entender el racismo y la violencia que le rodea. Mi madre era una mujer adorable, pero la escuché decir esta frase de que su padre no quería que se casara con un español porque eso lo convertía en árabe. Es una frase terrible, pero mi madre la dijo cómo si cualquier cosa aunque fuera muy violenta. Para mí este mundo era así, por una parte tenía un lado dulce y maravilloso, pero no entendía por qué la gente expresaba sentimientos tan negativos. Entre la visión paradisíaca y esa violencia consistía todo.